Despertamos, amamos, envejecemos, olvidamos.
A veces todo antes del amanecer.
Francisco Villalba
Nadie cuestiona que la vida entera quepa en un solo día.
Canción popular andaluza
El amanecer tiñe de fucsia el parque donde ha nacido. La criatura llora y su madre aplaca el llanto estrechándola en sus brazos.
Las seis marca el reloj de sol.
Reza una oración y decreta el nombre:
- Lux, la nacida al amanecer.
Una tropilla de caballos galopa hacia el bosque de fresnos. El estruendo levanta un polvo dorado y reaviva el llanto de la niña. La madre le ofrece el pezón y la criatura succiona con los ojos abiertos, de un definido color verde. Unos sorbos y se desprende satisfecha. Su madre la sienta en el césped. La voz del padre llega desde el fondo.
Hola. Mis damitas.
Lux gatea hacia la voz, parece un animal. Cuando llega a los pies de su padre, él la levanta y la mira fijamente, intenta guardar la imagen en su memoria. Aunque enseguida quede olvidada entre muchas versiones del mismo rostro.
Todo está en movimiento.
El padre se marcha a recoger el alimento. Lux lo saluda agitando la manito.
Juega en el césped con su madre, esgrime balbuceos, deformaciones en las que mecha sonrisas pícaras. Su madre remarca las sílabas moviendo los labios:
- Ma… dre. Ma… dre.
Una abeja se posa sobre el jazmín y se convierte en mancha sobre el pétalo reseco.
Una distracción y el amarillo domina los árboles.
- Madre - dice Lux.
Aún no termina de salir el sol. Lux corre entre los árboles. Su madre la observa con una mezcla de orgullo y melancolía. La velocidad le resulta insoportable. La criatura se alimentó de su pecho dos veces. Ya no volverá hacerlo.
El día, luminoso y límpido, resalta los detalles del parque. Filas de hormigas coloradas, mueren en su estrecho camino y son reemplazas por otras.
Su madre le pregunta si quiere conocer el mar. Lux aplaude y grita de alegría. Toman el camino de los árboles petrificados. Entre los médanos, el océano azul.
Más cerca de la playa, el agua es marrón. Lux ríe, el viento acaricia su melena roja. Su madre le agarra la mano y avanzan por la orilla, ahora las olas amenazan con tumbarlas. Lux mete la cabeza abajo del agua, luego nada un poco.
- Hay que agradecer - dice su madre con lágrimas de emoción.
Lux merodea por el parque marchito, el viento arrastra hojarascas. Cerca de la fuente, un niño corre a un conejo amarillo. Al verla se detrás de un arbusto. Lux decide tenderle una trampa: finge irse, pero se oculta detrás de un algarrobo. El niño comienza a buscarla y cuando pasa cerca, ella lo sorprende con un grito.
Una bandada de tordos escandaliza el algarrobo.
- ¿Cómo te llamás?
- Lux.
- Soy Darren, el que nació por la noche.
Su madre golpea la puerta del baño por tercera vez. Lux no responde, limpia la losa del inodoro y quiere estar sola unos segundos. Mira el espejo como si necesitara comprobar que es ella la que está mirando. Y no otra.
El reloj de sol marca las diez menos diez.
Una mariposa de cristal se posa en su hombro. Esas mariposas: presagian la unión.
Es Darren el que se acerca por el sendero de piedras, dice que ha seguido el camino de la mariposa de cristal. Lux sonríe con rubor en las mejillas.
Caminan de la mano hasta la capilla. El mármol del interior conserva el fresco. Prenden una vela y conversan entre susurros. A un costado del altar se encuentra el lecho. Darren pronuncia las palabras. Lux se desnuda y lo recibe entre sus piernas.
El ardor entre sus piernas es un fuego viscoso.
A la hora del sol recto, forman un círculo de sal y encienden la fogata, luego prometen cuidarse el uno al otro durante lo que reste del día.
Su padre prepara una canasta con alimentos y la despide en silencio, sin gesto. Su madre no ahorra lágrimas.
- Estaremos cerca - consuela Lux -. Podremos visitarnos en cualquier momento.
Darren carga la maleta. El viento ladea los pinos. Al pasar cerca del algarrobo, hacen una reverencia.
La primera pelea comienza con un fuerte intercambio de palabras acerca del tiempo fugaz. El sol queda oculto entre nubes y comienza a llover. Darren la abraza. Sucede una amorosa reconciliación en el sillón.
El sol llega hasta la mesa formando un charco de luz, aún caen algunas gotas más. Darren saca una antigua fonola. Pone el único disco que conserva, sólo una canción, un cuarteto de cuerdas. Esa música no parece hecha de fugacidad.
Corre por el parque, de pronto reverdecido. Frente a la cabaña de sus padres, las polillas forman una nube gris en torno al ventanal. Da dos golpecitos en la puerta y entra sin esperar. Su padre no se encuentra bien, está acostado y dice que no recuerda la hora. Lux descubre su rostro lleno de arrugas, le han salido de pronto, como una erupción. Toma su mano fría, siente que llora frente a un extraño. Su padre sonríe, en esa mueca vuelve a recuperarlo.
- ¿Estás viendo las cosas? - pregunta.
- Sí - contesta ella y rompe en llanto.
- Me alegra oírlo.
Muere con una caricia de sol. Ha completado su día.
Las libélulas sobrevuelan el jardín.
Al regresar a su casa, Lux se queda dormida en el sillón. Al despertar se levanta como impulsada por un resorte y sale al parque a comprobar la hora.
El reloj de sol marca las cuatro y cuarto.
No es tan grave, sólo fueron unos segundos.
Todavía falta para que la oscuridad envuelva su día.
Lux camina entre los fresnos agarrada al brazo de su madre.
Van señalando, viendo las cosas.
Un ave minúscula y roja como una frutilla. Una ardilla trepando un nogal con su cola pomposa. Un hongo de colores brillosos.
- Tu padre estaría orgulloso.
Lux no puede evitar la emoción. Su madre la mira con ternura. Sonríe, los ojos se le llenan de emoción.
- Estás embarazada.
El canto de los pájaros suena a retirada, el día se torna púrpura. Darren vuelve de recoger el alimento y prepara un café. Lux se recuesta en el sillón con la frente perlada de sudor. Él le acaricia la frente, pregunta si se siente bien. Lux le responde con una caricia en la mejilla. La piel de su vientre se tensa como un cuero al sol.
Darren pregunta si es la hora. Lux dice que sí.
Caminan hasta el algarrobo, a metros de la cabaña donde vive su madre. Ella está recostada en el sillón, mirando por el ventanal. Ambas saludan con la mano.
Darren tiende una manta y Lux se acuesta panza arriba con las rodillas separadas.
El reloj de sol marca la seis.
Una niña.
Llora con la carita colorada por la sangre del sol. Lux pronuncia la oración, decreta el nombre:
- Yuhi, sol de atardecer.
La criatura grita ataviada por la velocidad, luego se apacigua en brazos de su madre, hasta dormirse.
Una tropilla de caballos blancos galopa rumbo al bosque de fresnos.
Lux entorna la mirada hacia su madre. Ya no está.
La alegría iguala su tristeza. El nacimiento coincide con la muerte de su madre.
Lux merodea por el parque con Yuhi en brazos, señala arañas entre complejos tejidos, una mariposa monarca que se vuelve polvo azafranado sobre un pétalo marchito.
Sienta a la criatura sobre la hierba tierna. El sol desaparece entre los árboles.
Yuhi persigue una libélula, sus pasos son firmes, los rulos cubren el cuello.
En puntas de pie, logra alcanzar un libro del armario. Yuhi lo examina sentada en el sillón. Afuera la noche exhala su niebla contra el ventanal. El velador ilumina las páginas. Lux lee despacio. Antes de pasar la hoja, Yuhi apoya el dedo en la primera palabra y lo desliza de izquierda a derecha, leyendo en voz alta, sin trabarse.
Su mirada brilla como si estuviera ante una cueva de diamantes.
El camino de los árboles petrificados. El océano azul entre las dunas.
¿Cuánto pasó desde que Lux hacía ese recorrido con su madre?
Era de día, ahora es noche.
La luna cabrillea sobre el agua espumosa. La marea fría llega hasta sus pies.
- Es una suerte conocer el mar - menciona Lux.
Eso solía decir su madre. Es una gran suerte.
Lux no puede evitar cierta melancolía - la melancolía del mar por la noche -.
Todas las cosas que no veré - piensa -. La nieve. Un lago quieto. La ira contenida de un volcán…
Una brisa cálida, llena de insectos. Yuhi corre por el parque con el niño de la casona. Juegan a las escondidas, gritan y ríen cada vez que se encuentran.
Lux los observa desde el porche, alternando la lectura de un libro sobre un hombre que vive en las montañas, no le importa saber que no podrá terminarlo. Darren fuma en silencio, tomado de su mano.
La noche avanza en paz.
- Me gustaría ver montañas, desiertos. Todo eso que está en los libros.
- Sabés que no es posible.
- ¿Por qué?
- No tenemos tanto tiempo… Conocemos el mar…
El fuego ilumina el rostro del padre. Yuhi se cubre con una manta, contempla la carne dorándose sobre las brasas. Los leños arden hasta convertirse en ceniza. Otros leños se encienden y mantienen la llama, pero también acaban en ceniza.
Lux pone el disco. Reunidos alrededor de la fonola, escuchan dos o tres fragmentos del cuarteto de cuerdas, sólo cuentan con ese álbum, que contiene esa única pieza.
El muchacho amigo de Yuhi se llama Ro. Pasa a buscarla y caminan con una linterna por sendero que lleva al arroyo. Aunque no llegarán al arroyo, nadie de los alrededores ha llegado nunca.
Alumbran una pequeña zona a sus pies. Una lechuza sobrevuela el haz de luz.
Yuhi siente miedo y quiere volver. Ro dice que sus vidas ocurren por la noche.
- No debemos temer a nuestra vida.
Darren agoniza en su cama.
- Está por cumplirse el día - dice.
Lux acaricia sus mejillas. No ha quedado nada de su rostro carnoso.
- Pudiste ver.
- Claro, pero lo suficiente.
- Nunca lo es, querido.
Yuhi entra en la habitación y se sienta en el borde de la cama. Darren la mira con una sonrisa, su voz debilitada apenas se escucha:
- ¿Estás viendo las cosas?
- No lo olvido ni un momento.
Entra a su habitación, aún perduran los aromas de la infancia. Mira por la ventana: polillas y libélulas vuelan alrededor del farol del porche. El atrapasueños se mueve un poco por el viento. Un relámpago ilumina el parque. Permanece unos segundos sin moverse. Su madre golpea la puerta y entra.
- Se viene tormenta - dice con voz queda.
- Nunca vi tantas libélulas.
- Las llaman Efímeras.
- ¿Efímeras?
- Dicen que traen mensajes del más allá.
La mariposa de cristal sobrevuela por el parque y llega hasta los hombros de Yuhi. Ro llega por el lado de los fresnos. La llovizna no lo detiene.
Corren hasta la capilla. Ro dice las palabras. Yuhi se desnuda.
Un trueno. La lluvia torrencial.
El orgasmo como un relámpago líquido.
- Voy a mudarme a la cabaña de Ro.
- Me parece bien.
- ¿Podrás sola?
- ¡Claro! Me queda tiempo por delante.
- Estaremos cerca...
- Y además nunca estoy sola. Las Efímeras me traen mensajes de tu padre.
Yuhi pone el disco que estaba en casa de sus padres. Ro le agarra la mano y bailan. Beben vino hasta emborracharse y hacen el amor sobre el sillón. Luego permanecen abrazados en silencio. El segundero del reloj hace ruido. La una y cuarenta, queda noche por delante.
Lux llega hasta la playa. Si su hija se enterara la trataría de anciana loca.
Tenía ganas de acercarse al mar. Es una madrugada fresca y clara.
El mar siempre tiene canciones.
Lux estornuda. Las articulaciones le parecen más pesadas. Su cuerpo reconoce el agrio sabor de la enfermedad. El malestar de la fiebre.
Yuhi le pone paños de agua fría en la frente. Lamenta que su madre pierda esos segundos. Lux no dice nada sobre su visita al mar.
Tras el reposo, Lux tiene ganas de salir. Está cumpliendo una hora más en su día, decide celebrar. Elije un vestido floreado y se peina frente al espejo.
Toma un vino dulce sentada en el porche.
Por el sendero pasa caminando un hombre alto. A contraluz, distingue al vecino que vive en las afueras del parque. Algunas veces se han cruzado a la distancia y en cada oportunidad ella se ruborizó con el filo de su mirada.
El vecino se detiene a la altura de la cabaña y levanta la mano para saludarla. Ella acomoda su vestido y, como si obedeciera a un llamado inevitable, camina hacia él con la copa en la mano. El vino se derrama en el césped.
Recostados sobre la hojarasca se han saciado. Nada tienen para decirse. El vecino se levanta y sigue su camino. Ella levanta la copa derramada y regresa a la cabaña.
La garúa no la detiene. Lux toma el paragua y sale a caminar entre los árboles. El aroma de la humedad, el cielo encendido de relámpagos, le devuelven el asombro.
A la distancia ve la luz encendida en la cabaña de Ro y Yuhi, le gustaría conversar un momento con ellos y luego regresar, pero no quiere robarles tiempo.
Sigue hacia las afueras del parque, rumbo a la cabaña del vecino.
El vecino la recibe con cierta desconfianza. La invita a pasar y le convida un café muy amargo. Ella sonríe sin saber qué decir. Ahora conoce una cabaña donde vive un hombre solo. Hablan del día. De las cosas que vieron.
El hombre bosteza, está cansado y viejo.
Lux agradece el café y se despide, abre la puerta ella misma y sale al parque, la luna le enfría la cara. Hace callar su piel.
Pasa otra hora en la soledad de las últimas horas. Frente al espejo, es testigo del avance de la edad. El rostro forma un nuevo mapa. El pelo hace un rato escarlata, ahora no llegaba al rosa pálido. Hebras que parecen telarañas. Cierta miopía le ahorra la imagen nítida de su decrepitud.
Yuhi come un hongo del bosque de los fresnos. Baila sola y ríe hasta las lágrimas. Camina hasta el final del parque con la sensación de que el mundo es demasiado pequeño y gira en torno a ella. La madrugada cae sobre ella como una manta fina. Se desnuda y recorre la piel con los dedos, disfruta su cuerpo joven.
Ni siquiera ha llegado a la mitad de su día.
Yuhi despierta. Tuvo un sueño: vivía en el mundo donde era posible vivir una larga vida, tan larga que permitía dormir durante horas y aún así conocer a personas, viajar y ver distintos mares. ¡Y hasta montañas!
Se levanta con un envión y corre a mirar el reloj de sol. Las cuatro y media. Lamenta el tiempo perdido, por un estúpido sueño donde la gente puede vivir una eternidad de ochenta años.
Las cinco.
La cabaña huele a manteca derretida. Yuhi acerca la torta. Ro enciende una vela.
Última hora, piensa Lux.
Y menciona el mar, las aves, el alimento. La suerte que han tenido.
El resplandor de la llama bailotea en su cara. Pide el deseo:
- Seguir viendo las cosas.
Antes de partir llega hasta el algarrobo, fiel testigo de su día, de sus primeros pasos, del amor con Darren, del nacimiento de su hija...
Toma el bastón y marcha a tientas por el parque azul. Frente al viejo árbol, susurra unas palabras de agradecimiento. Recuerda el día en que Darren la aceptó por esposa.
El alba salpica el cielo. El parque se ilumina a medias. Lux se recuesta en el sillón, desde allí, observa la panza en punta de su hija: será una niña.
- Ya no queda casi nada - dice Yuhi, conteniendo las lágrimas.
No puede dejar de echar miradas al reloj de sol. Quisiera quedarse con su madre hasta el último instante. Pero sabe que dentro suyo un ser puja por ver las cosas.
- Es triste - dice.
- No se habla de tristeza cuando una criatura está por nacer.
- Nacerá a tu misma hora - ahora logra sonreír.
- Es una linda hora.
- La llamaremos Lux, la nacida al amanecer. Como la abuela.
Lux sabe que es inútil desear la gracia de unos segundos más, los suficientes para conocer el rostro de su nieta.
Sentada en el sillón, mira por el ventanal. Ro y su hija caminan cerca del algarrobo. Ella se balancea con su panza enorme y la saluda con la mano. Luego se tiende sobre el césped con las piernas separadas. Ro le acomoda un saco bajo la cabeza.
Una hermosa hora para nacer. La claridad se derrama sobre el parque.
La respiración de Lux comienza a dificultarse, como si el cuerpo no recordara cómo detenerse. Recostada en el sillón alcanza a oír el llanto de la criatura.
Una pequeña Lux.
Sonríe.
Ha visto algunas cosas. Tuvo su jornada.
Una tropilla de caballos blancos galopa como un vapor de leche. |