LA MECEDORA DEL ABUELO
El viejo Jorge, junto a su hija y dos nietos,. vivían en una cabaña de madera en las afueras del pueblo.
En la estrecha galería donde pasaba la mayor parte de su tiempo, reposaba la mecedora que heredó de su papá. Ahí solía fumar su pipa evocando los años idos, y contemplanba el apacible bienestar del vecindario, gente que se detenía a conversar con él para disfrutar de su sabiduría o para escuchar algunas de sus anécdotas de antaño.
La añeja mecedora que ocupaba había pasado de una generación a otra en su familia. Fue tallada por un artesano experto; era cómoda, de amplios brazos y suave movimiento con un diseño tradicional. Desde su asiento de guano entretejido, el anciano evocaba memorias de su adolescencia y juventud.
Cada noche después de cenar, Jorge se sentaba y
se mecía suavemente mientras su mirada se perdía más allá de las lejanas montañas azules.
Los nietos se colocaban a sus pies para escuchar sus relatos con los ojos brillantes y amplias sonrisas en sus rostros.
La vieja mecedora parecía tener una magia especial que a todos llamaba la atención.
Cuando el abuelo estaba en ella y hablaba, parecía que el tiempo se detenía y los problemas del día a día desaparecían. Los niños se sentían transportados a un mundo de fantasía y aventura en el que todo parecía ser posible.
El día que Mateo, el nieto mayor, se sentó en la mecedora por primera vez y escuchó de su abuelo algunas memorias de sus antepasados, quedó fascinado. Mateo se sintió parte de una tradición y de una herencia que desconocia hasta ese momento.
Con el paso de los años, Mateo creció y se convirtió en un hombre, pero siempre recordaba las noches en que oía a su abuelo, y sentía la magia de la tradición familiar.
Cuando Jorge falleció, Mateo heredó la mecedora y al ocuparla sentía que el peso de la tradición había pasado a él. Posteriormente, también comenzó a contar sus vivencias a sus hijos y luego a sus nietos, perpetuando la costumbre que había comenzado su abuelo materno.
La mecedora del abuelo se convirtió en un símbolo de la continuidad y la conexión entre sus generaciones; un recordatorio de que el pasado tiene su encanto, y que debemos preservarlo y darlo a conocer a nuestros descendientes.
La historia de la mecedora del abuelo nos enseña que la herencia es fundamental para nuestra identidad y sentido de pertenencia. Y que cuando la reservamos y compartimos a las nuevas generaciones creamos un lazo que va a durar para siempre.
Alberto Vásquez. |