Te recuerdo como un abismo que cae en el vacío
de un patio donde habita el sol, la luz y la ausencia.

Te habito al recorrer las paredes de mi mente y mis recuerdos.
Las recorro con las manos, con los dedos.

Voy dibujando y desdibujando los trazos , las paredes...
mis huellas.

El frío del cemento se entreteje con el rojo de mis párpados.
La sangre se trasluce cambiando de oscuridad a luz y
de luz a oscuridad.

Las buganvilias me reciben...
Bajo sus ramas puedo reposar
y al trasluz de sus hojas morir en paz.

Te recuerdo en las ásperas maderas
En las grietas de los juegos
En la frescura de las sábanas colgadas.
En el dolor de la partida.

Dueles.
Dueles como el abandono, como la huida y el adiós.

Dueles en los gritos, en los golpes.
Dueles en el miedo, en el llanto y el abrazo.

Las burbujas brillan con su canto,
aparecen de colores y se funden en la tarde gris.

Tras mi ventana acaricio tu recuerdo.

Mis uñas se hunden en los cimientos de tus flores.

Nuestras risas se asoman tras la ventana
y desaparecen en el silencio de la calle,
se esfuman tras los barrotes y
aparecen nuestros nombres en sus voces.

El pesado guinda de su tela se abre y
da paso al calor de la cocina, de la leche,
de los domingos por la tarde y
las noches de velas, lámparas y deberes.

Las mochilas descansan en las sillas,
los lápices se pierden en el desorden de una mesa que ahora guarda polvo y soledad.

Nos vamos juntas a la cama,
nuestras pequeñas manos crecerán
mientras los volantines, garabatos y canciones dormirán.