Introducción
Hay momentos en que el mensaje no entra por el oído, ni por la razón. Entra por el sueño. Esta carta es testimonio de un mediodía cualquiera donde la atención cedió, pero el alma despertó. Porque la palabra que nos revela a veces llega dormida.
La Palabra que Me Alcanzó Dormido
(4 de agosto de 2025)
Vi una película al mediodía.
No suelo verlas,
pero algo me llamó...
y apenas comenzó, ya intuía el final.
Era El hombre que sabía demasiado,
y quizás, sin querer, hablaba de mí.
Fui al supermercado.
Volví.
Me preparé con calma,
porque a las tres en punto,
el Maestro hablaría desde Boston.
La transmisión comenzó.
Él, de pie, erguido,
ante no más de ciento veinte personas.
Una mujer alta, rubia, artista,
con las manos danzando como palabras sueltas,
dijo cuánto había cambiado su vida
al recibir ese regalo silencioso
que no se puede explicar con la boca.
Y el Maestro,
mirando a los presentes
y saludando a los invisibles -como yo-
anunció su próxima gira a Costa Rica.
Habló de Toronto,
de un mensaje que había repetido allí:
"Un hombre desgreñado dice: soy Dios... ¿le crees?"
Y luego, casi al final,
soltó la frase que aún me vibra en el pecho:
"Solo el Maestro te explica quién eres."
Yo escuchaba...
o eso creía.
Pero el cuerpo pidió algo más profundo
que la atención:
pidió sueño.
Dormí el sesenta por ciento del evento.
Me esforcé por mantenerme despierto.
No pude.
Y sin embargo, algo entró.
Algo quedó.
Como una palabra que llega volando
y anida en el alma,
aunque los ojos estén cerrados.
Hoy sé que no fue distracción.
Fue entrega.
El mensaje entró no por la razón,
sino por el sueño.
Y ahora, escribiendo estas líneas,
me doy cuenta:
la palabra me alcanzó dormido.
Y desperté un poco más.
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