Dentro de mucho tiempo, a un joven rey de nada le servirán sus palacios, sirvientes, familiares empeñados en hacerlo feliz, o la compañía de una hermosa doncella.

No lo complacerá ver a las abejas recolectando néctar, contemplar a los peces errabundos en las aguas de sus ríos, oír el canto de los cientos de pájaros de sus jardines, o toparse con la salida del sol.

A diario cabalgará hasta lugares inhóspitos, lleno de nostalgia por algo incomprensible.

La paz en su entorno le pasará de largo, como el viento estival que mece las espigas de los trigales.

Y un día se alejará sin despedirse, montado en un jamelgo cualquiera, fijo en su pecho un nudo de dolor.

Ya en tierras extrañas, se alimentará de miel silvestre, tubérculos y agua de los arroyos.

Al enfermar, en sus delirios sabrá que él es otro que duerme, e imagina ser un rey que piensa en otro que es él mismo.

Pero eso ocurrirá dentro de mucho tiempo, escondido en un sueño muy lejano.