La conocí por Tinder. Me había separado de mi esposa y estaba en busca de un nuevo amor. De un nuevo amor, no de una aventura, cuando me invitó a su casa, en un pueblo vecino, escribí en la última página de un libro: Dios dame una oportunidad. La aprovecharé. Yo estaba quebrado. Mi esposa me había echado de la casa. Mis hijos se habían quedado con ella. Yo estaba viviendo con mis padres. Humillado. Volviendo a dormir en la cama en que dormí en mi infancia. No tenía trabajo. Estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Pero Soledad me dijo que yo era especial. Vos no sos un boludo como los otros. Vos sos especial. Yo no creía mucho en Tinder. Estaba confundido. Sabía que buscaba amor pero no sabía bien qué buscaba. Entonces leía. Leía mucho. Estaba chateando con Soledad y le dije que la dejaba porque me iba a leer. Al instante ella me mando una foto de su espalda, un tatuaje de un león, y una bombacha de encaje blanco asomando y me dijo: ¿Todavía querés seguir leyendo? Me causó mucha gracia. Me reí mucho. Por favor, esa foto, totalmente, y yo leyendo, le dije que mejor no, mejor me quedaba chateando una rato más. Jaja. Dios mío cuanto reí.
Viajé al pueblo donde ella vivía para conocerla. Antes de que me abriera la puerta ya estábamos teniendo sexo. En la cocina. Sobre la mesa. Después todavía agitados empezamos a hablar de nosotros. Yo le conté que me había separado hace poco, motivos: no quería hablar ahora. Ella me contó que hacía cinco años que estaba sola, era viuda, el esposo había fallecido de un tumor cerebral. El motivo por el cuál no había vuelto a formar pareja: no quería hablar ahora. Tenía dos hijos que había mandado a la casa de los abuelos. Los padres del marido fallecido con quien no se llevaba muy bien. No quería que me conocieran tan pronto. A las semanas me conocieron. Eran una nena de 12 años que quería estudiar medicina cuando fuera grande y yo le regalé un enorme libro de fisiología de Houssay. El nene era un gordito buenito pero bastante travieso según los informes escolares. Yo les hacía dibujos, algo que se me daba bastante bien. Con Soledad nos encerrábamos en la pieza a tener sexo, era una casa chica, el nene jugaba a la play, la nena escuchaba música. Una tarde fuimos a una iglesia. Nos arrodillamos y agradecimos por el encuentro. Dios dame una oportunidad. La aprovecharé. Eso había escrito yo.
A las semanas de ir todos los fines de semana al pueblo. Soledad me dijo que fuera a la farmacia a buscar un test de embarazo. Ahí empezó todo. La farmacia quedaba en la esquina. Ella me dijo que tenía un atraso. Yo nunca fui bueno para usar preservativos, es un milagro que no tenga HIV o hepatitis B aunque sea. Un retraso. Se le heló la sangre. Yo tengo dos hijos que no pensaba dejar por nada en el mundo. Ni loco me iba a vivir con Soledad si ella estaba embarazada. No creía en la posibilidad del aborto, no es mi fe, pero sí iba a abandonar a ese chico, me iba a borrar, iba a desaparecer de la vida de Soledad si ella estaba embarazada. En el camino hacia la farmacia me crucé con un patrullero. Me di cuenta de que me estaban siguiendo. Cuando pagué el test de embarazo en la farmacia, la chica me dijo: que Dios lo ayude. Aunque en realidad murmuró algo. O no. Yo entendí eso. Tal vez no dijo eso pero yo entendí eso. Volví a la casa y otra vez cruzó un patrullero. Las luces azules dando vueltas. Me están siguiendo. Cuando llegué a la casa Soledad estaba contenta.
¡Qué maravilloso sería tener un hijo tuyo!
Yo miré el suelo.
¿No te parece?
Yo miré el suelo.
Me quiere engañar. Va a truchar el test de embarazo para dejarme engrampado y extorsionarme con que le pague un aborto.
Me voy a hacer el test, dijo.
Se metió en el baño, antes de que cerrara la puerta, la trabé con el pie.
Yo quiero entrar, le dije.
Qué dulce que sos, me dijo. Querés saber si vamos a tener un hijo. Qué dulce.
Orinó en el recipiente. Metió la tirita. Negativo. Entonces me di cuenta de que Soledad era una prostituta pagada por los militares y que me iba a secuestrar. Yo era médico y escritor. Los escritores no les gustan a los militares y los médicos zurditos menos. Me di cuenta también de que probablemente no solo era una prostituta sino también un travesti operado. Se había hecho las lolas, eso me lo había confesado pero su vagina tenía una forma rara. Era un travesti. Sus hijos seguramente eran secuestrados, rehenes, vivían con ella a cambio de comida y una vida cómoda, sus padres, dónde estarán sus padres, pobres chicos. Ellos me mentían también. ¿Qué casualidad que la chica quisiera estudiar medicina como yo? ¿No es mucha casualidad? Me van a secuestrar. Yo me hice el boludo. No dije nada. Posiblemente también les pagaban a los chicos. Soledad compró una pizza.
Comé, me dijo, es de ananá como te gusta a vos.
Yo no tenía hambre.
Me voy a acostar le dije. Eran mis últimos momentos con vida.
Estás pálido.
Me siento mal, le dije.
¿Querés un ibuprofeno?
Si le pedía un ibuprofeno me iba a dar un sedante para desmayarme y secuestrarme.
Sí, dame un ibuprofeno, le dije.
Me desperté atado a una cama de metal. Un gordo en musculosa fumaba a un costado. Vi otros dos tipos. No puedo decir cómo eran, no los veía bien. Uno usaba bigote. Se escuchaba Serrat, caminante no hay camino, se hace camino al andar, cuando subieron el tono de música fue que sentí el primer picanazo en los huevos.
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