Esta es la historia de Ramón, Ramón era un niño muy alegre, que tenía una tablet que parecía ser su juguete favorito. Él podía jugar todo el día sin aburrirse: corría por mundos diferentes, saltaba montañas imposibles y vencía dragones con un solo toque.
Pero había un pequeño problema…
¡Ramón no podía dejar de jugar!
Jugaba antes del desayuno, mientras se vestía, en el recreo, después del almuerzo y hasta por la noche, escondido bajo las sábanas.
—Solo una partida más — siempre decía Ramón bostezando—, ¡ya casi gano este nivel!
Pero cuando apagaba la tablet, el sol ya había salido.
Así que cada mañana iba al colegio con los ojos pequeñitos, la cabeza pesada y el dolor en la espalda encorvada como un caracol cansado.
En clase, mientras la profesora hablaba de las estrellas, Ramón se quedaba dormido sobre su cuaderno.
Un día, empezó a soñar que su tablet lo había atrapado dentro de uno de sus juegos.
—¡Bienvenido, jugador eterno! —dijo la tablet con una voz robótica—. Aquí no hay descanso ni almohadas. ¡A jugar sin parar!
Ramón intentó salir, pero la tablet lo rodeó con luces y sonidos. Cada vez que trataba de despertar, su cuello le dolía, sus ojos se cerraban, y la tablet gritaba:
—¡Nivel fallado! ¡Sigue jugando!
Entonces, entre el ruido, escuchó una vocecita muy dulce:
—Ramón, despierta.
Era su profesora, que lo movía suavemente del hombro.
—Te dormiste otra vez, cariño —le dijo—. ¿Por qué no descansas más en casa, tus ojos están muy cansaditos?
Ramón se sonrojó. Esa tarde, y cuando llegó a casa, miró su tablet… y por primera vez, la dejó sobre la mesa.
—Hoy quiero jugar diferente —dijo.
Salió al parque con su pelota. Corrió, saltó y rió hasta que el cielo se pintó de naranja.
Esa noche durmió profundamente. Su espalda no dolía, su cuello estaba relajado y soñó, no con juegos, sino con nubes, montañas y dragones amistosos.
Desde entonces, Ramón aprendió algo muy importante:
Los juegos son divertidos… pero el mejor nivel de todos es vivir despierto.
Fin.