Historias edificantes sobre el amor.
Primera historia. El Cartier.
Aquella mujer estaba convencida de que en la muñeca en lugar de un reloj llevaba prendido un príncipe azul. Sólo faltaba que se esfumara quien le había regalado aquel Cartier. Desaparecido aquél, el reloj hablaría por sí. Clase, distinción, cultura. Pero como le daba mal de conciencia, había ideado un plan. Provocar la debacle de aquel sujeto en lugar de devolverle el Cartier.
No obstante, como el tipo era escurridizo, había que darle en la madre del amor. Es difícil sustraerse al amor de una mujer. Tal necesidad hace al hombre vulnerable, y la mujer lo sabe. Es muy difícil, sin pruebas, que alguien se auto- convenza de lo contrario. El sibilinismo lo impide. Y en ello es maestra, como nadie, la mujer. El caso es que había que quedarse con el regalo y desprenderse del autor de aquella dádiva tan generosa. Es decir, que se desenamorase per se. Es decir, que siguiera perdidamente enamorado pero que se resignase a no tenerla. O, lo que es lo mismo, meterlo en un proceso de “eunuquización”. Y nada para ello mejor que otro de alcoholización previa, motivada por oscilaciones bruscas en sus manifestaciones de afecto o amor.
Pero el tipo tenía cierta cultura y sabía de farmacología básica sobre el alcohol etílico. Ya se veía, por tanto, ella, sin el príncipe azul. Y se resignó a aclararle la situación y devolverle el Cartier.
Pero hete aquí que el tío del Cartier devino rico mediante el azar, entrando dentro de los parámetros, de repente, que ella tenía por “príncipe azul”, por lo que el proceso se revirtió. No hacía falta deliberación, pues él se había acostumbrado a las oscilaciones, y contagiado de ello, hizo que aquella relación fuera lo más parecido a un tobogán.
La ciclotimia estaba servida para los dos, por lo que el Cartier, en lugar de príncipe, en esposa manicomial, para ambos, se transformó.
Segunda historia. Razones peregrinas.
En lugar de decirme abiertamente que quería a otro, alegó mi afición al vino para poner punto final a aquella relación, haciendo de un particular el primer alcohólico que no bebía en la historia mundial. Pero ella estaba empeñada en que sí; que era un alcohólico a medio rehabilitar. Contra todo criterio médico, encontró en aquel improbable expediente justificación. Antes que cualquier otra cosa, vio, uno, en aquello, una invitación precisamente a beber, que es como se suelen saldar este tipo de negocios humanos, por lo que se abstuvo, evitando tal contingencia de una manera enteramente consciente. A la semana o así ya estaba repuesto del susto inicial. Indemne y con la mente clara me lancé de nuevo al mercado del amor. Ante tal solvencia espiritual, a ella, le entró, también novedosamente, el gusanillo de la curiosidad por un particular. Al parecer, lo que le interesaba de mí era anularme, labor que no acababa de culminar. No obstante, tanto se prodigó en ello que al final se acabó ella de enamorar. Ese enamoramiento que nace del odio, de la no indiferencia, que tantas veces se da.
Pero como temí que en cuanto lograra su objetivo decaería su interés, adelantándome de nuevo a los acontecimientos, me mantuve indiferente a aquella relación.
Y así llevamos desde la adolescencia, en este tira y afloja tan singular.
Tercera historia. Amor y psique.
Jean Bautiste Grenouille tenía una vida bastante convencional. Sólo se salía de los parámetros en su inapetencia a la hora de cenar. Al principio le decía a su mujer que porque no tenía apetito, pero, más tarde, le confirmó lo que ella sospechaba, y que la razón estribaba en que había observado un paralelismo desasosegante entre su vida y la de Cristo. Y como tal, no quería acabar sus días como el nazareno, el que al parecer, según todos los indicios, en la última cena se lució.
- Manías bobas- decía ella, tildándolo de supersticioso a la menor ocasión.
Pero Grenouille, al parecer, y, aparte de exhibir un tipo juncal y fino, sabía de lo que hablaba. De una manera intuitiva, pero no por ello menos consistente y eficaz. Pero eran muchos años al lado de aquella mujer. Cuando le prestaron aquel cacharro de vehículo en la empresa para participar en una fiesta por navidad, debió sospechar que los aromas y efluvios que salían de la cocina de su casa aquella noche, podían representar, de alguna manera, y combinados con lo primero y otros elementos, su punto final.
El caso que sucumbió a aquel asado que aquella noche preparó su mujer. Con el asado llegó el vino, y con el vino la hecatombe.
Cuando aquella misma noche regresó a las tantas a su casa con aquel remedo de vehículo que le habían prestado, al parecer no había perdido el tiempo por ahí. Tampoco su mujer. Nada sale gratis en esta vida; quizá sea esta la enseñanza principal. Aquello fue el principio del fin. Con el amor perdió la psique, y con la psique la existencia, al menos civil.
Todo empezó un día en el que en el seno de una familia humilde vino a nacer.
Cuarta historia. La función escénica y sus repercusiones en la materia a abordar.
Como quiera que sea inevitable, por el vicio de mirar, sustraerse a la misma (a la función escénica), andan las relaciones descompensadas, pues siempre hay alguien que luce mejor. Quizá por ello se inventara el traje “mao”, cuando la revolución cultural china. Pero hete aquí que nosotros no somos China ni por asomo.
- Todo esto se puede suprimir refugiándose uno en una caseta de bosque perdida, y sin televisión- le dijo a su mujer-, por ser casualmente, tal vicio de mirar y comparar, más acorde con la filosofía femenil- añadió.
Quizá necesario para la evolución- pensó también, aunque esto último se lo guardó.
Pero el caso era que había observado que tal circunstancia (la función escénica, volvemos a repetir) abocaba inevitablemente a salir malparado al económicamente débil; iniciándose como reacción, una epidemia de acumulación con sus secuelas de competencia desmedida y falta de escrúpulos en general a apropiarse de lo de los demás.
- Y todo por tener ojos- seguía nuestro pensador, ante su cariacontecida mujer.
En conclusión- remataba- el origen de la política nace de la propia visión. Se pensará que con tan profundas reflexiones todo era paz en aquella casa, pero no. Pues su mujer no se conformaba con tener a un filósofo a su lado, aspirando a algo que entrase más por la vista, a algo, en definitiva, mejor.
Quinta historia. Trastornos en general por amor.
Primero. Celotípico.
El celotípico- para algunas mujeres, los celos, la prueba más fiable de la existencia de amor- tiene también una dimensión mórbida, que probablemente nazca del deseo de posesión. Y de la inseguridad del que lo padece. Posiblemente inducida tal inseguridad; pero, obnubilado el sujeto, esto último se escapa a su razón. Con dimensiones psiquiátricas hace falta medicación. Y la prueba, también evidente, de que el sentimiento amoroso tiende o puede tender, hacia la idiotización.
Segundo. Suicidio inducido, o sin inducir.
El último romántico siempre se mata por amor. Es una cadena desde el principio de la humanidad. Rizando el rizo, algunas veces, buscado de propósito, como una especie de trampa, posiblemente también surgido desde que en el hombre empezó a germinar el “placer estético” y alguien, con aviesas intenciones y fino olfato, hizo palanca con éste: la palanca de la belleza, el placer estético y el desamor. Con resultado muerte: el crimen perfecto: la obra maestra de la imputación.
Tercero. Locura común.
Suele ser el catalizador de la misma (de la locura común). Ya se habló de ello en la primera de estas historias (El Cartier). En aquella, acababan de remate los dos, pero lo habitual es que se den por separado estos efectos de alienación, bajo el par dialéctico: víctima y victimario. Incluso con la variante, en alguna ocasión, de la posibilidad de reversión. También otra obra maestra digna de consideración. Aunque, tan excepcional, que no es casi digna de consideración, por el punto de vista cuantitativo nada más. Suele estar relacionada- tal excepcional reversión- con el fallo de la programación del suicidio, por tanto en su versión de deliberación.
También se habló de ello en Tres (Amor y psique) en el que el protagonista se veía inmerso en una trama de la que no había sabido salir.
Cuarta. Alcoholización.
Para caer en ella hace falta ya cierta predisposición. No faltando- enrevesadamente- quien precipite una historia de desamor, precisamente, para poder beber. Pero esto de la búsqueda de la justificación es demasiado extraño y alambicado, siendo lo corriente que el abandonado- abandonada se inicie en la dipsomanía porque encuentra en la bebida consuelo y olvido de una situación que se le hace estresante: una fuente de alegría exógena pero al mismo tiempo interior. Accesible según nuestra cultura y legislación.
Quinta. Depresión común.
Depresión común o duelo- fácilmente entendible también- que remite antes si no se inicia un previo proceso, si quiera leve, de alcoholización.
Sexta. El milagro del amor.
A veces, incluso, opera el milagro y dos seres de este mundo se convierten, sin necesidad de ser cómplices contra otro, en simbióticos complementarios encantados de haberse conocido. Detrás de tal situación ideal, cual zanahoria para burro en noria, anda en pos media humanidad. Pero esto es otra cuestión.
Séptima historia. Obstáculos más habituales al amor.
El amor es la pulsión que más quebraderos de cabeza produce al establishment. El objeto, primero y fundamental, del control social. En un doble sentido, hacia adentro y hacia afuera. El citado status impide la espontaneidad en su formación: si al chico no le gustan las chicas, hay que hacer que al menos lo disimule con un matrimonio ad hoc. Y si la chica se enamora de un rebelde, lo mismo pero al revés: promover un matrimonio de conveniencia ad hoc.
Octava historia.
Finalizando este pequeño catálogo de lo que suele suceder en este ámbito- trascendental de la realidad- con lo que el lector se puede iniciar en obras más extensas y ambiciosas sobre tal temática (Historias de Amor, Bioy Casares, por ejemplo), falta diseñar un apunte sobre el propio concepto a tratar.
Como en casi todo, hay dos puntos de vista- el material y el no material. Para el materialismo, el amor, como el matrimonio, constituye un invento burgués, siendo una parcela de la realidad- una superestructura, en lenguaje marxiano- de la estructura económica. Incluso el amor larvario infantil está teñido de ello.
Pero el no materialismo no va tan lejos. Opinión a que me adhiero: como pulsión innata espiritual que quizá haya que domeñar por el establishment pero que inicialmente no está presidida por los intereses sino por un puro instinto de complementariedad.
Nona historia. La trampa del amor.
Igual que la naturaleza pone el placer sexual como incentivo para la copulación, y, por tanto, la reproducción, haciendo de la vida una cadena; de igual manera- la naturaleza, digo- se sirve del “amor ideal” para evitar en la cadera vital seres excesivamente lunáticos. Han dado mucho juego para la literatura, Romeo y Julieta, Penas del joven Werther, los amantes de Teruel, Abelardo y Eloísa, pero no por ello dejo de reafirmarme en lo anterior. Lo cual no quiere decir que los afectos de tal dolencia no puedan superar los inconvenientes- a menudo puestos por ellos mismos- y salgan adelante cual héroes románticos redimidos, aunque, como ocurría en quinta historia, parte tercera, no suela ser lo habitual.
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