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Siempre quise saber qué clase de conversación estaba llevando esa mujer, con quién, a esa hora, en ese lugar, por su teléfono móvil.

Supe más tarde que había ido a ver a la hija que trabajaba de mesera en la pizzería grande de la esquina de enfrente.

Imaginé esa conversación. Ella habrá dicho: Estoy muy cansada, tantas horas parada en ese trabajo me van a reventar las várices. Y el médico de la obra social insiste con que debería sentarme o caminar, me receta un remedio caro, y Buenas tardes, que pase el que sigue.

Esperá mamá, me llaman de la mesa cuatro y tengo que llevar unas birras a la mesa ocho.

Vos estás parada pero al menos caminás entre las mesas. Sos joven. Y espero que hayas heredado la buena salud de tu padre. Si no fuera porque se fue detrás de una menor que vos, que se le atravesó para vivir sin trabajar durante algunos años, quién sabe, yo estaría en mi casa, limpiando y sirviéndole sus comidas favoritas, pero feliz, mirando novelas con las piernas levantadas como me dijo el matasanos. Pero la turra esa lo está exprimiendo como un limón y ni herencia te va a quedar.

Pará un poco , mamá, no empecemos otra vez con eso. Ya lo escuché mil veces y sabés que no me ayuda. Además estoy trabajando y tengo que sonreir aunque no quiera, para que me dejen buenas propinas, porque eso del diez por ciento ya no corre más, con la misiadura que hay. Por qué no vas yendo a casa tranquila y charlás con Virginia, que es copada y no hace nada a esta hora. Hablar con ella te hace bien. Desahogate que siempre te escucha.

Tenés razón, hija. Ya la llamo mientras camino hasta la parada del bondi, porque después se pone a ver series y me corta el lamento antes de empezar.

Y la llamó nomás. Seguro habrá empezado idéntica la conversación que con su hija.

Habrá llegado hasta la frase: vos por lo menos estás en tu casa y cocinás rico para tu marido, tranquila, sin apuro.

Tranquila, sin apuro, con el celular en su mano derecha pegado a su oreja, hablando lo que ya dijo mil veces, cruzó las vías del ferrocarril. No miró hacia ambos lados como indica un cartel en el laberinto. No prestó atención a la campanilla. No escuchó los gritos del personal policial que justo, por una vez, estaban atentos a lo que pasaba.

Tampoco escuchó el ruido del tren que estaba muy cerca, ni el bocinazo continuo del conductor que no puede frenar una formación en pocos metros.

Todos los presentes escuchamos el ruido de sus huesos quebrándose en cien pedazos, mientras su cuerpo giraba a gran velocidad entre la formación y el hueco de la plataforma.

El cuerpo estaba entero, sobre las vías, bajo esa mole que pesa toneladas. No se halló su teléfono celular.

Texto agregado el 16-08-2025, y leído por 22 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-08-2025 Me hubiera gustado que el asunto hubiera terminado en un susto y no de esa manera. Y sí, es cierto que la gente parece dejar el cerebro en la casa cuando sale con su celular. Gatocteles
 
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