Mark Fisher, en su artículo “Una revolución social y psíquica de magnitud casi inconcebible”: los interrumpidos sueños aceleracionistas de la cultura popular”, nos muestra una interesante posible aplicación de la posición aceleracionista.
Contra la intuición superficial que nos lleva a ver nuestra sociedad como una aceleración constante de los procesos tecno-culturales, Fisher nos introduce en su análisis manifestando una realidad que no es obvio desprender de nuestro contexto tecnológico: la incesante producción en la sociedad capitalista no innova, sino que repite los mismos elementos con ligeras modificaciones no sustanciales. Vivimos una desaceleración cultural tanto en la esfera estética (el último celular lanzado al mercado no es una novedad, sino un objeto cuyas “mejoras” significan la agregación y/o redistribución de funciones que ya existían; la música que aparece no es sino una recombinación de elementos ya utilizados que no nos sugiere una visión diferente de lo que ya vivimos) como en la política: con la crisis financiera del 2008, el capital se ha visto fortalecido y el neoliberalismo intensificado (153).
A partir de esta constatación, nos adentra en la concepción del aceleracionismo estético, haciendo un paralelo con el ensayo de Ellen Willis “Beginning to See the Light: Sex, Hope and Rock-and-Roll”, en que la autora se refiere al fracaso de la izquierda por la incapacidad de llevar a término el proyecto de reconstruir la forma de relacionarnos interpersonalmente que la contracultura de los 70 boceteó e incluso inició de forma experimental a través de la convergencia de la música popular, las drogas, los avances científicos, los sueños y deseos, y cuya máxima expresión fue la de iniciar e intentar perpetuar una nueva forma de concebir la crianza de la infancia: la abolición de la familia y la colectivización de la educación.
Este fracaso se traduce en el éxito de la nueva derecha que, por una parte, abandona su carácter conservador en pos de su éxito económico, azuzando las diversas posturas contraculturales, mercantilizando la rebelión, individualizando “los deseos que la contracultura había abierto y después reclamando para sí el nuevo terreno libidinal” (157) y por otra retorna al sentido de pertenencia conservador expresado en una frase de Margaret Thatcher: “no hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias”.
Aquí es donde el aceleracionismo se plantea como condición de posibilidad para superar al capitalismo:
“[es el] intento de converger con, intensificar y politizar las dimensiones más desafiantes y experimentales de la cultura popular” (158) y “sostiene que hay deseos y procesos que el capitalismo hace surgir y de los que se alimenta, pero que no puede contener; y es la aceleración de estos procesos lo que empujará al capitalismo más allá de sus límites. […] es también la convicción de que el mundo deseado por la izquierda es postcapitalista”, que no puede ni quiere el retorno a un mundo precapitalista (159).
Desde la década de los 70’, con El Anti Edipo de Deleuze y Guattari podemos comprender al capitalismo como una oscilación constante entre dos polos, “arcaísmo y futurismo, neo-arcaísmo y ex-futurismo, paranoia y esquizofrenia” (160). Y que dicha oscilación no supone ninguna desgracia, que la máquina capitalista se alimenta de sus crisis, que “nunca nadie ha muerto de contradicciones”. Así, el capitalismo desterritorializa y descodifica, nos disuelve las ideas, las saca de contexto, pero luego actúa reterritorializando y recodificando, amortiguando el shock de estar en una especie de nada situándonos en este nuevo arcaísmo, en el sentido de pertenencia, en la identificación constante con algo que antes ni siquiera existía: se lleva a cabo una re-teologización, en palabras de Berardi. De esta manera, la derecha al mercantilizar la rebelión, desterritorializó su contenido, lo reterritorializó en el individualismo y posibilitó la resurgencia de la institución familiar (entre otras).
La solución aceleracionista que Fisher postula es atractiva, nos invita, junto con Foucault, a encaminarnos en la producción de nuestra especie no como búsqueda de una esencia o de una naturaleza, sino de una humanidad radicalmente Otra. Atractiva, pero con gusto a muchas preguntas. Pues, pese a entender que el autor nos propone la búsqueda de una solución colectiva, de búsqueda de lo común, sin las corrupciones que la puesta en común en la familia suceden (jerarquías...), mirado desde esta parte del mundo, donde la historia del capitalismo no fue escrita como una línea de proceso evolutivo, sino como llegada rupturista, impuesta, como la llegada de “un hombre radicalmente Otro”, se me hace difícil entender a qué se refiere con esa producción del hombre por el hombre ¿es un radicalmente Otro local? ¿global? ¿Quiénes son los hombres que producirán otros hombres? ¿No somos ya radicalmente Otro? |