Hombres de grandes metas me exhortan:
«¡No te pares, lucha por la excelencia para ser tu mejor versión!»;
a mí, que tengo que aceptar la soberbia y la humillación de un jefe del que depende el sueldo que entra en casa;
a mí, que hago diez horas diarias en la caja de un súper para dar de comer a un hijo y no perder su custodia;
a mí, que una enfermedad crónica me paraliza y me arrasa el pensamiento hasta dejarme en un jirón de pura carne y no hay Estado que me salve;
a mí, que me despierto cuarenta y cinco años después en el mismo cuarto en el que estuvo mi cuna;
a mí, que hago diez horas diarias
fregando platos en la estrecha cocina de un restaurante,
lejos del país que me vio nacer;
o cuidando sin descanso a una anciana postrada en la cama y a la que paseo para que le bendiga el sol de la mañana,
lejos del país que me vio nacer;
o partiéndome el lomo a jornal en el campo respirando la espesura de algo que dejó de ser aire,
lejos del país que me vio nacer;
a mí, que perdí a mis seres queridos en una travesía atroz en el mar;
a mí, que me parieron para morir de hambre o sed en una choza de Sudán, Yemen o Somalia;
a mí; que en cualquier ciudad del mundo busco en la basura para tener mi mañana;
a mí, que me reventaron los hijos, los padres y el hogar en Gaza;
a mí, que vivo en una caravana en Texas después de que me desahuciaran;
a mí, que me estraga la heroína o el fentanilo en una mugrienta acera de San Francisco —y a mí, que soy su madre—;
a mí; que duermo en el pasillo de una cárcel sudamericana y que cada segundo pesa lo que a ti una vida;
De verdad... ¿A mí con esas?
¡¿Y ustedes?! ¡Que moran plácidos en el reino de la libertad
mientras me la juego en el de la necesidad!
Pues yo les digo:
piérdanse como mal sueño en la letrina de la historia
con sus metas y excelencias proclamadas
desde una realidad que les da a elegir
y déjenme por aquí
lidiando con la mía,
con la verdadera,
con la que sin elegirla
me toca de lleno.
David Galán Parro
14 de septiembre de 2025 |