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Aun antes de que Leonardo de Pisa las parametrizara en el siglo XIII, las espirales han fascinado a la especie humana. No es para menos, galaxias, flores, conchas de caracoles y hasta la proporción aurea no han dejado de exhibirse antes nuestros incrédulos ojos.
El problema de las espirales radica en que son bidireccionales. La misma que crece, se expande logarítmicamente y nos lleva al cielo, recorrida en sentido inverso, nos contrae, nos aprisiona y nos lleva junto a Dante en su paseo por el averno.
Algo así pasa en las relaciones de pareja.
Pensaba todo esto repasando las dos últimas décadas de mi vida sentimental, maldiciendo el hecho innegable de estar en la dirección errónea de esa mágica serie de Fibonacci.
Me atrevería a decir que fue en el principio del 2019 cuando mi pareja me abandonó. Sin hacerlo físicamente, sin ni siquiera ser consciente. Pase de ser refugio, garante, proveedor de vida y felicidad, a ser primero invisible, y al final directamente un vaso siempre medio vacío, conglomerado adusto de todo tipo de defectos.
Les juro que intenté hacerme visible, con cariños, cenas, con quejas, con bromas, con todo lo que se me ocurrió. No fue posible.
Solo en el encierro de la pandemia, cuando no era posible escapar a mi presencia por imperativo legal, fue breve e intensamente visible. Y me atrevería a decir que incluso, querido. Fue el canto del cisne.
Con el regreso de la libertad, su vida volvió a llenarse de todo lo que no fuera yo. Sin guardarme ni un espacio ni un tiempo.
Y apareció ella. Un viejo amor. En el mismo estado de invisibilidad con su marido.
Y como si fuera una carrera olímpica, alguien dio el pistoletazo de salida en la carrera de la espiral invertida.
Tras un par de años nos divorciamos. En realidad se divorció ella de mí. Yo seguía aferrado a la posibilidad de desandar lo andado.
Luego vinieron tiempos de desagravios, de construcción de puentes, en los que puse mi empeño, ya no para recuperarla de pareja, de sobra sé la incapacidad de matices de una mente germánica,si no para mantener una relación que hiciera justicia a los muchos años buenos.
Y llegaron los meses buenos, en los que celebrábamos los cumpleaños juntos, con nuestros hijos. Donde nos volvíamos a reconocer como lo que somos. El cariño y respeto funcionaban como moneda cambio.
Y sin previo aviso, más rápido que en el anterior descenso, pase a invisible de nuevo, para acabar como indeseable pocos días después. Intuyo que la necesidad de ser viuda es imperiosa.
En toda esta ascensión y despeñamiento he aprendido a valorar las cosas con cierta perspectiva. Me quedo con las cosas buenas, intento que los errores ajenos no me pesen exceso y pedir perdón por los propios.
No dejará de sorprenderme que de ella no he recibido ningún “lo siento” , “me equivoqué”, “ojala hubiera hecho”.
¿Qué cómo acaba la espiral? No lo hace. Se autodestruye, y uno se sube a otra, con algo mas de sabiduría, con mucha menos ilusión
Y empiezas a contar. 1. 1. 2. 3. 5.7…

Texto agregado el 14-10-2025, y leído por 31 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-10-2025 Mmmm, leo mucha ingeniería en este texto, las espirales se encuentran y desencuentran, quizás a veces es necesario bajarse de ellas y pensar simplemente en ser feliz, el juego de la vida se juega del modo que tu lo quieras jugar. Saludos alejandroeder
 
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