Los elefantes llevaban arneses y cadenas y arrastraban piedras del doble del tamaño de ellos mismos. Esto pudo haber ocurrido en África o Ásia, no lo sabemos, da lo mismo. Los elefantes se tiraban pedos, se cagaban y meaban mientras hacían ese esfuerzo descomunal. Las piedras eran para la construcción de un templo. Los elefantes tenían la piel más agrietada de lo que ya la tienen, la tenían resquebrajeada y curtida, y en muchos lugares, sobre todo los que rozaban el arnés y las cadenas tenían la carne viva. Algunos se tomaban la orina de los otros. Comían solo al anochecer que era cuando terminaba la jornada de arrastrar piedras. Arrastraban piedras todo el día y el día era largo en ese lugar del mundo. Empezaba a las cinco y media de la mañana y terminaba a las nueve de lo que se podría decir noche. Los elefantes comían hojas, hierbas, raíces, ramas que les tiraban unos hombres en los corrales donde los tenían mientras el cielo estaba oscuro.
No importaba si los elefantes morían porque podían traer más de otro lugar. El mismo elefante muerto era carneado y comido por los hombres que los custodiaban. Los elefantes no sabían de ideas anarquistas ni socialistas. Agachaban las cabezas y arrastraban aquellas rocas para el templo. El templo era el regalo de un rey a la amante. El rey era casado pero no le importaba hacerle el templo a la amante en las narices de la esposa porque era muy poderoso y él hacía lo que quería. Tenía respaldo de ser un elegido por los Dioses y contra los Dioses nadie podía decir nada. Ni siquiera la esposa. La amante estaba feliz. Le encantaba mirar a esos cientos de elefantes arrastrar piedras para el templo que estaba empezando a tomar forma.
Como sabemos los elefantes son muy inteligentes, una vez después de una mortandad de unas cuantas de decenas de ellos, trajeron más, y entre ellos a una elefanta que parece que era muy valiente. Empezó a hacerles señas con la trompa a los otros elefantes. Señas donde le hablaba de la libertad. Los elefantes empezaron a hacer girar las rueditas de sus mentes y ¿cómo nadie se había dado cuenta antes? Es que nacemos así. Nos hacen creer que este es nuestro destino, les dijo la elefanta. Somos seres vivos e hijos de Dios tanto como el rey. El rey es un embustero, déspota, asesino. La elefanta removió las raíces ontológicas de los elefantes y una noche, liderados por ella, arremetieron contra los hombres que los sometían y les pasaron por encima dejándolos hechos picadillo, como ese que se unta en las galletitas a la merienda, y corrieron en manada contra el palacio donde estaba el rey para matarlo.
Estas historias siempre terminan igual, disculpen si ya se lo veían venir, una centena de soldados mató a tiros primero a la elefanta que iba a la cabeza y después a los otros elefantes. Los enormes cuerpos quedaron tirados donde cayeron. Algunos gimieron por un rato. Después el rey mando a buscar más elefantes e hizo que arrastraran a los muertos hacia un acantilado donde los arrojaron. Después esos nuevos elefantes continuaron arrastrando piedras hacia el templo, tirándose pedos, cagándose y meándose del esfuerzo. La esposa del rey sintió un remordimiento. Ganas de gritar. La amante estaba feliz, después de todo aquello había sido un gran espectáculo. El rey hizo una fiesta con mucha comida y vino y puso en el centro de la mesa un elefante de mármol. Pero a mí me gusta hacer justicia, y como en este juego soy Dios, voy a decir que la historia termina de este modo, años más tarde, otra elefante regresó con ideas de libertad, y esta vez los elefantes arremetieron contra el rey y lo destrozaron haciéndolo papilla como esa que se le da a los bebés, y a la amante le tiraron pedos, y mierda, y pichi, y la esposa por fin pudo gritar.