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La ciudad no dormía; rugía.

Los rascacielos se alzaban puntiagudos perforando la negrura de la noche mientras los suburbios se hundían en penumbras intermitentes, iluminadas solo por letreros de neón y el parpadeo caótico de los semáforos. El olor a gasolina, lluvia y basura se mezclaba en el aire, impregnando cada esquina.

Era un caos de claxonazos, motores y gritos lejanos… el lugar perfecto para que algo monstruoso se ocultara a simple vista.

En lo alto de un edificio, una figura acechaba, agazapada como un animal enfermo. No era la elegante silueta de un noble inmortal: su cuerpo parecía quebrarse en ángulos imposibles, con una delgadez cadavérica cubierta por una piel grisácea y húmeda, casi traslúcida. Su boca estaba deformada, demasiado amplia, y sus colmillos sobresalían incluso cuando no estaba sonriendo.

Pero sonreía. Siempre sonreía.

Su nombre se había perdido siglos atrás, pero el miedo lo rebautizaba cada vez que cazaba.

Sus ojos amarillentos escudriñaban el flujo de gente en la calle, buscando al candidato perfecto. No solo buscaba alimentarse. Buscaba arte. El arte del terror.

Su respiración se aceleró cuando vio a un hombre caminar solo, distraído, con la mirada fija en su teléfono. La presa ideal: confiada, débil, ignorante.

—Qué hermoso será… —gruñó, con voz gutural y húmeda, más animal que humana.

Se dejó caer desde el edificio. No hubo ruido, solo el latido de la ciudad y el de su propia hambre.

Se deslizó por un callejón, su cuerpo deformándose mientras avanzaba: sus brazos se alargaron grotescamente, los dedos terminando en uñas negras y curvas, y su espalda se arqueó hasta que la carne pareció tensarse como una cuerda a punto de romperse. El hedor a podredumbre lo rodeaba, mezclándose con el de la lluvia estancada.

La víctima, sin sospechar, sintió de pronto una corriente helada a sus espaldas. Se detuvo, inquieto.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó, girando sobre sí mismo.

La criatura se ocultaba entre sombras, observándolo con deleite. Le gustaba ese momento: el instante en que la presa percibe el peligro pero aún no entiende qué es.

Dejó escapar un sonido extraño, un silbido profundo y resonante, como un susurro que emergiera de una tumba.

El hombre retrocedió, aterrorizado.

—¿Quién está ahí? ¡Sal de una maldita vez!

Entonces, el vampiro emergió.

Su rostro se contorsionó en una mueca grotesca, la boca abriéndose demasiado, los colmillos brillando bajo una luz parpadeante de un poste.

—Salgamos, pues… juntos —ronroneó, con una voz quebrada y burlona.

El hombre gritó y corrió, pero era inútil.

La criatura se movió con una velocidad antinatural, un borrón gris que lo alcanzó en segundos. Lo derribó de un zarpazo, hundiendo sus uñas en su abdomen y arrastrándolo por el suelo mojado hasta una zona más oscura.

El olor a miedo era embriagador, más delicioso que la sangre misma.

—Shhh… —susurró, acercando sus labios deformes al oído del hombre—. Si gritas, durará más.

La víctima temblaba, sollozando.

—P-por favor, no quiero morir…

El vampiro soltó una carcajada que resonó como el crujir de huesos.

—Oh, morirás. Pero el verdadero placer está en cómo.

Se abalanzó sobre su cuello.

La sangre tibia brotó a borbotones, y la criatura bebió con avidez, gruñendo entre sorbos. No era solo hambre; era éxtasis. Cada trago lo llenaba de un poder corrupto y de una felicidad retorcida.

Cuando terminó, dejó caer el cuerpo sin vida como si fuera un juguete roto.

El vampiro se incorporó lentamente, limpiándose la boca con la lengua alargada y bífida.

Su risa se perdió entre el rugido distante del tráfico y las sirenas que se aproximaban.

Trepó por la pared de un edificio cercano, se detuvo en la azotea para mirar hacia abajo.

Un grupo de curiosos se aglomeraba alrededor del cadáver, sus rostros bañados por las luces rojas y azules de las patrullas que acababan de llegar. Los policías avanzaban entre gritos y gestos firmes, apartando a la gente y ordenándoles permanecer cerca para tomar sus declaraciones.

El caos se mezclaba con el murmullo nervioso de los testigos, algunos queriendo irse, otros hablando a la vez.

El vampiro contempló la escena con deleite, su silueta deformada recortada contra el cielo lluvioso.

—Miren cómo se agitan —susurró, divertido—. Y pensar que aún no saben que yo sigo con hambre.

Sonrió, mostrando una hilera de colmillos imposibles, y desapareció entre las sombras, dejando atrás a la ciudad… y el caos recién sembrado.

Texto agregado el 26-09-2025, y leído por 99 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
03-10-2025 Creo que me voy a convertir en vampiro, ávido del zumo de tus estupendas letras. XZEPOL
03-10-2025 Gua, que manera de contar ese tremendo cuento de terror, realmente coloreaste un cuadro estremecedor. Abrazo Lagunita
01-10-2025 ¡Uy mujer, resultaste ser multifacética en cuanto a las temáticas de tus publicaciones! Tu narrativa me encanta porque permiten imaginar cada escena a modo de imágenes consecutivas con magia y maestría. Mis aplausos para ti. Gracias. gsap
01-10-2025 Ufffs Kone,que bien relatas,he quedado con una sensación que no había sentido. De miedo,terror y tantas otras. Creo que es un texto tan bien logrado,que hace que el lector se involucre y sienta un miedo terrible... Además se imagina un hedor insoportable ... Me arranco... Felicitaciones 5* Un fuerte abrazo Victoria 6236013
01-10-2025 Un relato que se me antoja cinematográfico, pues incluyes en él aspectos de una ciudad, con todos los ambientes, no solo naturales, sino también materiales, hasta el ruido de las sirenas se sienten en tu texto. Me encantó, saludos y estrellas. nelsonmore
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