El Abismo de lo Hermoso

En la penumbra de la habitación, la música empieza como un murmullo que se abre paso entre las costuras del silencio. Mishima/Closing no llega de golpe, sino como una confesión susurrada, una voz que parece conocerte desde siempre y que, sin pedir permiso, se instala en el lugar más frágil de tu memoria.

Los acordes se suceden con una precisión hipnótica, hilos invisibles entrelazados con la nostalgia de todos los inviernos olvidados. Es una tristeza dócil, hecha para ser contemplada sin miedo, una herida que en lugar de doler consuela. Hay un instante en que te descubres agradeciendo esa pena prestada, como si hubieras estado esperando toda tu vida ese eco de melancolía para reconocerte.

Escucharla es como caminar por una ciudad nocturna, de calles empedradas y farolas que lloran luz cansada. Cada nota es un destello en la niebla, un secreto que se abre solo para el que está dispuesto a escuchar. Y entonces comprendes que la belleza también puede ser un abismo al que uno se lanza gustoso, porque en su caída encuentra la paz.

Al terminar, no queda silencio, sino un rumor que persiste bajo la piel como un extraño consuelo de haber sido herido por algo hermoso.