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Expectante

Así estaba, a la espera de saber el contenido de la carta. Tancroato estaba serio, no comentaba nada, lo cual no era un buen presagio. Malas noticias, estaba seguro.
— Maestro, por favor, ¿qué pone la carta? —rogué de nuevo, y se me eternizaba la espera.

—«Víspera del demedio del mes 10B Año 1621. Orden del Sumo Sacerdote según la Orden de Asín.
Estimado Maestro Tancroato:
Debido a la falta de fe, falta de piedad y de comportamiento ortodoxo del pueblo de Reboína; la no conversión de los bárbaros nativos y la relajación de las normas, exhorto a una severa penitencia. Pedimos a Eguan, nuestro Amo y Señor, que su fuerza realice la conversión de los infieles, y con ese signo todos creamos en su Poder Infinito. Para que su ira no se derrame sobre la Tierra, como en la época oscura, para el aplacamiento sacrificaremos una virgen del pueblo de Reboína en su Altar en la Tierra. La misión requiere el servicio de un guía en exclusiva, para la protección, sacrificio ritual y acción de gracias. Esta grave responsabilidad recae sobre Alceril, que Eguan le tenga en su gracia. Esta es la Voluntad de Eguan, recogida por su humilde servidor, y dada en Elaratav.»


Hubo silencio, no porque yo tuviera dudas, sino porque el Maestro seguía compungido con el texto de la carta. El Maestro incluso giraba la carta, buscando otro tipo de texto, como si hubiese disposiciones adicionales. El intento fue en vano. El Maestro me dijo:
— Llevamos ya más de mil años sin sacrificios —Había enfado en su voz. Continuó hablando:
— Eso se hacía cuando éramos primitivos y supersticiosos. La llegada de Asín nos salvó de esa barbarie. Incluso después de su sacrificio nuestro pueblo fuera reticente en aceptar la fe en Eguan.
— Hay que cumplir la voluntad de Eguan — señalé.
— ¿Entiendes cuál es la voluntad de Eguan? ¿Sabes cuál es el altar de Eguan en la tierra?
— Es Síneg— respondí.
— Si, el volcán Síneg, situado al norte, al otro lado del desierto, ¡ni siquiera sé la distancia a la que está!
Reboína, que está en alto, deja ver una perspectiva del desierto, que se extiende varios kilómetros, tantos que los ojos no alcanzan a ver su fin. Intentar atravesarlo significa...
— Muerte es lo que te espera si te atreves a poner un pie en ese maldito desierto —objetó Tancroato a la misión—. Y no trabajaran mucho los tranianos para matarte: el desierto se encargará de hacerlo.
— Entiendo su enfado, Maestro, pero una orden es una orden —repuse.
— ¿Qué has hecho para merecer semejante castigo? Si fallar es causa de muerte, ¿cómo nos haríamos hombres? Muchas veces se ve a las liebres escapar de su depredador, teniendo más oportunidades, y siendo más fuerte crear una prole mejor, ¿tú no te puedes escapar de tu fallo? Se puede tropezar en una piedra, pero no debemos hacer que la piedra sea una montaña.
— El Sumo Sacerdote estaba muy suspicaz con los gritos de los tranianos, aparte, descubrió mi capacidad de desdoblarme.
— Fueron momentos de confusión, como el primer servicio, permitiendo que los meelitas se ubicaran en la Sala Noble; pero los resolviste con gran elegancia.
¿Debía contar como fue la conversación con el Sumo Sacerdote? Parece que el conocimiento de la existencia de la sala está vetado a todos, incluso a los héroes como Tancroato.
— Debería ir a Elaratav, y protestar ante el Sumo Sacerdote. Como Maestro seguro que me escucharía. Aparte, esta carta también es una afrenta para mí: cuestiona mi trabajo, cuando he sido el primero en luchar para mantener esta población bajo dominio de Eguan.— Protestó Tancroato.— Los tranianos, supersticiosos, jamás se convertirán, tienen mucho orgullo.
— Maestro, debemos cumplir la orden, y lo sabe. Tenemos voto de obediencia.
Tancroato agachó la cabeza, mirando al suelo, dijo derrotado:
— ¡Es que vas a morir! Te tengo aprecio, además, un aprendiz no viene mal para mantener el ánimo en la comunidad. Cada vez los tranianos atosigan más, quieren recuperar su ciudad.
— Debemos hacer lo que debemos hacer, sin mirar otras cosas o causas.— Comenté al Maestro.
— Tienes razón.— Dijo resignado.— Vamos a mirar en el registro del Templo, para saber quién será la virgen sacrificada.
Todos los Templos tienen un registro. La finalidad inicial era controlar el nacimiento de primogénitos y de hijas. La familia debía declarar todos los nacimientos. Si era el primer hijo, se le asignaba un guía, que realizaba el sacrificio. También se controlaban las hijas, y todas las mujeres entre 9 y 20 años podían ser sacrificadas por orden del Sumo Sacerdote.
No todos los primogénitos fueron sacrificados, Asín fue salvado por su madre. Asín, el Gran Profeta, el Preferido de Eguan, descubrió que él era la causa de la furia de su Señor, ya que siendo primogénito no fue sacrificado. Como ejemplo de valor, él mismo subió al cráter del monte Síneg, arrojándose. Hubo una época que los sacrificios siguieron realizándose, pero Eguan nos envió indicios de que estaba satisfecho, y seguía dando su inestimable apoyo a su pueblo, los hijos de Tran. La costumbre terminó por perderse, aunque no está prohibida. Muchas familias temerosas han sacrificado a sus primogénitos.
Afortunadamente, el registro de Reboína es pequeño, sólo tiene registrado las entradas de menos de 40 años, y se reduce al control de las familias que componen la colonia meelita.
— Ringlowe Alastanaré. Hija del Capitán de la guardia.— era la primera que aparecía en el registro.— Según el registro ha cumplido 19 años el pasado mes.
— Algo mayor, puede que no sea virgen. — puso reparos mi maestro. — ¿Quién es la siguiente?
— Primero preguntamos a Ringlowe si es virgen, ya habrá tiempo después para buscar a la siguiente.
Salimos del templo, dirigiéndonos a la colonia meelita. En el camino estaba pensando en la forma de comunicar la orden a la muchacha. Lo fácil sería decir que no era virgen, evitando una muerte segura pero no la cólera de Eguan. “El temor al juicio de Eguan hace que se abran los labios de los mentirosos y el perezoso sea diligente” era una máxima que defendía Luichamar, mi guía en el Seminario.
Tancroato me miraba, creo que comprendía mis dudas.
— Hijo, antes te mentí. No llevamos mil años sin sacrificios.— Me confesó Tancroato.— Hace sesenta años fui requerido para un servicio igual. Ella se llamaba Lapramatiava, tenía 15 años. Aún recuerdo sus ojos azules mientras era arrojada al Síneg. Cuando era aprendiz, fui muy listo, presto a obedecer las indicaciones de mis guías sin rechistar y rápido en aprender las lecciones. Cuando terminé, como era el número uno de mi promoción, mi primer destino fue en Elaratav, como secretario del Sumo Sacerdote.
Yo estaba sorprendido.
— Sí, yo también he vivido en ciudad.— dijo riéndose Tancroato al darse cuenta de mi asombro.
— ¿Qué pasó?
— A pesar de mi inteligencia, no pude refrenar el impulso de mi juventud. Un día quise pasar a una sala, apartada y muy oscura.
El Sumo Sacerdote mi vio, e hizo ipso facto el decreto. Creo que él no confiaba en que yo pudiera cumplir la misión, sino que el desierto me matara.
Es dura la historia de mi Maestro.
— ¿Por qué el Sumo Sacerdote dicta semejantes edictos?
— Siempre que hay algo que amenaza su poder. Está claro que debemos aceptar el destino y las órdenes dadas desde lo más alto. Es una necedad luchar contra ellas.
— ¿Cuándo visitaremos a Ringlowe?—Pregunté.
—Cuanto antes. Como guía y protector debes ser tú quien de la noticia y recoja a la sacrificada, llevarla al Altar de Eguan en la Tierra y ejecutar el sacrificio.
—¿Es difícil llegar a Síneg?
—Acompáñame y verás.
Tancroato me dirigió al borde del precipicio, me indicó que mirase al norte.
— ¿Qué ves? —Me preguntó el maestro.
—El desierto. —Respondí.
Desde la altura de la altiplanicie se veía el desierto, con algunos puntos verdes que serían ocasionales oasis. Más allá, en el horizonte, sólo se ve arena.
—Si mantienes el rumbo, todo al norte, te toparás con la Cadena Montañosa. Al oeste de la cadena, en su extremo, está Síneg. Son bastantes días, es un viaje con escalas. Debes parar para descansar, alimentarte, buscar agua.
Después de pasar un tiempo contemplando el desierto, Tancroato me dice:
— Prepara el viaje, recoge el sacrificio. Ser Guía es un Alto Honor, pero una gran responsabilidad, que corresponde completamente a ti.
— Vamos a la colonia meelita, a recoger a Ringlowe.
Nos dirigimos a la ciudad, llamando a la puerta del capitán de la guardia.
Nos abrió la madre de la casa, muy efusiva, pero respondí de forma seca:
— Soy su seguro guía y sirviente. Vengo a recoger a Ringlowe Alastanaré, para cumplir con la voluntad de Eguan y del Sumo Sacerdote según la Orden de Asín. ¿Está Ringlowe en casa?
— ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué me robas a mi hija? Marcharos de aquí, malditos. — Nos echaba la madre de la casa.
Tancroato me miraba fijamente, pero no comentaba nada, toda la responsabilidad del viaje me correspondía.
— Mujer, no sea blasfema, es un honor ser la escogida.
— Siempre nos toca a nosotros, a los meelitas, ser los sufridos destinatarios de la ira de Eguan.
— No sea blasfema, que la ira de Eguan nos llega a todos. ¿Dónde está Ringlowe Alastanaré?
— Madre, — respondió una voz desde dentro, — no sufras. Ahora salgo.
Al momento salió Ringlowe. Se trata de una joven meelita: blanca de piel, ojos oscuros, labios finos y nariz respingona, todo en un rostro redondo, sin ángulos.
— Soy su Seguro Guía y Servidor, Alceril de Reboína. —Me presenté, y continué preguntando: — ¿Permaneces virgen, Ringlowe?
— Sí.— Contestó ella, ante la mirada atónita de la madre. Otra respuesta hubiera evitado la tragedia, pero Ringlowe prefirió responder afirmativamente.— No conozco a ningún hombre.
— Ringlowe Alastanaré, acompáñeme al templo, para preparar el viaje.
La madre estaba llorando, el padre que llegaba en ese momento, maldiciendo.
— Padres, tranquilos. Entiendo vuestro dolor, pero no podemos rechazar la voluntad de Eguan, no debemos. Guía, estoy preparada para el viaje.
Interiormente me impactaba la ataraxia de Ringlowe. Nos dirigimos al templo. Se preparaba el viaje con las bendiciones y oraciones, la carga de víveres y el descanso. Apenas salga el sol, el viaje empezará.
— Precaución. — No cesaba de repetirme Tancroato, que intentaba aconsejarme antes de mi partida hacia el volcán. — El viaje es muy duro, peligroso. Si no acaban contigo los tranianos, será el desierto, la sed o la locura. Recuerda la ruta que te señalé, irás de oasis e oasis, podrás recuperar fuerzas y completarás la misión.
— ¿Si me pierdo?
— Que Eguan te acoja en su seno.
— Que Eguan te acoja en su seno. — Me despedí de Tancroato.
Ya salimos, al alba, Ringlowe, impasible, conocedora de su destino, y yo, que sin saber muy bien mi futuro, intentaba sonreír y no mostrar miedo. Giré la cabeza, ya todos se daban media vuelta, menos la madre de Ringlowe y un inquisidor. El Sumo Sacerdote quiere asegurarse de que su voluntad se cumple.
Lo primero es dirigirse al este, encontrar una rampa de descenso. Reboína está situada en alto, todo nuestro país está en alto, y un acantilado, una pared de 6000 pies, nos aísla del desierto.
Se puede decir que el desierto, el castigo de Eguan a los idólatras y traidores tranianos, está aislado por un gran arco de montañas, estando en el norte, en la punta, Síneg, el Altar de Eguan en la Tierra. En el oeste el océano Énerum, y al sur la altiplanicie, la rica, la fértil y próspera tierra sótica, premio de Eguan y que cualquier sacrificio es poco para mantenerla.
La ruta empieza con la marcha al este, para encontrar al Bajada de los Cobardes, rampa así bautizada por Tancroato, que, según él, por ella huía el ejército traniano. La rampa es estrecha. Se trata de una escalera, en zigzag, con descansillos, tallada en la roca; en cada descansillo hay una garita de guardia. Descender esos peldaños, húmedos algunos, estrechos, otros con roca no fijada, y con los caballos, es peligroso:
— ¡Cuidado, Ringlowe, arrímese a la pared!
Cada tramo del zigzag que se descendía aumentaba la sequedad del ambiente, y cada vez era más patente la aridez del desierto. Miré una vez hacia arriba, a la pared vertical, y observé una pequeña nube pegada, que impedía ver la cima. Después de seis tramos estamos pisando el desierto. Ya estamos fuera de casa.
La perspectiva cambia. Lo que arriba parece puntos verdes y oasis situados uno cerca de otro, abajo son dunas. Los caballos empiezan a andar a su ritmo, y dirigimos nuestro paso hacia el norte, al primer oasis. No debemos desviarnos del rumbo, la idea es llegar a las Montañas Negras, ir al oeste, y al final de la cordillera está Síneg.
Ringlowe no me dirige la palabra. No puedo culparla. Admiro la manera que acepta sus responsabilidades, o es escudo frente al dolor y el destino pero esa impasibilidad hizo más daño a su familia. El llanto de la madre ha tocado mi conciencia y, aunque ella ha asumido el destino de la humanidad sobre sus hombros, me pesa ser su verdugo.
— Siento lo que te va a pasar.— Intenté iniciar una conversación.
— No es tu culpa. Todos debemos mucho a Eguan, nuestro Señor. Muchas veces dormimos y no damos las gracias. Contra los deseos de nuestro Señor, lo único que podemos hacer es obedecer.
“Algo de culpa si que tengo”, pensaba. Ahora, ya con el Sol en alto, recordaba los sucesos.
— ¿Por qué suceden las cosas?— Pensé en voz alta.
— Mejor no pensarlo, sólo es abandonarse al destino.
— Tienes razón, mejor no pensarlo. Luchar contra Eguan es morir, no somos dioses, y luchar contra el destino es necedad. Las cosas superiores se aceptan. Si cada uno de nosotros permanece en su puesto se construye un pueblo próspero.
Empezamos a bajar una duna y el caballo se hunde hasta las rodillas. Por lo repentino del movimiento y la inclinación de la duna salgo despedido. La firmeza de la arena ha cambiado, es más blanda y me hundo. Intento sacar el caballo, cuando el de Ringlowe cede.
Intento ir hacia ella, es la prioridad, mantenerla a salvo. El caballo de Ringlowe logra salir de la arena, pero al dar otro paso se hunde de nuevo, todo nervioso. El mío hace lo mismo, pero me da un golpe en la cabeza, me desestabiliza y me tira, rodando por la ladera de la duna.
Todo gira muy rápido, no soy capaz de controlar el movimiento y, sin remedio, caigo en un agujero.
Es un pozo, un pozo sin brocal. Un maldito agujero de 9 pies de profundidad. El golpe es tremendo, siento mucho dolor, sólo grito. No soy capaz de articular palabra. Escucho en la lejanía:
— ¿Estás bien?— Preguntaba Ringlowe asomándose.
— ¡Ten cuidado! ¡Aléjate!
— ¿Qué hago yo sola? — Se lamentaba Ringlowe.
No sé la razón, si fue un tropiezo, impulso o un golpe, como en mi caso, Ringlowe se precipitó al pozo.
— ¡No! —grité, aumentado mi dolor.
Ringlowe se llevó un golpe en la cabeza. Limpié la herida con un jirón de la túnica y el agua fresca del pozo, y la hice una venda para apretar e intentar cortar la hemorragia.
Miré hacia arriba, «¡qué difícil es aceptar el destino algunas veces!». No creo que me pueda sorprender más.

Texto agregado el 24-09-2025, y leído por 44 visitantes. (0 votos)


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