Mis hijos son de otro padre. Estoy parado frente a las rejas del psiquiátrico. Dan a la calle. Mis hijos son de otro padre. Me prendo un pucho. Me di cuenta porque mi ex me mandó una foto y me di cuenta de que mi hijo se parece al de recursos humanos de la empresa donde trabaja ella. Ahí me di cuenta de todo. Ella tuvo un hematoma durante el embarazo de Martín y le dieron licencia por los nueves meses del embarazo. Ahora me doy cuenta de que inventaron todo. De que el hematoma fue una truchada y de que el de recursos humanos, Ignacio, le dio la licencia. Es culpa mía, ella seguramente se sintió desamparada por mis constantes infidelidades y no le quedó otra que aceptar el trato con Ignacio que la obligó a ser su amante y la dejó embarazada. Ahora piensan en irse del país. Yo, acá, encerrado en un psiquiátrico, soy médico y víctima de las corporaciones médicas porque saqué un artículo en un diario denunciando las condiciones infrahumanas en que trabajan los médicos residentes. Ignacio y Cecilia piensan irse de país con Martín y Soledad. Soledad es otro tema. Las corporaciones médicas me quieren cagar la vida. Tomaron esperma de mi tío, el hermano de mi padre, y la inseminaron a Cecilia y así nació Soledad, que entonces, tampoco es hija mía. Hasta hace poco éramos una familia feliz pero ahora me doy cuenta de todo esto. Cecilia empezó a ponerse más distante, más seca, más agresiva, y un día le dije algo de Martín y ella me mandó la foto de Ignacio. Ahí caí en la cuenta de que Martín era hijo de él. Ellos ahora se van a ir a vivir a Brasil y probablemente a mí me maten. Fumo frente a la reja que da a la calle. Pasan dos hombres de traje. Seguramente son espías. Me tienen cortito. Descubro una cinta plástica con forma de horca tirada en el piso al lado mío. Quieren que me ahorque. Hay un tipo acá adentro que es un infiltrado. Se hace el amigo mío. Para mí que es esquizofrénico. Me dijo que iba a construir una nave espacial con cartones de maples de huevos. Que la pondría en órbita y que probablemente ganase el premio Nobel. Mantengo una relación con él. Es buen muchacho. Es amigable. Sé que es un infiltrado pero por lo menos me habla. Mi psiquiatra me verduguea. Quiere que le diga lo que pienso. Ni loco. No se lo voy a decir. No voy a decirle que descubrí todo el embrollo, que a mi esposa la violaron para cagarme la vida, para darme un hijo que no es hijo mío y hacérmelo saber justo ahora. Justo ahora después de haber sacado ese comunicado en el diario defendiendo a los residentes. El psiquiatrón que me atiende es de ellos, es de la corporación. Me quieren destruir. Yo sé que probablemente me maten en esta internación. Me van a pasar de medicación o me van a hacer pasar por intoxicado o que me broncoaspiré comiendo un guiso o algo así. Sé que no voy a salir vivo de acá. Le tengo terror a la muerte que me pueda esperar. El día que entré seis o siete enfermeras me rodearon en la cama. Me pusieron un suero. Parecían todas hambrientas por hacerme algo. Tengo cómplices también. Por ejemplo la enfermera Marita, la del turno mañana, la que me despierta es buena conmigo, seguramente ella sabe de toda la operación pero me trata bien, me dice que esté tranquilo, que pronto todo va a pasar. Yo la perdono a Cecilia, ella tuvo que someterse al poder de la corporación, tuvo que hasta dejarse inseminar con semen de mi tío para que yo no sospechara, porque Soledad es igual a mí, claro, es Olivera como yo pero de mi tío, no Olivera de mi parte. Yo la perdono a Cecilia. Fui un hombre infiel. Ella se cansó. La obligaron a cagarme la vida y aceptó. Le van a dar una buena vida, con mucha plata en Brasil junto a Ignacio. Camino unos pasos y me siento en una silla. Estoy acá en el patio. Hay otros internos más allá. Me miran y me mandan mensajes de esperanza. Un movimiento de los dedos, un gesto con los ojos, una sonrisa, ellos saben lo que me espera pero me sostienen. Son todos dobles. Son todos actores contratados por la corpo. Mirá si seré peligroso. Mi escritura, mis letras son peligrosas, a partir de mi artículo en el diario salió a hablar el decano de la facultad de medicina y los directores de varios sanatorios privados donde los residentes trabajan por un sueldo miserable durmiendo en colchones en el piso en cualquier sala desocupada o en duermen en camillas de consultorios. Ya lo decía Barret que el arma más potente es la palabra. Apenas saqué este artículo se movilizaron. Mi esposa llamó a la policía, con la orden trucha de internación de un psiquiatrón aliado me metieron acá adentro. Acá adentro está lleno de psiquiatrones. Sé que todos hablan de mí. Sé que todos tienen planes para eliminarme. Seguramente se juntan para elaborar el complot. Ahora me voy hacia el living y me siento frente al televisor. No dejan fumar adentro así que me aguanto las ganas. Sé que me están mirando. El psiquiátrico está lleno de intrusos. Son dobles que me espían. Parece que le han dado la orden de que aflojen con el acoso porque ahora veo gestos amables en ellos. Esa mujer que se pasa la mano por el pelo me indica suavidad. El hombre que lee en la mesa hace lo que yo más amo en el mundo leer. Leer es tu mundo, eso me indica el hombre. Hasta parecería que el psiquiatra está más bueno porque ha pasado junto a mí y me ha saludado. Ahora parecerían conspirar a mi favor. Tal vez me quieran hacer sentir bien antes del fin. Miro la televisión. Está en el canal de música y hay un videoclip de Oasis. Han distorsionado la imagen, seguro que con algún programa de computación y el cantante de Oasis me guiña el ojo y me hace un gesto con los dedos que significa que todo va a estar bien. Las guitarras suenan como chicharras y me recuerda al verano y me da placer, tomar una cerveza fría en algún bar junto al río, ellos saben que me producen lindas sensaciones. No sé por qué se comportan ahora de este modo. Tal vez le han dicho que me den un respiro. Pasa mi amigo, el esquizofrénico que quiere hacer una cápsula espacial con maples de huevos. ¡Qué locura, Dios mío! Me saluda. Voy hacia él y le pregunto si sigue escribiendo. Hace unos días me ha dicho que está escribiendo el libro de su vida. Me dice que sí que le va a poner de título el mismo título que uso Neruda: Confieso que he vivido. Después viene y me muestra unas fotos de cuando sirvió en el ejército italiano en África. Se lo ve vestido con uniforme militar, unos bidones de agua y unos negritos dando vueltas a su alrededor. La imagen se mueve, le pregunto si es una foto, me dice que sí, que claro que es una foto pero yo le digo y por qué los negritos corren, y él me dice que no los ve correr. Este es un infiltrado. Seguramente me quiere hacer creer que estoy loco pero el loco es él. Me siento muy incómodo y me levanto. Lo dejó atrás. Camino hacia la habitación. Pienso en Cecilia. ¿Cómo pudo haberme hecho esto? Seguramente la obligaron. El de recursos humanos la debe haber violado para cagarme la vida. Al menos ella me ofreció los hijos a mí. Me dejó criarlos, hasta este momento al menos. Son mis hijos aunque no sean mis hijos. Pienso en Cecilia. Hija de puta. ¿Cómo pudo haberme hecho esto? El plan comenzó mucho tiempo atrás. Mi padre es dueño de una pequeña empresa. A Cecilia le prometieron que si me soportaba once años le darían su parte. Seguramente están extorsionando a mi padre para que entregue su empresa o me van a meter preso por violencia de género. Hoy en día cualquier inventa una causa de violencia de género. Ella me soportó once años. Mis infidelidades. Pobre pero por qué me cagó de esta forma. Por quedarse con la empresa de mi padre. Entro en mi habitación. Voy al baño. Me sacó la alianza y la tiro por el inodoro. Siento un dolor en pecho, como si me fuera a reventar, me pongo a llorar, lloro y lloro y no comprendo por qué a mí. ¿Porque denuncié a las corporaciones médicas? Sí, me lo merezco, por bocón, quién mierda me mandó a mí a meterme donde no me llamaron. Solo quiero volver a mi casa. Vivir en familia. Perdonar a Cecilia. Pero ella ahora se va al exterior con mis hijos. ¿Quién sabe cuándo los volveré a ver? Entonces entiendo todo, el final está acá, nos llaman para sentarnos a cenar y veo aparecer una bandeja con fideos y albóndigas. Me van a hacer atragantar con una albóndiga y moriré boqueando como un pescado a orillas del río. Alguien me dará un golpe, o mandarán ondas electromágneticas para que la albóndiga se mande hacia mis pulmones, o simplemente me dirán algunas palabras que servirán para atragantarme. Me sirvo agua. Veo los fideos y las albóndigas en el plato. Ha llegado el final. Miro a mi alrededor, todo está en silencio, no se escucha nada, todos están lejos; solo mi tenedor, la albóndiga y yo. La pincho, entera, grandota, carnosa, y me la meto en la boca. |