Salida
Ya estamos preparados, pero antes de que los camellos dieran el primer paso una mujer nos pidió parar:
¡Alteza! ¡«Lirecla»!
Me giré, era una mujer de unos 35 años, llevaba a volandas a un chico, supongo su hijo, de unos 14 años.
Soy Elnag, viuda del pastor que fue el primero en ofrecer su vida. En cumplimiento a su sagrada palabra, llévese a mi hijo, Leiméreta. Estoy segura de que aprenderá y se hará un hombre de provecho, haga de él el uso que quiera.
Lítor, es un crío, es contraproducente que venga con nosotros. Me dirigí al Anciano con la voz baja.
La palabra de un traniano también es sagrada, como la de tu capitán. Si rechazas el ofrecimiento estás deshonrando a la familia, que bastante tiene con la pérdida de su marido. Me respondió.
¿Qué sabes? pregunté a Leiméreta.
Conozco las historias antiguas, las leyendas que me contó mi padre. dijo casi inaudible.
Reconozco que la respuesta me desagradó, por iútil, y el resto del pueblo rio, pero Lítor, en un aparte, me rectificó:
En las leyendas hay verdad que nos puede venir bien en un momento dado. Aparte, el niño está para aprender, y enseñar es tu tarea.
Acepté, nos dejaron otro camello más y Leiméreta venía como ayudante o aprendiz. El muchacho de pelo liso revoltoso, ojos claros y sonrisa amplia, en un rostro cuadrado que aún se ve infantil, no se mostraba triste, sino estaba contento, excitado.
El plan de viaje parece sencillo: atravesar por etapas el desierto. En el este hay un muro montañoso que a su falda discurre el río. Parece lógico ir hacia el este, para asegurar el agua, pero no hay ningún poblado que nos sirva de auxilio. Es preferible ir hacia el norte, adentrando en el desierto arisco, pero que ofrece paradas hasta llegar a una ciudad, en mitad del desierto, que jamás había escuchado, Basarresinea. Desde esta ciudad, salen caminos hacia la capital traniana, Alderraburua, situada en las faldas de la montaña, siguiendo el curso del río.
Pregunté a Leiméreta el motivo de su alegría.
Por fin voy a vivir una aventura como los héroes de la antigüedad. Me respondió seguro de si mismo.
¿Qué significa la palabra lirecla? pregunté por curiosidad.
Realmente son dos palabras, liré y cla. Las dijo espaciándolas Leiméreta. Significan El rey ha vuelto.
Pero yo no soy vuestro rey, ¿cómo debe decirlo para que me entiendan?
¿Por qué no quieres ser nuestro rey? Preguntó Letarama.
No es que no quiera, es que no puedo ser vuestro rey. Yo no nací de reyes, ni fui preparado como tal. Yo soy un sacerdote.
Ya no Puntualizó Ringlowe. Es decir, que puedes abandonar una tarea, pero no quieres asumir otras.
El pueblo te aclama como rey comentó Letarama. Yo te quiero como rey.
Pero no puedo ser vuestro rey, aparte, quién me nombra rey, quién es el que me corona.
El Anciano intervino en ese momento:
¿Dudas sobre la legitimidad y la potestad? En nuestro pueblo no hubo reyes, eran tribus separadas. La primera reina las reunió todas para luchar contra vosotros. En su lugar quedó al mando el general supremo, el Condestable, pero la promesa del retorno del auténtico rey nunca ha cesado.
Eso es, ¿puedo ser legítimamente vuestro rey, cuando no tengo nada que ver con vuestro pueblo?
Entiendo tu duda, Alceril. respondió el Anciano añadiendo: Mas la Gran Reina era hija de Son, una extranjera, si ella pudo ella erigirse como reina, ¿por qué tú no?
Vuestro pueblo ansía un rey sin saber lo que es, puesto que solo ha tenido una reina, y murió asesinada. Comenté.
Tenemos al Condestable, que nos mantiene unidos. A él corresponde coronar al que retorne. Añadió Letarama.
La potestad recae sobre el condestable. Me dije en voz alta y luego lancé la pregunta: ¿Cuántos condestables ha habido, y ninguno ha escogido a alguien como rey?
Nadie se ha ofrecido. La primera fuente de legitimidad es la decisión serena, libre, irrenunciable y razonada que toda persona toma. Contestó Lítor.
Con ese argumento voy a vuestro condestable, digo: hola, quiero ser vuestro rey, y ya está. ¿Así de fácil me puedo convertir en rey? Pregunté con cierta sorna.
No te rías, Alceril, es un tema serio. Me advirtió el Anciano. La Gran Reina logró primero reunirse con todos los jefes tribales, cosa que antes no había pasado, expuso todos los planes y el consejo la aceptó como máxima capitana y, de añadido, la nombró reina. Ella aceptó.
¿Eso fue así? Preguntó Letarama. ¿Pasó un examen?
Debe ser probado. Dijo Leiméreta, recordando un verso de una antigua profecía.
La corona no es algo que se reciba pasivamente, todo monarca ha de tener un plan para con su pueblo. añadió el Anciano.
Y tú, Alceril, ya tienes un plan. Puntualizó Letarama.
Pero esto lo hago como voto hacia vosotros, como muestra de mi gratitud y amor. Comenté.
La gratitud y el amor hacia el pueblo son virtudes regias. señala, con acierto, el Anciano.
Mi pensamiento lógico se niega a aceptar ser nombrado rey. Puede que mi forma de comportarme, que mi cariño, pueda ser tomado como propio de rey. Cuando salvé a Letarama, puede ser que me presentase como un soldado valiente, luchando en vanguardia, mostrando un camino de salvación, pero yo sólo hice un acto de justicia.
Letarama, finalmente me dijo:
No te llamamos rey por tus padres u origen. Lo hacemos por tus obras.
Se pasó el día en conversación, parando para la comida, y, al llegar la tarde, se preparan las tiendas. Hay que hacer noche en un pequeño oasis, y a la tercera jornada de viaje llegaremos a Basarresinea, si antes no pasa nada que nos interrumpa, que con el ritmo fuerte que llevamos, recorremos 9 leguas (1 legua = 20.000 pies = 5.573 m) al día, puede ser que desfallezcamos o los animales sucumban.
Al alba se emprendió de nuevo el camino. Teniendo dudas, aún, del día anterior y para continuar con la conversación, pregunté a Lítor:
En mi tierra, la única fuente de legitimización es Eguan. Todo se hace según su disposición. No creo que un capricho que surja de mi mente me dé la potestad para realizarlo.
¡Gloria a Eguan! Proclamó Ringlowe.
Pero Eguan no hizo nada, solo dio instrucciones.
¡Blasfemo! increpó Ringlowe al Anciano.
Los dioses son dioses, no por sus capacidades, muchas veces exageradas por los humanos, sino porque existen de antes. Eguan, en ese sentido, es un dios. Si alguien mayor expone algo, lo normal es hacer caso respetuoso. Explicó en Anciano.
¿Hay más de un dios? ¿Para qué más de un dios? Preguntó retórica Ringlowe.
Están los Tres Sabios, que forjaron la Inquebrantable, la espada que nunca pierde. Respondió Leiméreta, contando con los dedos.
La Inquebrantable, leyenda de días muy antiguos. Indicó Letarama.
Dioses, espíritus que están desde el primer día, hay unos cuantos, pero sólo uno de ellos es el primero, el otro es un embaucador. Explicó el Anciano.
También está el Profeta. Añadió Leiméreta, recordando antiguos mitos.
Eguan es el único dios. Dijo Ringlowe segura.
También cuento al Maligno. Respondió Leiméreta a Ringlowe. Llevo cinco, ¿quién falta?
Te falta el primero de todos. Dije riendo.
Tienes razón, Alteza Majestad, ¿quién es el séptimo?
¿Por qué hablar de dioses, cuya cara no vemos? Preguntó Letarama.
Eguan nos creó a todos. Replicó Ringlowe. Conocer a nuestro protector es nuestro mayor seguro de supervivencia y obedecerlo nuestro único deber.
Te comportas así porque una divinidad te indica que lo hagas, o da la potestad al Sumo Sacerdote para ejercer esa función. Intervino Lítor.
Estoy de acuerdo. Dije.
Pero yo no tengo por qué obedecer a Eguan. Yo tengo otros dioses, ¿acaso es menor su legitimidad? Preguntó el Anciano.
Eguan es el único, todopoderoso. Los demás son ídolos de infieles. Alceril, siendo tú sacerdote de Eguan, poco defiendes tu fe. Me reprendía Ringlowe.
No he negado la existencia de Eguan, pero he visto las consecuencias de su obediencia ciega. Que se envíe a tu padre, arrase con un poblado y renuncie a ti como hija, creo que ya se ha realizado el sacrificio ritual con creces.
Te ha vencido la clemencia. Me recriminó Ringlowe.
Puede que tengas razón, no sé porque ha surgido este sentimiento, pero veo que es justo. Argüí.
Otra manera de legitimarse es la violencia. Añadió el Anciano. Por la fuerza un general puede hacerse cargo de un pueblo porque es temido por su manejo de espada.
¡Yo conozco la historia de la Inquebrantable! Interrumpió Leiméreta. Hace mucho, cuándo existía los Tres Sabios, un pueblo suplicaba continuamente auxilio. Los Tres Sabios, para su protección, le proporcionaron una espada. El que poseía la espada no perdía, y salía victorioso de cualquier batalla. El general, al principio, usó la espada para ahuyentar a sus enemigos, pero luego, le pudo la codicia, y quiso conquistarlos.
¿Sólo eso? Comenté.
Espera que falta Decía un Leiméreta todo entusiasmado. Puso a todo su pueblo en guerra, contra todos, y siempre salía victorioso. Pasaron años, y llegó un día, que uno de sus capitanes dijo que quería volver a casa. El general, lleno de ira, desenvainó la espada y mató al capitán.
Que truculenta. Dijo Ringlowe.
Aún queda más. Continuó contando Leiméreta. El general vio que la espada lo dominaba, y no saciaba sus ansias. Al final, para traer la paz a su pueblo, se suicidó con la espada.
¿Y qué tiene que ver esta historia con lo que decía? Preguntó el Anciano. Pero el muchacho tenía una cada de satisfacción, pudo al fin contar una historia.
Es cierto que si un general es bueno con su espada no encontrará oponente. ¡Ay del desgraciado que se atreva a no obedecer o esté en desacuerdo! Pero al final tu historia sí que viene al caso. Dijo Lítor a Leiméreta, hinchiéndose más. Llega un momento que el general, para justificar su tiranía, acude a los dioses, proclamando que él es un enviado para restituir al pueblo. Es una mentira que él se cree primero, porque si no se justifica, termina suicidándose o el pueblo en rebelión.
El pueblo siempre sufre. Añadí, recordando las penurias del orfanato meelita, las historias que contaban las cuidadoras, siempre agraviado y diariamente menospreciado, a pesar del Edicto contra la Segregación.
El pueblo sólo puede sufrir, no puede escoger ni decidir sobre su destino, sólo queda sufrir. Dijo Ringlowe.
Hubo un pueblo, en el pasado, los Hijos de Son, en el sur, con un reino que iba más allá de la frontera de Eguanerria. ¿A qué esa historia no la conoces, mi querido niño? Preguntó a Leiméreta.
Se enfrentaron a los Hijos de Sot, en su peregrinación. Los soóticos venían del norte y se unieron a los meelitas, antes de ir hacia el sur. Nos arrinconaron en el desierto, fue cuando la Gran Reina se rebeló y llegó hasta el valle de Croucóloc, donde fue traicionada por las sirenas.
Has resumido en una frase un milenio de historia, pero veo que sabes más allá de las historias de tu pueblo.
¿Y quiénes son las sirenas? Pregunté.
Un pueblo traidor, nada de fiar. Que se pudran. Dijo asqueado Leiméreta, haciendo un ademán de escupir, pero se le quedo a medias.
La Gran Reina era la última del pueblo sónico. Setenció Lítor.
Aunque no era la primera vez que dijo que la Gran Reina era sónica, en esta ocasión, al decirlo en una conversación más tranquila, sorprendió a Leterama y Leiméreta. Continuó el Anciano:
El pueblo sónico era muy avanzado, tenía un corpus de leyes, escritas, que todos conocían. Nosotros nos regimos por costumbres, que pueden variar, no de una tribu a otra, sino de una casa a otra. El jefe tiene que asumir algunas veces la función de juez, para dirimir las rencillas. Entre los sónicos, las leyes fueron asumidas por todos, pero no porque el que dictaba la ley fuera un dios o un tirano, sino porque la ley era dictada por una asamblea, que tenía representante de cada familia sin distinción, fuese rica y poderosa o pobre y sin influencia alguna. Esta asamblea escogía a los jueces y cobradores de impuestos.
¿Qué sucedió? Preguntó Letarama, mientras prestaba atención Leiméreta.
El sistema se enturbió. Al principio, los miembros de la asamblea eran escogidos entre todas las familias por sorteo para un periodo de dos años. Luego, al poco, se exigió que los miembros tuviesen unos requisitos de conocimientos, para hacer leyes más justas, y riqueza para mantenerse en la asamblea, para no ser gravosos al resto del pueblo. Luego se superaron el periodo de dos años, ya que podían ser reelegidos, y lo último fue que se formó un grupo dentro de la asamblea, que se autodenominó El Brazo, para ganar en eficiencia a la hora de tomar decisiones y ejecutarlas. Este grupo, que al principio se encargaba de nombrar a los recaudadores, terminó nombrando jueces, representantes y dictando leyes. Recordó melancólico en Anciano.
Al final, seguro que alguien quiso gobernar en solitario, estar por encima del Brazo y la asamblea. Adelanté.
Tienes razón, Alceril. Hubo una guerra civil, las familias pobres no representadas se unieron, pero la asamblea logró aplacar violentamente la revolución. Clamaron al cielo, fueron escuchados, y los dioses, como respuesta, enviaron a una mujer. Pero fue demasiado tarde, los soldados soóticos, que ya contaban con los eficientes meelitas entre sus filas, destruyeron todo a su paso. La mujer, extraordinaria, armada con la Inquebrantable, pudo escapar, pero se quedó sin pueblo que defender, hasta que escucho el lamento de los tranianos.
¿Era la Gran Reina? Preguntó excitado Leiméreta.
Sí, era ella. Pero por respeto al espíritu de su pueblo, no quiso alzarse con el poder, sino que hizo una especie de asamblea, reuniendo a los jefes de las diferentes tribus. Ella quiso convencerlos de que se podía luchar contra los tranianos, que se podía vencer, y fue nombrada reina por el consejo.
Si fue nombrada reina por el consejo, ella podía ejercer el poder sin contar con nadie, ya que tenía la justificación del pueblo representado por los jefes. Expuse.
Ella, para prevenir los abusos del sistema y la corrupción que asoló a su antiguo pueblo, evitó aunar todo el poder y anquilosarse. Pidió al consejo que nombrara unos ministros, que ella aceptaría sus decisiones tomadas colegialmente y que siempre consultaría.
Todo para nada. Termino quejándose Letarama.
El consejo nombró condestable al que era el primero de los ministros. Desde entonces ha estado sucediéndose. El condestable tiene la potestad de nombrar al rey y de convocar al consejo. Nunca lo ha hecho. Concluyó Lítor.
Era tan vívida la narración del Anciano, que parecía que había presenciado todos los hechos en su tiempo. Quedaron todos impresionados, se hizo el silencio hasta el tiempo de la cena.
Se pasó rápida la noche y la llegada del alba obligaba a un nuevo día de viaje.
Anciano, si la fuente divina de potestad puede ser usada por un tirano para justificar su tropelía, y las decisiones tomadas por una asamblea pueden estar contaminadas por intereses, ¿dónde está la auténtica legitimidad? Lancé la pregunta.
Nada es fiable, como aparenta tu pregunta. Nada es fiable porque las costumbres y las leyes, que son superiores, son inventos de los hombres. Todo está inventado por nosotros, hace tanto tiempo, que decimos que son normas dictadas por los dioses.
Eguan se presentó a Asín, para iniciar la Gran Migración. Dijo Ringlowe.
Eguan es uno de tantos dioses que, sabiendo de la debilidad de los humanos, se ha aprovechado. Eguan, mi querida niña, es un embaucador. Siento que te turbe mis palabras.
¿Qué pretende Eguan? Pregunté. Ha dado una buena tierra a quién le ha seguido, y mantiene a los infieles a raya. He visto que su castigo puede ser desproporcionado, pero ha cumplido con su palabra.
Ringlowe mi miró orgullosa.
Te puedo asegurar que yo no pretendo nada. Respondió el Anciano. Después de una pausa, Lítor continuó su exposición:
No pretendo causar daño con mis palabras. No sé la intención de Eguan. En un principio creía que quería destruir todo, pero no pudo. Quería controlar todo, pero no pudo. Creó al hombre con el encargo de dominar el mundo. Parecía que el invento le había salido bien, pero el primero de los dioses, en vez de eliminar la abominación de Eguan, creó a la mujer. La mujer como ser perfecto, completo, dijo. Creo que el pensamiento del primero de los dioses es muy optimista.
El mundo no ha ido tan mal con nosotras. Se defendió Letarama.
Tampoco sé la intención de Uniavi, el primero de los dioses.
Anciano, hablas como si conocieras a los dioses. Dijo Leiméreta.
Eres un niño muy espabilado. Tengo muchos años, he viajado mucho y leído más. Es tan amplio el mundo, nos ofrece tanto, que el no quererlo ver es el mayor de los errores. El mundo, el contacto con sus gentes, es la mayor escuela. Los libros nos cuentan cosas, interesantes, pero el mundo ofrece la oportunidad de experimentar, entonces, sólo entonces, es cuando adquiere sentido lo leído. Si te levantas e inicias el día atareado, sin detenerte ni siquiera a dejar que un rayo rosado de la aurora toque tu rostro, te lo aseguro, ese día ya lo tienes perdido.
Bonitas palabras, Lítor. dijo Letarama.
Los dioses no están tan separados de nosotros. Eguan, por ejemplo, ha realizado proezas, puede que detestables, pero se ha mostrado. Continuó hablando el Anciano.
Pero nosotros, los tranianos, hemos sido abandonados por los dioses. Protestó Letarama.
No, nunca los dioses han abandonado la creación. La naturaleza, que muestra una relación maravillosa de todos sus seres, nos provee de alimentos y cobijo; eso es una muestra sencilla de que están ahí, velando por nosotros. Cuando no nos dejamos tocar por un rayo matutino estamos rechazando el saludo que los dioses nos envía.
Pues últimamente los dioses están un poco agobiantes mandando saludos tan afectuosos y cálidos bromeó Leiméreta.
Pero parece que estamos abandonados continuó con la protesta Letarama.
No sabemos ver, no tenemos el conocimiento suficiente, ni nosotros mismos sabemos quiénes somos; ¡cómo para increpar a los dioses su hipotético abandono! Se alteró el Anciano. Los dioses caminan con nosotros, eso debe ser fuente de alegría.
Pero no podemos negar el sufrimiento, ¿dónde están los dioses? preguntó Letarama.
La alegría es caminar junto a los dioses, pero ellos nos dieron ojos, corazón e inteligencia para algo, ¿no? de este modo remató la pregunta Lítor.
Estaba a punto de caer la tarde, alcé la vista y vi un anillo amurallado.
¿Basarresinea? Pregunté
Sí, «Las Murallas en Mitad del Desierto» Confirmó el Anciano.
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