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Tal vez siempre es un ejercicio de conciencia, como la musculatura de la memoria, ir al pasado, viajar entre las telas sedosas que el tiempo cuelga en nuestra psique.
Descorrer velos, como quien visita una mansión olvidada; descubrir el polvo acumulado sobre las cosas en las que no me permití volver a pensar; descubrir los detalles de aquello que mis ojos vieron y mi mente, rebelde, no quiso notar.

Paso como autómata, de una habitación a la otra.
Me conmueve el dulce aliento de la madera antigua, del polvo tibio, del acento ceroso de la naftalina en los armarios donde duermen sin sobresalto los hombres que amé.
Colgados de los hombros, con los rostros serenos y los ojos cerrados.

Suprimo el impulso de rozar mi rostro contra sus regazos.
Ya no son. Nunca fueron lo que debían.
Pero como es de dulce el dolor de saberlos presos de mi alma,
como es de dulce deslizar el dorso de mi mano fría por sus pieles desecadas.

La tragedia de la despedida que solo muestra su rostro real en la calma, cuando el tiempo te sopla al oído que no, que nunca más, que el instante se ha ido. Siamo arrivati alla fine.
Tras la protesta infantil, la revelación de lo absoluto: No, nunca más.

Un nudo en la garganta tras la sonrisa carmesí.
“Pero es que los amas aún?” —susurra la mansión olvidada, con un quejido de madera que se ensancha y se encoge, un pecho de cristales y mármol.

No. No los amo, pero como amaba amarlos.
Como me hace falta esa niña, de espaldas en el cuadro, entre flores y enredaderas de acuarela.
Como extraño todo eso que se disolvió un poco cada vez, al principio imperceptiblemente, con cada despedida.

Siempre intento alcanzar el eco cristalino de mis risas, asir el fino hilo que flota en mis sueños y se escapa.
Quien fui y ya no soy.
Quien fui y ya no seré.

No. No los amo, pero aquí les guardo por una razón.
Porque si abro sus ojos ahora opácos, si abro sus frentes, ahora rellenas de serrín y algodón, ahí estoy.
No son solo hombres lo que cuelga aquí.
Son las vestiduras de la niña perdida.
Son las espinas de la guirnalda de rosas.
Son las catedrales incolumes de todos mis sacramentos.

Existo allí, entre suspiros en pechos vacíos.
Vivo en rastros de piel inocente entre sus dedos tiesos.
Y en la saliva de mi boca virginal
Bautizando sus labios marchitos.

Texto agregado el 22-09-2025, y leído por 79 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-09-2025 caramba, como te expresas.....eres pura poesia... silpivipiapa
22-09-2025 Que buen texto! Que bien relatas. La última frase es excelente... (5*) Saludos Victoria 6236013
 
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