Edmundo, estaba inconforme con su nombre, no le sonaba bien. Esta situación, lo entristecía en exceso. Por él se habría puesto un nombre claro que brillara mucho, Luna era el nombre anhelado, pero con ese nombre debía maquillarse y vestirse de mujer, se lo imaginan con esa panza y blusa ombliguera, la cantidad de piropos de todos los colores que recibiría. Él, no quería que se burlaran, ni seguir con su tristeza, así que eligió otro nombre y se fue a la notaría más cercana a averiguar los requisitos y el dinero que le cobrarían por ese cambio de identidad.
Estaba decidido a dejarse de llamar Edmundo, cueste lo que cueste. Desde ese día, empezó a dormir más tranquilo, antes tenía pesadillas terribles. Reunió rápido el dinero y sacó los documentos exigidos por la notaría. Corrió como una gacela hacia el lugar que le permitiría llamarse como él quería. Edmundo, sería asunto del pasado. Dos horas duró esa diligencia, pero valió la pena, al llegar a su casa, con mucha alegría dijo.
-Por fin he dejado de ser Edmundo.
Enseguida destapó una botella de vino peruano y se la tomó copita tras copita, escuchando corridos, esa era su música preferida. A las dos horas de estar tomando vino, le dio ganas de orinar, se incorporó con algo de dificultad y con pasos torpes se dirigió al inodoro, con tan mala suerte que se cayó al piso a la mitad del camino. La caída le produjo una fractura en el brazo izquierdo. Gritó fuerte para que vinieran a auxiliarlo, los vecinos llegaron al rato y lo llevaron a un centro médico.
En el hospital, los médicos le preguntaron el nombre, luego le hicieron la historia clínica. El médico lo miraba con asombro primero y luego con ironía. Enseguida, le dijo:
-Qué nombre tan hermoso.
Edmundo, le respondió.
-El mejor que pueda existir.
Tan pronto como pudieron los médicos, le tomaron una radiografía y resultó que tenía fractura abierta, tenían que ponerle clavos para facilitar la curación.
Después de dos horas empezó la cirugía y terminó tres horas después. Menos mal que Edmundo ya había terminado sus estudios de gastronomía, solo restaba la ceremonia de graduación, la cual se realizaría dentro de un un mes. Edmundo, alcanzó a avisar al director del colegio, el cambio de nombre, aunque para sus compañeros seguirá siendo Edmundo.
Edmundo, siguió las instrucciones del médico al pie de la letra, de esa manera evolucionó favorablemente, aunque tenía que seguir enyesado dos meses más, por la gravedad de la fractura. El día de l graduación llegó, Edmundo pudo colocarse la toga, gracias a que son anchas, también se puso el birrete. El programa se iba desarrollando, de acuerdo a la programación y el protocolo que se acostumbra para este tipo de eventos. Hubo discursos, música y premiación a los alumnos más destacados. A Edmundo, no lo tuvieron en cuenta para nada. Después de dos horas llegó el momento esperado, es decir la entrega de diplomas. El maestro de ceremonias, uno a uno fue llamando por orden alfabético a los graduandos, cuando llegó a la letra RR, el maestro de ceremonias sonrió y luego llamó a Asnoraldo de la Purísima Concepción de todos los Santos Rojas Riquelme y otras hierbitas más.
Al escuchar ese nombre, los graduandos y sus respectivos acompañantes, soltaron una carcajada tan estruendosa, que hizo caer al piso a Edmundo, fue tanta la vergüenza y los nervios y el infortunio, que se fracturó el brazo derecho.
Tan pronto como pudieron, los socorristas de la Cruz Roja, lo trasladaron a un hospital. Los compañeros, no paraban de reír, uno de ellos dijo.
-Con razón se hacía llamar Edmundo, el más bobo del mundo. |