El Pedo
(una historia real)



Ya habíamos finalizado la visita con mi familia de ambos subsuelos del Mundo Marino y nos aprestábamos a subir al ascensor para volver a la superficie.
En la fila solo nos antecedían una señora corpulenta de mediana edad y su hija adolescente. Nosotros éramos seis, mi esposa, mi hija, mi yerno, mis dos nietas de cuatro y dos años y yo. Al entrar noté que la capacidad máxima era de ocho personas. La adolescente ocupó la esquina posterior izquierda, su madre al fondo y mi yerno con mi nieta menor sobre sus hombros la esquina posterior derecha. Mi esposa se ubicó cerca de la puerta a la izquierda, mi hija y mi nieta mayor frente a la puerta y yo a la derecha frente al tablero. Cuando oprimí el botón “0” las puertas se cerraron y en ese instante lo noté.
Un olor desagradablemente fuerte inundó mis fosas nasales. Supe al instante de que se trataba, pero, como había sido eyectado furtivamente no sabía de quien procedía. Entré en modo “Sherlock Holmes” y disimuladamente miré a mi yerno, con los ojos lagrimeando y sin mover la cabeza me señalo con sus ojos a la señora a su lado, arriba de sus hombros mi nieta menor se apantallaba la nariz haciendo morisquetas de desagrado. Entonces dirigí disimuladamente mi mirada a la sospechosa y vi que miraba al cielorraso del ascensor fingiendo inocencia. Su hija la miraba fijamente con desaprobación.
Había descubierto al (la) culpable.
Giro mi cabeza para ver a mi mujer y (lógicamente) ella ya la había descubierto antes que yo y miraba al suelo con un ligero temblor en sus hombros emitiendo unos extraños gorjeos. A todo esto, mi hija (digna hija de su madre) miraba hacia la puerta con la cabeza agachada imitando en todo a su madre. La situación era insostenible y el ascensor recién iba por la mitad de su recorrido. Pero todavía faltaban dos hechos que desencadenarían la tragedia.
Mi yerno hizo un comentario coloquial (como quien dice ¡que calor!) pero en inglés (como si el inglés fuera un idioma en desuso como el sanscrito) y dijo en voz baja “someone farted” (traducido “alguien se tiró un pedo) … vaya con la noticia, pensé.
La flatulencia ya inundaba todo el recinto.
Y entonces mi nieta mayor, tapándose la nariz quiso mirar hacia atrás para buscar al culpable (cosa que mi hija evitó haciéndola girar nuevamente hacia la puerta) y la niña exclamo ¡Qué olooor!.
Fue allí cuando todo se desmadró.
Primero fue mi hija que empezó a emitir un sonido gutural tipo “iiiiiiiii” Y entonces mi esposa lanzó la primera risotada. Seguida inmediatamente por unas estentóreas carcajadas de ambas.
Felizmente las puertas del ascensor se abrieron y como si se tratara de un incendio, salieron corriendo a las carcajadas mi esposa, mi hija y mi nieta mayor que todavía no entendía que pasaba.
Después, parsimoniosamente salió la señora con su hija adolescente que aun la miraba con total desaprobación, y finalmente salimos mi yerno con mi nieta menor en sus hombros todavía abanicándose la nariz y yo.

Moraleja: si vas a expulsar un pedo en un ascensor (aun uno sigiloso) nunca cuentes con la complicidad de la inocencia de un niño (o niña en este caso).