Después de haber subido a la mini planicie de esa parte de mi pueblo, mi abuela me la hizo recorrer completa. Y llegamos a su casa una mañana. Justo al comienzo de una elevación, adversa a la hondonada de donde me trajo. Y al entrar a su hogar, lo primero que pasó fue la presentación con mi abuelo. Usando su nombre de pila y uniéndolo al grado familiar qué nos uniría para siempre.
Pero, la verdad, es que todo comenzó con su observadora é intrigante mirada. Sin embargo, lo que siguió fue su patrón de conducta por siempre: su excelente caligrafía, su sentido de la amistad, su multifacética ocupación y la incorporación que logró, al unir la vida familiar con el tren citadino; aunque en una escala menor. Lo cual fue mucho, comparado con mi estancia al lado de mis bisabuelos.
Y el caballo y su bicicleta para un niño fueron elementos nuevos y vitales. También, lo de entrarle a lo que fuese necesario dentro de la casa, qué sólo me fue comparable con el ágil manejo del campo del bisabuelo. Y mi constante cambio de edad y la escuela fueron expectativas qué nunca escaparon de su ojo. Ése, que me observó al cruzar por primera vez el umbral de su bohío.
Hasta qué llegó la pubertad. Con sus modulaciones, cambios, descubrimientos y lo de ver algo, hasta ahí, dominado por la indiferencia. Cosa, por la que descubrí en su mirada una dimensión felina. Y hablo del naciente interés por otras cosas. Y me sentí seguido más de cerca por el ojo del tigre. Ó, por ese haber sido suyo, que podía inferir como mío al momento presente.
Y era qué mi abuelo capturaba cada mirada mía hacia una chica. Y podía penetrar en lo que yo creía ser un lenguaje sólo mío. Y le llevaba cuatro pasos de adelanto a mis planes. Y, ciertamente, siempre llegó primero que yo. Pero el colmo de todo ocurrió cuando una joven de mi barrio avanzó por un sendero prematuro para mi. Y que de tal confrontación vino mi resabio para con ella.
Entonces, ella depositó su queja en el cerebro de mi abuelo. A quién escuché con respeto y temor. Aunque, ignoraré por siempre, lo qué la llevó a adivinar el temor qué siempre le tuve al ojo del abuelo.
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