TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / netlobox / Vida de Alceril - Cap. 2

[C:623659]

Tranquilo

Así me sentía. Tuvo razón el Maestro cuando me recomendó que me olvidara del encapuchado. Las tres semanas siguientes se pasaron rápidas y sin incidentes. Sólo trabajo duro, vivir en condiciones ascetas y ser feliz, aunque me costaba mucho en mi interior unir ambos conceptos, y renunciar a tantas comodidades. Ya se acercaba el invierno y el frío de la noche empezaba a entrar en mi cuerpo.
Los días de culto los meelitas se posicionaban es su lugar, en la Sala de Mezcla, dejando la parte Noble vacía. Mi conocimiento de lengua meelita vino muy bien al Maestro, para acercarnos a la colonia, que vivía a las afueras del poblado, aunque dentro de las murallas. Me interesé en saber como se puede aguantar una vida en un poblado dónde somos considerados escoria, como poco.
— Son gente trabajadora, pacífica y resignada. Tal vez anhelen su retorno al desierto —comentaba el comandante de la guardia—, pero son hospitalarios.
— Pero si son hospitalarios, ¿por qué se enfrentan a nosotros? —quise saber.
— Imagina que te abren la puerta, te pasan al salón, te dan agua, comida, conversación. Pasada una hora, sin avisar, te levantas, vas a su corral y te llevas dos cabras y deshonras a una hija, ¿qué opinión tendrían de ti?
Me quede callado ante la pregunta retórica
— Puede ser que usted no haya hecho nada en contra de esa gente — continuó el comandante—, todo viene de muy lejos
— Parece que está a favor de los infieles, mi comandante. ¿No tendrá duda de fe, sobre la Verdad de Eguan?
— ¡Maldita sea! — se incorporó el comandante furioso, se levantó la camisa dejando a la vista una herida que cruzaba el pecho de un costado al otro. — ¡Aún no habías nacido cuando me hicieron ésto!¡Todo por defensa de la Verdad!
— Eso fue en la revuelta de hace 30 años. Yo era el sacerdote destinado aquí, este fue mi estreno el primer día. También sufrí.— Intervino en ese momento Tancroato, arremangándose mostró las heridas.— Se luchó, se venció y al día siguiente comencé a levantar el Templo.
— Eso es cierto, la historia está ahí para recordarla, no para llorarla, no sea que las lágrimas te tapen los ojos y no te dejen ver el futuro —añadió el comandante.
— ¿Cuál es el futuro? —No debí pronunciar la pregunta, realmente estaba pensando en voz alta.
— Tú y yo, todos nosotros. La civilización —me respondió el comandante sujetándome los hombros con las manos, transmitiendo su fuerza—. No lo dudes, los bárbaros acabarían contigo sin dudarlo —me avisó el comandante, clavando su mirada fijamente.
A mis 18 años tenía claro quiénes eran mis enemigos: los tranianos.
— Comandante, deje al chico, que tenemos hoy servicio, y debemos prepararnos.— Comentó el Maestro, e inmediatamente me soltó.
Nos despedimos del jefe de la guardia de la colonia meelita, y nos dirigimos al Templo, al entrar al Templo nos llevamos una sorpresa.
— Buenos días.— Saludó con voz seria, profunda y tranquila el encapuchado, que tenía detrás a un pelotón de guardias templarias.
— Buenos días, Inquisidor.— Respondía Tancroato, dando un paso adelante e impidiendo que hablara, ya que me sujetó la mano.
El ambiente era enrarecido, el Maestro conocía la existencia del Inquisidor, que estaba vigilando todos los movimientos del Templo, y su voz denotaba la desconfianza. Sinceramente, no esperaba encontrarlo de nuevo.
El inquisidor, que no lograba ver su rostro, me obsrvaba fijamente, podía notar su mirada.
— ¿Se porta bien el aprendiz, Maestro Tancroato?
— Sí, obedece presto y aprende con diligencia.
— Su primer oficio causó revuelo, ¿no es cierto?
— Ha corregido su error, al siguiente oficio no hubo problemas, los meelitas volvieron a su lugar de culto, y ya han pasado cuatro semanas.— Trató de defenderme mi Maestro contestando sin titubear, sin pasar tiempo desde que el Inquisidor formuló la pregunta.
— Tampoco su segundo oficio fue limpio.— afirmó el Inquisidor, sin llegar a preguntar, con tono incrédulo e irónico.
— Dejó la postura de un Sacerdote de Asín bastante clara, defendió con su integridad física su creencia en Eguan. Considero que Alceril no sólo es limpio, sino, además, purga.— Se mostró firme el Maestro.
El Inquisidor daba pasos pequeños alrededor de nosotros, se detuvo detrás de mi, profiriendo:
— ¿Qué pasa, viejo, tu aprendiz no sabe hablar?
— Sé hablar, Inquisidor.— No pude reprimir mi ansia de responder.
— Lo que no sabes es cuándo.— Me replicó el Inquisidor.
— ¡Detenerle!— ordenó al pelotón. Eran doce, resignado me dejé atrapar, oponer resistencia era de necios.
— Nos acompañarás al Gran Templo, el Sumo Sacerdote siente curiosidad por ti.— Terminó explicando el Inquisidor.
Tancroato se giró mirando con sorpresa, y dijo:
— Alceril no es mal muchacho, tal vez su único error es el de ser joven. No veo peligro en él. Por lo menos llevarle suelto, no es un criminal.— Terminó rogando.
— ¿Algún deseo más, Maestro?— soltó con sorna el Inquisidor.
— Que haga su oficio hoy, así la colonia meelita no se alertará, y podrá despedirse con dignidad, con la dignidad de un Sacerdote según la Orden de Asín.
Me liberaron, y no se opusieron a los requerimientos de mi Maestro, dejando que se pasara el día de culto como si fuera otro normal. Al terminar los ritos, en la Sala de Cambios, Tancroato me dijo:
— No sé si darte la enhorabuena, pero ya has logrado entrar en el recinto sagrado. Yo aún no he ido.
— ¿Nunca? — me extrañó. — ¿Siendo un héroe no ha ido?
— Sólo cumplí con mi obligación.
— ¿Siente envidia?— me atreví a preguntar, ya a modo de despedida.
— No,— se quebró su voz— siento tristeza. Te estimo y te aprecio. Aunque seas joven y alocado, también he visto tu nobleza, cuidate.
— Gracias, Maestro.
Cuando las salas de culto estuvieron vacías, entró el Inquisidor con su pelotón, ordenó gritando:
— ¡Prepárate que partimos ahora mismo!
Abracé al Maestro, y salí de la Sala de Cambios, dispuesto a superar este contratiempo.
El viaje a la capital fue tranquilo, y expectante. Nunca había ido a Elaratav. No sé como pueden vivir trescientas mil personas en una ciudad, en un mismo sitio. Elaratav está a una distancia de 6 días a caballo, todo al sur. Y por la entrada norte se ve que el terreno se eleva, y la ciudad está situado en la cima de varios montes, siendo el prominente el monte Principal, dónde está el Gran Templo. El Gran Templo se ve desde la lejanía, se ven sus siete alminares y una gran cúpula dorada, impresiona verla con el reflejo del Sol. No sé como el hombre es capaz de hacer algo así.
Se atravesaron las murallas exteriores, y dentro de la ciudad hay una actividad bulliciosa, que mis sentidos no son capaces de captar. Carros a toda velocidad, gente por todos sitios, voces, algarabía, carros de carga, pobres pidiendo, gente que lee la mano en cada esquina. Ya empezamos a subir la Gran Vía, que terminada de escalar, es empinada, da al majestuoso Gran Templo.
En contraste, el Gran Templo ocupa un solar enorme, todo pavimentado, y apenas hay ruido, es un oasis de tranquilidad. Tiene una gran cantidad de puertas, de frases cinceladas en los muros, y bonitas forjas en las ventanas. Estaba muy equivocado, este templo no es como los demás.
Entramos por una puerta, que daba a una especie de recepción, donde el Inquisidor utilizó una campana para dar el aviso de nuestra llegada.
En un momento aparecieron dos monjes, y el Inquisidor me anunció con voz grave:
— Alceril de Reboína, lo hemos traído a salvo, como mandó el Sumo Sacerdote.
En un momento los monjes no se movieron, se miraron entre si. Parecían no saber nada. Yo tampoco.
— Gracias, Inquisidor, puede retirarse.— dijo uno de ellos, mientras de su manto blanco sacaba el brazo para agarrarme— ¿Puede usted seguirnos?
Los seguí sin responder. Me dirigieron por un pasillo, largo, donde había puertas, algunas cerradas, otras abiertas. Las salas eran de todo uso, ya que se veía un comedor, la cocina, salas de lectura. Avanzamos rápido, hasta que se pasó a otra sala, que se trataba de un espacio lleno de columnas, altísimas. Pero a la vez era muy luminoso, miré arriba, y vi como las columnas si bifurcaban, o salían como ramas, hasta el techo, que eran pequeños cristales de colores, que creaban un efecto acogedor en la sala. Estaba dentro de un bosque de piedra.
—¿Esto es la Sala Noble? —pregunté mirando arriba, asombrado con la boca abierta.
— Ah, no —contestó el monje riendo—. Está al otro lado. Esto sólo es para recibir a las visitas.
—Siga este pasillo entre las columnas, al final hay una puerta. Pase y al final de otro pasillo está la sala donde le espera el Sumo Sacerdote.
—¿No me acompañan?
—Lo siento, nos está prohibido entrar. Están autorizados el Sumo Sacerdote, y quién él decida —me sorprendió la respuesta, e incluso me dejo parado. Los monjes dieron media vuelta retirándose.
Me concentré para no perder el pasillo, con tanta columna parecida era más fácil salirte de la ruta indicada de lo que parecía. Llegué a la puerta, pequeña y más baja que yo. Hice fuerza para abrirla, y había otro pasillo. Ahora todo era oscuro, y al final se veía una luz tenue.
Se entra en una nueva sala, redonda, bastante oscura, y tiene en la pared, a la misma distancia entre ellos, a media altura, 8 nichos pequeños, que tienen iluminación desde atrás. No todos los nichos están ocupados, hay dos vacíos. En el centro de la sala hay una mesa redonda. En la sala no hay nadie, y me acerqué a ver los objetos de los nichos. Se tratan de unos colgantes, y de un pergamino enrollado en dos rollos, abierto ligeramente, con un texto en un alfabeto que no entendía, lleno de curvas, casi parecían dibujos o garabatos. El aspecto es bastante antiguo, pero muy cuidado. Los colgantes también son antiguos, pero se tratan de una sencilla cadena, nada ostentosa, y prenden o un colmillo, o unas especies de ampollas, variables en tamaño, que contienen o bien líquidos, o pequeños trozos de piel o carne. Ya por la poca iluminación, la desubicación que sentía en esa sala, el olor a cerrado, me estaba mareando. Me fallaron las fuerzas, y el sudor frío recorría mi frente.
Di otra vuelta a la sala, en un intento vano de despejarme, cuando me detuve enfrente al nicho que exponía el colgante con forma de colmillo. No sé describir la sensación, pero es como si mi cabeza se abriera, se ampliara los límites de mi cráneo hasta el infinito, y yo en el centro disfrutando de esa sensación de libertad, de serenidad y plenitud. Sabía que el colmillo me pertenecía, no me movía la codicia, sino que en verdad ese objeto era yo, por lo tanto, en justicia me pertenecía.
Pero tampoco dudé en dejar el objeto en su sitio, era consciente de que saldría mal parado en caso de intentar sustraerlo. Tampoco me pesó mucho dejar mis manos quietas, “este lugar me está desquiciando”, llegué a pensar. No sé la razón del repentino interés que tiene el Sumo Sacerdote sobre mi, no sé el significado de esa sala y los objetos que guarda y me inquieta más el hecho de que un colgante despierte en mi sensación desconocida, aunque gratas.
Después de una eternidad, el Sumo Sacerdote se presentó en la sala. Vestía con una túnica violeta, con cola larga, era un hombre de edad incierta, no podía discernir si era un anciano o un hombre de 30 años. Su voz era suave, melosa y seductora:
— Hola, Alceril. Perdona este misterio, no es mi intención asustarte.
— Sumo Sacerdote.— Respondí tímido, agachando la cabeza en signo de sumisión.
— Incorpórate.— Me dio confianza el Sumo Sacerdote, pasando su brazo por mi hombro.
— Gracias, Sumo Sacerdote.
Me miraba con una sonrisa amable, a lo que él me dijo:
— Supongo que tienes cosas que preguntarme, ¿no?
— ¿Qué lugar es éste?— pregunté cohibido, no solo por la confianza y cercanía que mostraba el Sumo Sacerdote, sino por formular esa pregunta primero, cuando lo que realmente quería saber es qué hacía allí.
— Esta sala es el objetivo de nuestra actividad, el pilar de nuestra fe.
No comprendí la respuesta. El pilar de nuestra fe es la adoración y sometimiento a Eguan, ¿qué tenían que ver esos objetos? No me atreví a formular esa pregunta, aparte, el Sumo Sacerdote continuó hablando:
— Me comenta el Inquisidor dos casos sorprendentes.
— Esa conducta ya ha sido corregida, y mi interpretación de las Escrituras es la ortodoxa.
— ¿Y cómo explicas que te llamaran rey?— llegó la fatal pregunta.
— Los tranianos es un pueblo bestia, bárbaro e ignorante.— Acerté a contestar.
— Y no tienen rey, y así debe permanecer.— Su voz se tornó tosca, imperativa, a la vez que incrédula.
El Sumo Sacerdote se situó detrás mío, con voz amenazante
— ¿Por qué te llamaron su rey?¡Aún no me has respondido! — Me conminó el Sumo Sacerdote.
Sucedió otra vez, el mareo, las piernas que no soportan mi peso, cerré los ojos, y al abrirlos estaba detrás del Sumo Sacerdote, que empuñaba una daga dispuesta a degollarme. Le detuve sujetándole el brazo fuertemente. Él se giró, él esperaba que este incidente ocurriese.
— El Inquisidor no me ha comentado esta habilidad tuya, el desdoblamiento explica muchas cosas.
Solté el brazo, me relajé y abrí de nuevo los ojos, teniendo al Sumo Sacerdote detrás mío, me estaba girando para explicar el suceso de la calle del mercado, pero el Sumo Sacerdote sacó un rollo sellado.
— A la salida hay una patrulla de guardias esperándote. Entrega la orden a Tancroato, es personal e intransferible, ¿sabes lo qué significa? — Su voz ya no era suave, sino hostil. No entendía nada; aunque inexplicable, ¿era malo desdoblarse para salvar a un niño?, ¿o mi vida? Como la anterior vez, no formulé las preguntas, ni me dieron ocasión de hacerlo.
El Sumo Sacerdote se retiró sin despedirse, y yo salí por la puerta por donde había entrado, y en la sala de las columnas, efectivamente, estaba la patrulla preparada para el viaje de vuelta.
Regresar a Reboína fue un viaje sencillo, incluso más monótono que el de ida. Tuve tiempo para pensar en lo que me había sucedido. Desdoblarme para salvar mi vida, ¿sólo puedo desdoblarme en caso de peligro o emergencia? La preocupación de los gritos que un pueblo salvaje profirió una única vez en el Templo, la sala asfixiante, después de atravesar la más bella recepción, con esas columnas, altas, coloridas. Como sacerdote no me puedo permitir ciertas preguntas, pero en esta ocasión tuve tiempo para hacérmela: ¿cuál es la causa de nuestra fe? Tampoco como sacerdote me puedo permitir desobedecer una orden directa del Sumo Sacerdote, sin embargo, admito que tuve tentaciones de abrir una carta que no era para mí.
A la llegada al Templo, el Maestro me estaba esperando, impaciente:
— ¿Qué tal en Elaratav? ¿Cómo es el Gran Templo? ¿Por qué quería verte?
No supe que decir, estaba cansado del viaje, entregué la orden al Maestro, que impaciente abrió la nota en el exterior, sin entrar en ningún aposento.
Su sonrisa y su ímpetu inicial, su alegría al verme y su sincera bienvenida se tornó en un gesto serio que él no pudo disimular.
— Maestro, ¿qué pone la carta?

Texto agregado el 23-09-2025, y leído por 24 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]