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Rodrigo era un niño diferente, permanecía enclaustrado en un silencio tan absoluto que sería la envidia de cualquier anacoreta. No tenía amigos, durante los recreos permanecía acurrucado en un rincón del patio. Los muchachos decían que si uno se acercaba demasiado, el ruido se apagaba.

Cuando llegamos a la edad de tener novia, la mayoría nos ilusionamos con alguna compañera y en rueda de amigos presumíamos de nuestras conquistas y de lo fogoso de nuestras relaciones, la mayoría de las cuales eran exageradas o frescamente inventadas. Pero a sabiendas de que todos los chicos hacían lo mismo, a quién le importaba un poco de fantasía, ensueño y sexo inexistente. Era parte de crecer y cimentar nuestra incipiente personalidad.

Pero Rodrigo seguía siendo un misterio. Imposible pensar que se fijara en ninguna muchacha. Sus emociones, si las tenía, continuaban ocultas tras una reserva monacal. Por eso, aquella tarde fría y gris que propiciaba las confidencias, al sentarme junto a él, casi me desmayo cuando me confió que tenía novia. Al leer en mis ojos desorbitados la incredulidad que su revelación me había provocado, por primera vez se mostró elocuente y explícito. Pero mi asombro disminuyó de golpe y mis creencias se acomodaron de nuevo a la realidad cuando me aclaró que su novia era imaginaria.

- “No es una chica de la escuela, me explicó, sino una muchacha de mi vecindario”.

Como una represa que cede al abrirse su esclusa, me arrasó con un torrente de confidencias, y yo recibí su caudal sin resistencia. “Todos los días me imagino que al salir de clases platico durante una hora con ella. Me corresponde y no tiene ojos para ningún otro chico”.

Así me enteré que los fines de semana, agarrados de la mano como corresponde a novios formales, daban largos paseos por el parque, y hasta una que otra vez intentaron un beso fugaz que sonrojó a ambos.

Romance imaginario como era, Rodrigo no tenía reparos en hacerle obsequios espléndidos, con intemperante boato oriental. De la India le había traído cajitas de marfil con cremas y arreboles preciados. De China importó cien Akoyas, las perlas con el mayor lustre del mundo, que ella lucía engastadas en collares de tres vueltas con broches de cristal. Y cuando el gusto de la chica se volvió más refinado y exigente, le obsequió perlas negras de Indonesia, las más preciadas en los mares del sur por su gran rareza y tamaño.

Día a día me contaba de sus relaciones con su novia imaginaria y tenía especial gusto en hacerlo, pues en mí había encontrado al amigo que nunca tuvo. Para su cumpleaños, me confesó, extremó la exquisitez y elegancia con los regalos. Mandó traerle de Afganistán seis burkas, complicadísimas piezas de alta costura, adornadas con bordados y filigranas de oro viejo color vino tinto. Y hasta llegó a negociar con un rajá de Pakistán una lujosa piel de tigre albino, que servía de alfombra para los delicados pies de la muchacha.

Jamás imaginé que su silencio escondiera semejante elocuencia. Yo le escuchaba en silencio, maravillado de su efervescente imaginación, y de vez en cuando asentía, dándole a entender que comprendía la pasión y la ternura que su novia le había inspirado.

Su arrebato por la muchacha era tan marcado y sus palabras tan convincentes, que empecé a preguntarme si la chica realmente existiría. Mis dudas crecieron a tal punto que un día me sorprendí soñando con ella. Fantaseando, caminé hasta su vecindario y la busqué con un dejo de ansiedad. Cuando la encontré, hablamos como si fuéramos amigos de largos años. La visualicé como una joven sorprendente, de una belleza extraña, regia y delicada, con ojos de pervinca y cimbreante talle de palma de Madagascar.

Seguramente fui estúpido al hacerlo, pero contagiado de su febril elocuencia, la próxima vez que nos encontramos, se me ocurrió contarle a Rodrigo mi encuentro virtual con la muchacha.

Su semblante cambió de pronto y a partir de ese momento sus confidencias se hicieron escasas, apenas para contarme que las cosas no iban bien con la chiquilla.

Nuestra amistad se deterioró hasta que un día terminó tan abruptamente como había comenzado. Caminando hacia la puerta del salón de clases, se volteó con una expresión de odio, acrimonia y temblor de labios. Quiso decir algo sin conseguirlo, y luego, ante el asombro de todos, me acusó gritando de haberle robado a su novia.

Texto agregado el 08-09-2025, y leído por 62 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
09-09-2025 Me imagino que Rodrigo efectuó una creación literaria en su mente, y él mismo participó como personaje. Gatocteles
09-09-2025 Uyyyyy,es increíble como puede un niño,llenar su vida con un amor inexistente. Tal vez el solo hecho de no poder realizarlo,lo hizo imaginar esa historia bella . Me encantó esa capacidad de darle vida a la imaginación ... Quedé con una sensación tan linda,.. Que gusto haberte leído ... Saludos Victoria 6236013
08-09-2025 La imaginación tiene tanta fuerza unida corazón y pensamiento que crea realidades concretas. spirits
08-09-2025 Así hay muchas personas, yo conocí a uno que a todos les decía que tenía novia. Un día lo seguimos y se contentaba con verla pasar. Excelente relato. nelsonmore
08-09-2025 Buenísimo! Me agradó este cuento, es muy original, saludos. ome
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