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Cuando empezaron los secuestros, yo enseguida vi en eso la mano de los invasores, un plan tan macabro, que Aimé no me lo quiso creer. Ella siempre me acusó de ser muy fantasioso, tal vez porque yo leía muchos libros y miraba demasiadas películas de ciencia ficción. Lo mismo me sucedió con mis familiares y amigos más cercanos, y hasta con algunos compañeros de trabajo, de los cuales Nicolás y Salvador fueron de los más acérrimos, porque siempre cuestionaban mis teorías e intentaban desprestigiarme adelante de todo el mundo.

A veces sus cuestionamientos me hacían dudar de mis propias convicciones. Pero al final yo llegaba a la misma conclusión. Había que ser tonto para no darse cuenta del plan de los invasores. Ellos solamente secuestraban a personas muy inteligentes, así como también a gente cuyo carisma sobrepasaba por mucho al de cualquier ser humano promedio. La clave estaba en eso. Despojando a la humanidad de sus miembros más capaces y valiosos, los invasores conseguirían que nuestra moral cayera por el suelo y se abriera así el camino hacia una invasión total y definitiva. Esa era mi manera de pensar aunque Nicolás y Salvador (y a veces Aimé) se me rieran en la cara.

Me sentía nadar contra la corriente. La mayoría de las personas tenían a los invasores por grandes benefactores de la humanidad, una raza de quienes podríamos obtener enormes adelantos científicos y tecnológicos. Desde ya que Nicolás y Salvador eran de esa manera de pensar. Y lograron convencer a mi querida Aimé de que los invasores no secuestraban a nadie, ya que solamente habían venido para ayudarnos. Por eso yo a veces estallaba en furia contra ellos.

Yo tenía mucho miedo por Aimé. Si los invasores descubrían su personalidad y su manera de ser la terminarían secuestrando. Porque la presencia de Aimé siempre inspiraba cosas buenas y nobles. Su mirada era profunda, capaz de hipnotizar a cualquier ser vivo, incluso a los animales. También podía disolver cualquier discordia solamente con unas pocas palabras y una sonrisa. El día que la conocí, y mucho más cuando me puse de novio con ella, descubrí que Aimé era una persona singular.

Ella era un blanco fácil para los invasores. Vivía sola en los suburbios, no tenía auto y por eso viajaba hasta su trabajo todos los días en colectivo. Regresaba de noche, cuando las calles se ponían silenciosas. Yo se lo dije, vos estás corriendo un peligro muy grande. Pero Aimé no creía en mis teorías, prefería creerles a Nicolás y a Salvador, quienes no se preocupan ni siquiera un poquito por ella. Con esa manera de pensar, Aimé conseguía hacerme enfurecer. Pero yo la amaba tanto, que si los invasores conseguían secuestrarla, la vida se me caería a pedazos.

Pero Aimé no quería cambiar su estilo de vida. Y ahora que lo pienso, aunque ella se lo hubiera propuesto, jamás lo habría conseguido, porque Aimé era luz, alguien que disfrutaba de sus mascotas, que le gustaba conversar durante horas, que leía poesía y filosofía y también escuchaba jazz en sus momentos de soledad. Pero al final yo tuve razón, porque los invasores terminaron secuestrándola.

Cuando Nicolás y Salvador recibieron la noticia, apenas se perturbaron. Yo me quise agarrar a las trompadas con ellos porque siguieron creyendo y, lo que era peor de todo, divulgando la teoría de siempre, la más popular, la cual aseguraba que los invasores habían venido para ayudarnos. Me sentía tan impotente. Ni siquiera la policía podía ayudarme ahora, con tantos casos de secuestros la fuerza pública apenas daba abasto.

Hice lo mejor que pude. Confeccioné y pegué carteles con la foto de Aimé en puntos estratégicos de la ciudad. Sin embargo yo sabía que nadie podía darme una mano, después de todo Aimé había caído en las garras de los invasores y el enemigo era implacable en su horroroso trabajo.

Extrañaba tanto a Aimé, que con el correr de los días empecé a leer la misma poesía que ella. Con bastante frecuencia me largaba a llorar a mitad de un verso que me recordaba a Aimé. Aún así conseguí terminar de leer todos sus libros, lo mismo que una buena cantidad de volúmenes de filosofía y discos de jazz. Incluso llevé a vivir conmigo a la mascota huérfana de Aimé.

Entonces me ocurrió algo extraño. Mientras recorría la ciudad sin rumbo fijo con la esperanza de tener noticias de Aimé, sentí como si la esencia de su ser invadiera mi cuerpo y mi espíritu. La sentí tan próxima que comprendí que ella estaba viva y pensando en mi. Donde sea que estuviera, Aimé extrañaba sus libros, sus discos, su mascota y su estilo de vida. Aimé también me extrañaba a mi. En ese sentido me quedé tranquilo, porque el espíritu de Aimé era tan fuerte que nada ni nadie podría doblegárselo.

Por mi parte, además de extrañar tanto a Aimé, comencé a leer más poesía y a escuchar jazz por mi propia cuenta. Por eso mis conocidos me dijeron que yo estaba distinto, como si un cambio profundo y veloz estuviera aconteciendo adentro mío, algo que excedía la desaparición de Aimé y el lógico dolor que eso me causaba. Yo estaba de acuerdo con eso. Algo estaba modificándose adentro mío. Y aunque la experiencia de Aimé me mostraba que era muy peligroso leer mucha poesía y filosofía, incluso escuchar jazz y ese estilo de música, comprendí que eso era justamente lo que yo quería, a pesar de que mi vida correría peligro. Y a pesar de todo eso estuve feliz, porque ahora tenía la esperanza de reunirme con Aimé.

Ocurrió un día de semana. Era de noche y yo regresaba a mi casa. Estaba atravesando un parque cuando dos hombres comenzaron a caminar detrás mío. Entonces comprendí lo que iba a sucederme, pero a pesar de desearlo y buscarlo, instintivamente comencé a apresurar el paso. Los dos hombres hicieron lo mismo, sin perderme pisada. Yo comencé a correr por el parque y eso es casi lo último que recuerdo. Antes de que me dieran un fuerte golpe en la cabeza, me di la vuelta y vi que mis dos perseguidores tenían la cabeza rígida como si casi no tuvieran cuello, y además les brillaban mucho los ojos.

Fue decepcionante despertar en el hospital con la cabeza vendada. Me pregunté qué les había sucedido a los invasores. ¿Al final no me creyeron lo suficientemente bueno como para secuestrarme a mí también? ¿Se habían arrepentido a último momento? Al cabo de permanecer dos días internado los médicos me dieron el alta y regresé a mi casa.

Con el correr de los meses recuperé la esperanza. La gente comenzó a darse cuenta de la verdad, los invasores no eran buenos, estaban aquí con el único propósito de adueñarse de nuestros recursos naturales. Los medios de comunicación enseguida se hicieron eco de eso. Las noticias aseguraban que la lucha contra los invasores sería cuerpo a cuerpo, porque el enemigo quería evitar que nosotros utilicemos armas nucleares contra ellos, y de esa manera le arruináramos el planeta. Por fin la gente había abierto los ojos, incluso Nicolás y Salvador también lo hicieron, por eso estaban muertos de miedo.

Las personas empezaron a armarse para defender su propiedad y la vida de su familia. Yo quise hacer lo mismo pero en aquel momento se hizo imposible conseguir un arma de fuego. Entonces hice acopio de agua y comida y me atrincheré en mí casa. Aunque no los había visto con todo detalle, estaba seguro de que los invasores eran altos, fuertes y atléticos. Se necesitaba mucho entrenamiento para vencerlos en una batalla cuerpo a cuerpo. Yo hice justamente eso, entrené mi cuerpo hasta que mis músculos quedaron bien tonificados, listos para la lucha.

La invasión comenzó un jueves por la noche. Desde las casas vecinas me llegaban gritos espantosos y desgarradores. Yo esperé a los invasores agazapado en el living de mi casa. Cuando vi que una sombra se asomaba en la ventana, empuñé un cuchillo, el cual no me serviría de nada porque el invasor me lo quitó fácilmente cuando ingresó a la casa. Tuve tiempo de mirarlo a los ojos, los cuales de vez en cuando le brillaban. El perro que había sido de Aimé le ladraba al invasor a más no poder. Durante un instante en que mi enemigo se quedó quieto en tono amenazante, me di cuenta de que tenía solamente cuatro dedos en cada mano, pero tenía garras filosas con las cuales enseguida pretendió desgarrarme. Después de aproximadamente cinco minutos de lucha cuerpo a cuerpo, mi ropa estaba hecha jorones y mi piel cortada en varios lugares.

Al verme a punto de rendirme, el invasor tomó confianza. Fue entonces que el perro que había sido de Aimé se le tiró encima y lo mordió varias veces en la cara. Cuando el invasor retrocedió, yo aproveché y agarré un pesado palo de amasar. Se lo di fuerte en la cabeza, el invasor trastabilló primero y cayó desmayado después.

Cuando el invasor volvió en sí, descubrió que yo lo había amarrado fuertemente de piés y manos a una silla. Lo primero que le grité fue decime dónde está Aimé, basura. El invasor no se mostró sorprendido de mis palabras. Al contrario, se rió como si disfrutara de la situación. Su risa era macabra. Entonces lo amenacé con quitarle la vida si no colaboraba conmigo, pero volvió a reírse como si supiera que yo era incapaz de matar a nadie, y mucho menos torturar. Pero yo tenía paciencia. Sabía esperar el momento oportuno para volver a interrogarlo.

Le pregunté si sabía lo que era una huelga de hambre. El invasor no pudo evitar abrir grandes los ojos, como si yo acabara de descubrir su punto más débil. Ahí estaba la clave. Con la inanición lograría poner bajo presión a mi enemigo. No le di de comer durante veinticuatro horas y la piel del invasor ya se estaba tornando muy pálida. Al segundo día los ojos ya casi no le brillaban. Al tercer día la piel se le comenzó a agrietar. Fue entonces que el invasor me dijo yo colaborar, yo colaborar.

Yo estaba ansioso. Lo único que quería saber era dónde estaba secuestrada Aimé. Pero el invasor me dijo humano tonto, nunca te diste cuenta de que podés ver a Aimé en cualquier momento, cuando vos quieras. Yo me quedé sorprendido de sus palabras, y como no las comprendía enteramente, le pedí que fuera más claro y específico. Vibración, me dijo entonces el invasor, recalcando esa palabra como si fuera muy importante, tenés que vibrar en la frecuencia correcta y entonces vas a poder volver a ver a tu chica, a esa tal Aimé, yo la conozco bien. Cuando dijo esas últimas palabras lo agarré del cuello lleno de furia, pero el invasor me dijo que era lo único que tenía para decirme.

No sé por qué le creí. Y "vibración". Esa palabra revoloteó en mi cabeza desde entonces. Vibrar en la frecuencia correcta. ¿Cómo podía vibrar en la frecuencia correcta tratándose de una persona como Aimé? Deduje que la frecuencia tendría que ser alta y estar relacionada con cosas como el amor y la alegría. Después de todo, Aimé era eso, amor y alegría. Pero yo me sentí incapaz de vibrar así, sabiendo que Aimé estaba secuestrada por el enemigo. Lo único que podía hacer era vibrar tristeza y decepción. Nada más. Por eso me largué a llorar y por eso también me rendí ante la adversidad.

Un amanecer, me tiré de nuevo en la cama después de haber liberado al invasor. Él ya no quiso luchar conmigo, vaya a saber por qué razón, quizás porque estaba muy débil para eso. Salió por la ventana, seguramente confiado en que la invasión avanzaba irrevocablemente alrededor del mundo. Yo estaba triste e inmóvil en la cama, tan inmóvil que casi no percibí una pequeña alteración en el espacio y en el tiempo, una sensación tan sutil que cualquier ser humano hubiera sido incapaz de advertir. El perro que había sido de Aimé seguía durmiendo pero en ese momento se despertó y comenzó a ladrar en dirección a la puerta. Yo me sentía un poco mareado pero aún así pude levantarme de la cama. Entonces apareció ella, como de la nada, rodeada de un aura que yo no podría explicar con meras palabras. Le dije Aimé ¿sos vos? Pero ella no hablaba, solamente avanzaba hacia mí con sus manos extendidas. Pobre Aimé, pensé, pobre Aimé con esas manos extendidas y con esas garras, y con esos ojos que le brillaban tanto, tanto.

Texto agregado el 28-09-2025, y leído por 205 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-10-2025 Pensé que los invasores eran secuestradores ,como los que piden dinero. Pero no,eran personas diferentes,no humanos,que al final ,más que todo a las personas las cambiaban,capaces de desaparecerlas No es imaginación;pero algo hay que es una figura de ojos brillantes que necesita nutrirse para sobrevivir ... Me dejas reflexionando impresionada, lo bueno es que volviste a ver a tu amada. Una segunda parte quizás ? Un Saludo Victoria 5* 6236013
29-09-2025 Pero que buena historia. Tus letras me engancharon desde el inicio porque combina ciencia ficción, paranoia, ternura y horror de manera muy natural. Excelente. kone
29-09-2025 Se habla de unos alienígenas que son vistos con naturalidad por todos. Quizá por eso se siente que todo es una alucinación del personaje que habla. Pero al final se dice que la joven se convirtó en uno de los invasores. Entonces se supone que sí son reales. Gatocteles
 
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