Se apropiaba de todo el espacio en plataformas literarias, luego salía a disculparse con mentiras. Unos se las creen, otros se mueren de risa a sus espaldas, aunque es bueno destacar que de frente le dan la razón para que siga creyendo que está diciendo la verdad. Cuando viajaba, se tomaba tres sillas en el avión, a pesar de que pagaba solo una. Esa situación era muy incómoda para los pasajeros, pero qué se podía esperar de un loco.
En la universidad hacía lo mismo. No usaba un solo pupitre como todos sus compañeros, usaba cuatro: Uno para sentarse, otro para su maletín, otro para su sombrero desteñido y el último para su termo de café.
En la iglesia hacia lo mismo, ponía todas sus pertenencias en la banca y no dejaba sentarse a nadie. En su casa era igual; a pesar de que la cama era doble, utilizaba casi todo el espacio. A la Teresita la hacía dormir en el filo de la cama, no le compartía ni siquiera un pedazo de almohada. Muchas veces se cayó sobre la alfombra, menos mal sin consecuencias para su delgada figura. Un buen día decidió dormir en l alfombra y no en un pedacito de cama, al lado de ese panzón que olía a almizcle.
Un día, sus amigos lo invitaron a montar en una lancha de veinte metros de largo. Tenían la esperanza de que no se tomara todo el espacio para él. En lugar de llegar con un traje adecuado para la ocasión, llegó de traje y corbata y con su maletín sucio, su sombrero desteñido y su termo de café.
Apenas se hicieron a la mar, con una tiza roja trazó una línea en la lancha para indicar el espacio que le correspondía. Como siempre se tomó casi todo el espacio de la lancha. Sus amigos, de mil maneras le explicaron que el espacio era de todos, pero nunca entendió. Al ver que esta situación no tenía ninguna solución, llamaron por radio VHF a los amigos de otra lancha, que llegaron al cabo de veinte minutos.
La lancha se detuvo al lado de la otra lancha, para la sorpresa de Edmundo, les dijeron que se pasaran a la otra lancha. El dueño del espacio, en su ingenuidad pensó que le dejarían toda la lancha para él. Uno a uno se fueron pasando a la otra lancha. El último que faltaba pasarse, antes de hacerlo, perforó con un taladro la lancha en tres partes y se pasó antes de que esta se hundiera con Edmundo a bordo. Ahora es dueño de todo el fondo del mar.

Pedro Moreno Mora