El amor no muere. El amor duerme. El amor tiene el sueño liviano. Despierta cuando menos lo esperamos con la levedad de una fragancia que encuentra camino hacia nuestros recuerdos. Despierta con una palabra pronunciada en el tono exacto de la voz del ser amado. El amor despierta con una sonrisa que se diluye en la lejanía de nuestras almas.
 
El amor no muere. El amor duerme. El amor de pareja es el tesoro que guardamos para pocos en el gran desfile de máscaras, cuerpos y miradas. El amor de pareja es la esperanza de tocar y llegar a sentir tocada nuestras almas. El amor consumado es el encuentro de cuerpos que son arrancados del tiempo y vueltos a colocar en un breve suspiro de plenitud revelada. El amor consumado es muerte y nacimiento que nos regresa al mundo, a veces, con un dulce llanto de alegría en la mirada.

El amor no muere. El amor se duerme, dejando en vigilia al loco deseo, que busca con insistencia llenar su vacío. El deseo tiene mala memoria. No recuerda la apariencia, el rostro, ni la voz del ser amado. El deseo se conforma con probar la tibieza de una piel, sin importar de quien sea o quien la lleve puesta. Intenta desesperadamente recrear la plenitud que gozaba, cuando compartía cama, cuerpo y alma con el amor. El deseo consumado es la esperanza de la plenitud estrellada contra un muro, es la repetición torpe de querer encontrarse con el amor, es un despertar vacío en un silencio culpable, es el arrepentimiento de una historia de amor terminada con un punto y aparte.