Contra lo que pudiera pensarse, el acto de despedir un gas intestinal no es materia sencilla, no si se pretende ejecutarlo con cierta dignidad o, al menos, con plena conciencia de sus implicaciones espaciales y acústicas. Olvídese por un instante de la urgencia fisiológica, esa mensajera interna que a veces grita y otras susurra, y concéntrese en el cómo, en la coreografía íntima que está a punto de desplegar.

Primer Paso: La Localización del Ser y del Aire.

No es lo mismo hallarse en la vasta soledad de un páramo pampeano que en el apretujado silencio de un ascensor detenido entre el cuarto y quinto piso. Lo primero es reconocer el entorno. ¿Hay testigos potenciales? ¿Superficies resonantes? ¿Corrientes de aire cómplices o delatoras? Evalúe con la precisión de un cartógrafo el escenario. La flatulencia busca, como el agua, su nivel, su discreción o su estrépito natural.

Segundo Paso: La Adopción de la Postura.

El cuerpo sabe, pero a menudo hay que guiarlo. Si está de pie, una leve, casi imperceptible, basculación de la pelvis hacia adelante o hacia atrás puede facilitar la apertura necesaria. Considere el sutil adelantamiento de una nalga sobre la otra, un movimiento mínimo que puede alterar drásticamente la signatura sónica del evento. Si está sentado, la cosa requiere mayor pericia: inclínese hacia adelante como buscando algo en el suelo, o recuéstese súbitamente hacia atrás con aire de profunda reflexión. El objetivo es crear un canal, una vía de escape que amortigüe o potencie, según su intención o circunstancia. (Evítese, si es posible, la proximidad de superficies que amplifiquen el sonido, como sillas de madera noble o tapizados de cuero tenso).

Tercer Paso: La Concentración y el Cálculo.

Ahora viene lo delicado. No se trata de un simple soltar, de una rendición incondicional. Hay que sentir la presión interna, medir su fuerza, anticipar su posible timbre. ¿Será un silbido tímido, una nota larga y grave, una serie de burbujeos discretos, o acaso una fanfarria inesperada y rotunda? Concéntrese en ese punto interior donde el gas aguarda su liberación. Imagine su trayectoria, su velocidad. Es un instante de pura introspección gaseosa.

Cuarto Paso: La Ejecución (El Momento de la Verdad).

Relaje el esfínter. Pero no de golpe. Piense en ello como abrir un grifo muy lentamente o, por el contrario, como descorchar una botella de júbilo contenido. Es una decisión micro-muscular que define el carácter de la emanación. Permita que el aire emprenda su viaje final. Sienta cómo abandona lo que hasta ese momento fue su morada y se integra al mundo exterior. Puede acompañar el momento con una tos fingida, arrastrar una silla o señalar a otra parte con su dedo mientras alza la voz y dice algo sobre el clima, aunque los puristas del arte de la flatulencia prefieren la honestidad del silencio ante todo.

Quinto Paso: La Disolución.

Una vez consumado el acto, recobre la compostura con estudiada naturalidad. No haga movimientos bruscos. No se delate olfativamente (aunque esto escapa a menudo al control voluntario, siendo parte del misterio intrínseco). Si hubo sonido, actúe como si proviniera de una cañería lejana o de un fenómeno atmosférico inexplicable. Si el silencio fue su aliado, simplemente continúe con lo que estaba haciendo, como si esa pequeña epifanía aérea nunca hubiera tenido lugar. Usted y el universo inmediato comparten ahora un secreto efímero.

Así, habrá usted no simplemente echado una flatulencia, sino participado en un pequeño ritual cotidiano, elevándolo a la categoría de acto consciente, casi una forma menor y fugaz de la expresión personal. Practique, observe, y encontrará su propio estilo en este arte insoslayable.
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µ eRRe, dedicado a todos ustedes y sus metabolismos lentos.