**Policía:** “¡Las manos donde pueda verlas! ¡Hey! ¡Las manos donde pueda verlas!”
El vibrante rugido de su voz retumbaba mientras las luces encandilaban y confundían al individuo perplejo al frente del cañón de su pistola. Mirando con un guiño hacia la luz brillante de la patrulla, el individuo demasiado calmado esperaba. Parecía haber estado esperando un rato en el pórtico, porque había colillas de cigarros a medio apagar y botellas a medio vaciar de Old English de cuarenta onzas.
El policía había llegado a un bloque de casas del gobierno, todas con fachadas iguales; lo único que las diferenciaba eran las plantas que algunos inquilinos tenían. Esta casa no tenía nada, y el pequeño pedazo de pasto al frente estaba seco y amarillo por la falta de cuidado, la falta de amor. Había un pasillo al costado que llevaba al patio trasero, dividiendo la casa del gobierno del inicio de la sección residencial, cuyas casas estaban bien cuidadas. Todas tenían un patio trasero que daba al callejón donde se colocaba la basura para que la ciudad la recogiera cada viernes.
**Persona 1:** “Ya, ya… cálmate a la verga. No porque traigas cuete puedes tratarme como…”
**Policía:** “¡Cállate! Y mantén la boca cerrada.”
**Persona 1:** “Está bueno” —respondió fuerte mientras un hilo de sangre le bajaba por la ceja.
**Policía:** “¿Qué trae en la frente?”
**Persona 1:** “¡No que quieres que me quede callado a la verga!”
**Persona 2 (vecina metiche):** “¡Oficial! No le crea, siempre dice mentiras, y ya tiene rato dándonos problemas aquí en la colonia.”
La vecina del individuo, con voz chillona, lo miraba desde la cerca de alambre de cuatro pies al lado de su casa. Ella había llamado a la policía y vigilaba el proceso.
**Policía:** “¡Espéreme señora!”
**Persona 1:** “¡Cállese a la verga pinche vieja incrédula! Váyase a cuidar a su esposo pedote que ya lo vi todo meado allá atrás de su casa.”
**Policía:** “¡Hey, quieto! ¡Y las manos donde pueda verlas!”
Con voz fuerte se hizo oír mientras una multitud comenzaba a reunirse alrededor. “Necesito refuerzos” habló por su radio y caminó lentamente hacia el individuo, escaneando rápidamente cada posible señal de amenaza.
**Persona 1:** “Ya embe, hágame… póngame las esposas, pero no te recomiendo que entres al cantón.” Su voz calmada viajaba lenta y solemne. El policía no supo qué pensar, pero hizo caso y lo esposó antes de cualquier otro movimiento.
**Policía:** “Necesito refuerzos, posible 187 (homicidio), proceder con precaución, esperando refuerzos.”
**Persona 1:** “¡Ya le dije que no entre! Aquí no hay ningún 187 ni qué chingados. La cosa se puso mal y ya no hay regreso.”
El policía, perturbado y cada vez más confundido, trató de mantenerse calmado y solo observaba al pequeño individuo de cinco pies, de aspecto lánguido, que llevaba collares de colores y símbolos extraños tatuados en todo el cuerpo. Alrededor del individuo el aire era espeso y aromático, recordándole al policía una “botánica” donde la gente compraba hierbas para curar cualquier enfermedad, incluso las incurables.
Ningún policía entra solo a una casa, pero esas casas del gobierno eran tan pequeñas en ese vecindario que se sintió demasiado confiado de poder descubrir lo que sucedía ahí.
Persona 2: “¡NO!”
Un grito fuerte vino desde el patio trasero. La vecina había dejado el frente para atender al esposo, conocido borracho del vecindario, y para su desgracia lo encontró tirado boca abajo en el porche trasero.
El policía corrió rápidamente, tomó su radio pero esta vez no había tono ni señal. Estaba muerto. Culpó a las baterías que se supone deberían durar todo su turno. No lo detuvo; la confianza excesiva es una droga peligrosa. Corrió por el costado lleno de pasto crecido y excremento del pitbull que el individuo tenía suelto en el patio. El perro, para diversión de todos, se había escondido dentro de la casa, detrás de unas viejas tablas de madera mal clavadas que formaban un triángulo desigual en la esquina izquierda del patio.
Justo al llegar a la esquina de la casa, una ráfaga repentina de viento helado y ardiente emergió bajo sus pies. El impacto se arrastró por su piel paralizando cada miembro. Todo se volvió oscuro y desapareció en un vacío profundo en un abrir y cerrar de ojos. Murmullos comenzaron a salir de la radio como susurros. El policía se quedó inmóvil y poco a poco empezó a recuperar algo de movimiento. Con la mano derecha, la primera que respondió, tomó la radio de su hombro izquierdo y la puso en su oído. Intentó descifrar los sonidos y presionó varias veces el botón para responder, desesperado, pero los ruidos ahogados no cesaban mientras se colaban por su cuello, impidiéndole cualquier acción física.
“Ne…” la voz desvanecida iba tomando forma. “Ne… huatl… Nehuatl…”
“Nehuatl Mictecacíhuatl.”
Los susurros débiles se transformaron en rugidos atronadores que retumbaban en el vacío oscuro donde el policía estaba atrapado.
“¡Nehuatl Mictecacíhuatl!”
(“Yo soy la Señora de la Muerte” en náhuatl, lengua azteca).
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