Franco Bifo Berardi, en el artículo “El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo”, plantea la siguiente pregunta:
¿Es la aceleración una condición para el colapso final del poder capitalista?
La respuesta no se hace esperar más allá del primer párrafo: No. Más bien, la condición para que el poder capitalista continúe funcionando es la aceleración, y todas las contradicciones que la máquina neoliberal contiene no significan ninguna sentencia, pues son utilizadas para extraer beneficios (económicos, políticos, sociales, ideológicos, geográficos, individuales, “subjetivos”, etc, etc, etc) (Naomi Klein).
Pero en su artículo, más que pretender responder la pregunta con que comienza, Bifo nos interna en la posibilidad de buscar en el aceleracionismo no ya su necesidad de éxito respecto del objetivo que ostenta (ser la condición necesaria del postcapitalismo), si no de contener dentro de su hipótesis algunos elementos que podrían servir como herramientas para combatir al capitalismo.
La pregunta es otra: ¿existen, dentro de la posición aceleracionista, herramientas que deban ser utilizadas necesariamente para combatir al poder capitalista?
El aceleracionismo no es un organismo, sino una célula de un organismo: “pero la hipótesis puede ser leída desde un ángulo diferente y más interesante, como una versión particular de la inmanencia radical en la dimensión filosófica del pensamiento comunista spinoziano contemporáneo”.
Algo que mirando desde los ojos aceleracionistas es difícil negar: en la actualidad un sistema muerto continúa en expansión, se mueve a través de nosotras, questamos dentro, pues ya no hay un afuera donde situarnos. Todo se mercantilizó, y las novedades nacen siendo mercancías. Nuestros deseos son mercancías, nuestras corporalidades, el oxígeno, la tierra que habitamos, aquello de que nos alimentamos. Todo es susceptible de ser transformado en mercancía. Pero además somos nosotros mismas mercancías ambulantes; objetos de finanzas pululamos en y somos (damos vida a) aquel sistema inerte, que se expande e innova traduciéndolo todo al mismo código, todo lo nuevo es lo mismo; y todo lo viejo es lo mismo. Y lo que no es también. Mercancía. Información.Todas las mercancías, todo este sistema pútrido, contiene resistencias. Dichas resistencias son también putrefacción. No obstante ¿Todo lo muerto, para ser definido muerto, no debe ser mirado en relación a la vida? Todo fracaso revolucionario contenido en esta maquinaria ¿de dónde nace? ¿Por qué sigue existiendo? Lo que Berardi llama (Negri y Hardt) “tendencias implícitas” contenidas en el capitalismo es lo que esta posición propone “liberar” a través de la aceleración. Como si para liberarnos de dios la humanidá hubiésemos tenido que jugar la reglas del creador del juego, así mismo cada fracaso contiene nuevas luchas, nuevos modos de conseguir derrotar a este sistema-dios... Una solución similar pareciera pretender la farmacología: la cura trae males, pero para esos males haremos más curas, que a su vez traen males, y curas, y males... Aquí me parece importante aclarar: repetir no significa que todo sea igual una y otra vez. Lo que se repite son las dinámicas. El tiempo se acelera, todo se “repite” más rápido. La geografía se expande a modo de fractal, cada vez más rápido (Fenomenología del fin). Y buscando la partícula de dios esperamos que todo este vértigo quede suspendido en un agujero negro que abrirá las puertas a la dimensión postcapitalista.
Desde mi punto de vista esta es la verdadera inquietud que Berdardi nos deja saboreando en este texto: ¿cómo ha demostrado ser la reacción de nuestras corporalidades a la aceleración constante? Tomando el ejemplo de la diferencia discursiva y temporal de Deleuze y Guattari en El Anti Edipo (1972) y ¿Qué es la filosofía? (1992), se vislumbra la respuesta: la aceleración en esos veinte años llevó a los autores citados desde proponer como única vía revolucionaria la exacerbación de la desterritorializacón/reterritorialización propias del capitalismo en El Anti Edipo a la súplica por un momento de silencio, de paz, de contemplación del pensamiento que ya no para de dar vueltas y que vuelve la existencia dolorosa, al punto del colapso en ¿Qué es la filosofía?. Automatizados por el pánico a siquiera intentar descifrar tanta información, nada más terminamos aceptando que no hay un afuera, que todo es mercancía, que lo que es es y lo que no es también es (con la condición de que aquello que no es sea hecho dato: piénsese en Santiago Maldonado vivo en alguna playa de Chile sonriéndole a la cámara financiado por Cristina Fernández, o en el valor de referencia del dólar, o la necesidad de la policía en las sociedades). Pienso, junto con Berardi, que la aceleración constante de la información impide que nos detengamos a contemplar el paisaje para sentirnos perdidas y recobrar nuestro sentido de la orientación (Fenomenología del fin); que reduce nuestra capacidad de respuesta a un proceso mental donde la emoción (y, por tanto, el cuerpo y la sensibilidad que debiera producirla) es descartada. Más que una herramienta, la aceleración es una amputación de una parte de nuestra composición humana: la sensibilidad, la capacidad para interpretar el entorno sin un significado único, la posibilidad de producir significaciones singulares, que no encajen con las reglas del juego, que no se muevan por y para las leyes del creador del juego. |