UN MERCADO PARA LOS OLVIDADOS

En el corazón de la ciudad donde las luces nunca llegaban del todo y el aire olía a humedad y a carne vieja, existía el Mercado de carnes y vegetales que solo funcionaba de noche. No aparecía en ningún mapa, y quienes lograban penetrar en el jamás regresaban iguales.
Alejandro llegó una noche, guiado por una necesidad inexplicable. El mercado estaba vacío, pero vio que los puestos exhibían mercancías extrañas: relojes sin manecillas, espejos ennegrecidos y frascos que guardaban sombras atrapadas.
Mientras caminaba, una anciana le hizo señas desde su puesto de especias. Su piel parecía de papel arrugado, y sus ojos, dos pozos sin fondo.
—¿Buscas algo? —le preguntó ella con voz seca.
Alejandro asintió. No sabía qué buscaba, pero sentía que en el mercado encontraría la respuesta.
La mujer le entregó un pequeño paquete envuelto en una tela oscura. Apenas lo tocó, su piel se enfrió y escuchó su voz cavernosa decirle al oído: “Nunca mires atrás”.
Pagó sin preguntar y salió apresurado, pero cuando llegó a la salida, la calle ya no estaba allí. En su lugar, el mercado seguía extendiéndose en todas direcciones, cada vez más oscuro, cada vez más profundo y poblado de extraños mercaderes que lo miraban con sarcasmo.
Y de los puestos vacíos comenzaron a salir figuras sin rostros con las manos extendidas hacia él.
Alejandro corrió desesperado, pero era tarde.
El mercado nunca deja que sus visitantes nocturnos cuenten a otros lo que vieron.

Alberto Vásquez.