Tenía todo el dinero del mundo y muchísimo tiempo para contarlo, más tiempo para contar una historia bien larga. El final, era lo de menos, podría ser feliz, triste y un final abierto, con múltiples significados. Él, podía mantener el suspenso y atrapado al lector, desde la primera página hasta la última.
Una buena obra literaria perdura en el tiempo. El autor prolonga su existencia con esas páginas escritas con pasión unas veces, con placer en otras y con dolor la mayoría de veces. Ernesto Ramírez, no tenía nada que contar, a no ser su dinero. La literatura le importaba un bledo. Le importaba mucho el dinero y la forma de multiplicarlo.
Por hacer dinero se le olvidó el amor, se le olvidó ser feliz. A los 46 años aún era virgen. Nunca fue a la playa, menos al cine y a una taberna, ni a hablar a un burdel. Vivía temeroso de que lo secuestraran. Su residencia era prácticamente un búnker. El día de su cumpleaños, en lugar de divertirse y celebrarlo cómo se debe, se puso a contar su dinero. En esa tarea se le fue todo el día, toda la noche, toda una semana y todo un mes.
Un día después supo con precisión la cifra exacta, al saberla se creyó invencible, no era para menos: Quinientos millones de dólares, no los tiene cualquiera. Nunca supo el tiempo que le restaba, murió de un infarto fulminante.
PEDRO MORENO MORA |