TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / beethoveniano67 / FOQUITUS

[C:623372]

Una noche, a mediados de octubre, el único foco que teníamos, que se daba la heroica labor de alumbrar toda nuestra pequeña casa, empezó a fallar. Por ratos parpadeaba, y entonces, mi hermano Jonás y yo temíamos que en cualquier momento se apagara y ya no pudiéramos hacer nuestras tareas escolares. Y es que la situación económica del hogar estaba tan pero tan mala, que nuestros padres no podían comprar ni el foco más barato. Mamá era asmática y la mayor parte del dinero que ellos ganaban trabajando en el campo, se iba en comprar medicinas para ella.

-Por favor, no te nos apagues, Foquitus, aguanta un poco más- le pidió Jonás, imaginándolo que sacaba la lengua del cansancio. Y como si el foco le hiciera caso, esa noche no se apagó. Desde entonces le tuvimos cariño, sobre todo Jonás, que fue quien lo llamó Foquitus.

Yo recordaba, para mi asombro, que lo compré casi dos años atrás. Y no era normal que los focos (así fueran costosos como Foquitus) duraran tanto tiempo. A lo mucho vivían hasta los siete u ocho meses y ¡ya!, se apagaban. Pero ¿dos años? eso era demasiado. Y recordaba con exactitud la fecha que lo compré, porque ese día Mamá cumplía años: 5 de Noviembre. Esa noche le preparamos una sencilla cena y Papá me mandó a comprar un foco, de los más caros, para que la casa luzca bien iluminada. Así llegó Foquitus a nuestro hogar.

En aquellos tiempos, Jonás y yo, íbamos a la escuela por las mañanas; por las tardes ayudábamos a nuestros padres a sembrar verduras en las tierras de un gamonal y por las noches nos dedicábamos a hacer nuestras tareas.

Desde que empezó a fallar Foquitus, Jonás le hablaba como si fuera su mejor amigo y gustaba hacerle bromas. Mi madre un día nos dijo a Papá y a mí, que un médico había concluído que Jonás era un niño especial, muy sensible, que debíamos darle todos nuestros mejores afectos y tenerle mucha paciencia. Que no nos asustáramos cuando él le hablara a las cosas por su desbordada imaginación. Por supuesto que nunca me asusté de su comportamiento. Al contrario, me divertía con sus ocurrencias y las secundaba para que se sintiera bien. Yo lo quería tanto, y lo seguería queriendo y apoyando toda la vida.

-Buenas tardes, Foquitus. Ya usted durmió bastante, es hora de que reciba la luz del sol para que se sane- le decía Jonás al foco cuando volvíamos de la escuela y lo sacábamos a la calle soleada.

Antes de enfermar, Foquitus había resultado ser un foco muy eficiente, porque desde el techo de la sala, se esmeraba por hacer llegar sus generosos fuertes rayos al cuarto de Mamá y Papá, al que compartíamos Jonás y yo, al de la cocina comedor y al del baño.

Y era también un foco de rostro alegre, con sus ojazos negros, adornado de encurvadas pestañas, una nariz pequeña y con una sonrisa contagiosa en los labios. Claro, todos esos detalles lo dibujó Jonás con su plumón negro.

Al verlo con sus leves parpadeos, Jonás me sugirió llevar a Foquitus al vecino que arreglaba artefactos en el mercado.

-Pero ese técnico no repara focos- le dije con toda seguridad.

-Él debe arreglar todo lo que es electricidad. Si él arregló la radio de Papá la vez pasada, por qué no puede arreglar a Foquitus, si ambas cosas son eléctricas?- insistió Jonás muy firme.

Lo vi tan convencido que el técnico solucionaría el problema, que no volví a contradecirlo. Me acordé del médico, de la paciencia que debíamos tener con él.

Al día siguiente llevamos a Foquitus a técnico. Y tal como yo sabía, él nos dijo que los focos no se reparaban. Que no había más solución que comprar otro. Pero mi hermano, obstinado, le reclamó diciéndole que si había reparado una radio también podía hacerlo con el foco. Yo temía que el vecino se molestara por la terquedad de Jonás, pero felizmente no lo hizo. Seguramente comprendió, que por sus cortos diez años, ignoraba aún sobre muchas cosas de la vida. Era un buen hombre, porque sacó un foco grande de su maleta y se lo regaló a Jonás.

-Solucionado el problema, amiguito. Me lo pagas cuando seas profesor o ingeniero- dijo sonriente.

Pero el hombre puso una cara de tremenda sorpresa cuando mi hermano rechazó el regalo y dio media vuelta, sumamente irritado, para regresar a casa. Mientras yo lo seguía, iba hablando que el vecino no quería arreglar al foco porque pensaría que no teníamos con qué pagarle, que ya Dios lo castigaría por malo, que ya encontraríamos un técnico bueno. Yo quería reirme pero me aguanté para no lastimarlo más de lo que estaba.

A los días siguientes, aunque Foquitus continuó parpadeando de vez en cuando, Jonás me contagió con su férrea convicción de que no se nos apagaría y seguiríamos teniendo por buen rato su noble y guerrera luz para resolver las multiplicaciones y divisiones, para leer cuentos fantásticos o para conocer la historia de los grandes imperios.

Cuando llegó el día de cumpleaños de Mamá, decidimos que esa fecha era también cumpleaños de Foquitus, porque ese día llegó a casa por primera vez.

Como cayó domingo, pudimos celebrar los dos cumpleaños: los aún jóvenes 35 años de Mamá y el segundo año de Foquitus.

Muchos años después, supe que Papá se prestó dinero de un primo suyo para comprar una torta pequeña y el sabroso Pollo a la Brasa que comimos ese mediodía, acompañado de una rica limonada que preparó Mamá.

Bajamos a Foquitus para que nos acompañara en la celebración. Le pusimos un saquito azúl que le hicimos con un pedazo de tela, sujetado con un imperdible. Se veía elegantísimo sobre la mesa. Y con un trozo de cartón dorado, confeccionamos dos coronas que les pusimos sobre sus cabezas: eran nuestra reina y rey ese día. Antes de que anocheciera, les cantamos el Happy Birthday a todo pulmón. Y nos disculpanos de Foquitus por no traerte la piñata, prometiéndole que lo compraríamos para su próximo cumpleaños.

Y así fueron pasando los días, hasta que llegó Diciembre. Foquitus, milagrosamente, aún seguía con vida, resistiéndose a apagarse, ahora más que nunca que estudiábamos hasta la medianoche para los exámenes finales. A veces, apenados, nos quedábamos dormidos de tanto verlo parpadeando.

La tarde que terminamos la primaria, regresamos contentos trayendo nuestras libretas con notas altas para mostrárselas a nuestros padres. Todos nos abrazaron felices y Jonás bajó a Foquitus, para agradecerle.

-¡Gracias, Foquitus, pusiste tu granito de arena para que pasemos de año!- le dijo Jonás emocionado y los cuatro le besamos la frente.

Aunque los ingresos económicos de nuestros padres habían mejorado y ya se podía comprar un foco nuevo, ellos se negaban a hacerlo por Jonás. Se convencieron de lo mucho que él quería al foco. Solamente esperaban que Foquitus expirara en cualquier momento para cambiarlo por uno nuevo. No querían imaginarse el dolor que le causaría a mi hermano.

Poco después, llegaron las fiestas de fin de año, aún con Foquitus que no se rendía.

Una prima de Mamá vino a visitarnos, después de mucho tiempo, la misma noche de la Nochebuena, mientras todos estábamos recogiendo los víveres que regalaba una iglesia por Navidad. Encontró la puerta abierta, entró a casa y vio a Foquitus dando tumbos. Poco después, cuando volvimos cargando las bolsas con los panetones, la leche, el chocolate, el arroz y demás cosas, vimos la casa potentemente iluminada. Mi tía se mostraba risueña al creer que nos alegraría que haya comprado un foco nuevo.

-¡Tía, ¿dónde está el foco que sacaste?!- preguntó gritando Jonás, desesperado.

-Pero si ese foco ya no sirve. Lo tiré a la basura- dijo ella sorprendida por la reacción de Jonás.

Fui de inmediato al tacho de basura y por un instante temí sacarlo hecho trizas. Abrí la tapa con cuidado y suspiré al encontrarlo intacto, viendo su pícara sonrisa de siempre al momento que lo sacaba con cuidado.

Jonás extrajo al foco intruso y repuso a Foquitus en su lugar, donde nadie lo reemplazaría mientras aún respirara.

Y recibimos la Navidad con su luz enfermiza que nos hizo ver la estupenda bicicleta que con gran esfuerzo nos regalaron nuestros padres.

Y no sabíamos de dónde siguía sacando fuerzas, pocos días después, para acompañarnos a dar la bienvenida al Año Nuevo en medio del estruendo de los cohetones, iluminando como pudo, la fiesta que se hizo en casa, pues vinieron familiares y algunos vecinos que, entre tinieblas, bailaron alegremente toda la madrugada.

Nosotros, luego de tanto bicicletear por las bullangueras calles que ya aclaraban, sacamos a Foquitus para que vea el limpio amanecer del primer día del nuevo año.

Dos días después, se nos partía el alma cuando todos lo vimos agonizando, apagándose y prendiendo su valiente luz, apagándose y prendiendo su hermosa luz, cada cinco o seis segundos, dando los últimos destellos de su vida, hasta que minutos después, dejó de alumbrar para siempre nuestro hogar.

Como lo teníamos previsto cuando él se nos fuera, lo bajamos y lo envolvimos con un pedazo de tela de franela verde y lo guardamos en un cajón de nuestro armario, mientras Jonás lagrimeaba.

Desde entonces y hasta ahora que ya somos adultos, cada 5 de Noviembre, sacamos a Foquitus para llevarlo a la mesa a cantar el Happy Birthday de Mamá y de él, ante la alegría de la familia que va creciendo con la llegada de mi esposa y mis tres hijos, agradeciéndole siempre por habernos apoyado, con su granito de arena, en el camino para ser profesionales.

Cada año, haciéndole la mejor de las fiestas Rompiendo todos con él, las enormes y coloridas piñatas, porque se lo merece, y mucho más.

Porque siempre será nuestro querido heroico foco que iluminará nuestros corazones. Nuestro eterno Foquitus que nunca se apagará.


Bronx, Octubre 2010










Texto agregado el 10-08-2025, y leído por 32 visitantes. (2 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]