No he olvidado cuando llegué a la casa de mi primera hija en New Jersey por sexta vez. Ni que fue después del medio día de un verano que exageró con el calor. Y que se trata de una vivienda que interrumpe una hilera, para continuar luego de un corto bosque. Muy corto, robusto e inclinado. Pero que es una muestra de lo que debe ser el planeta en cada parte de una misma región. ¡Terreno que no pudo derrotar la verticalidad del follaje!
Pero que a pesar de haber estado más de cinco veces en la misma estancia, jamás me sentí llamado a penetrarlo(el bosque). Contentándome sólo con contemplarlo al través de un claro ventanal. Algo que no fue ignorado por la anfitriona. Quién por sexta vez me invitó a trillar su ‘solitario’ sendero. A lo que me negué por séptima ocasión. Pero que sucumbí a la octava.
Y un pórtico escalonado y de concreto, por poco me detiene. Más, ya me había doblado un recuerdo extraño: el viejo rancho de los Cruz en El Cercado de mi infancia. Bohío qué situado sobre un breve ‘firme’ me enloquecía. Y, de inmediato, me llegaron algunos nombres personales: Sisa, Ángel, Monso. Y fue que el camino iniciado con mi hija era el mismo de mi niñez. Con todo y su verdor monótono, por lo de ignorar sus componentes. Pero que el mago dentro de mi cabeza los convirtió en mangos, caimitos, naranjos y aguacates. Y volví a ver a Felo y a Niniso. También a César y a Luis. Hasta que también llegaron Marcia y Alexandra.
Luciéndome que el trillo de ayer, allá, lo reconstruyó el de hoy, aquí. Camino que luego sé bifurcó para hacerme mirar para arriba y para abajo. Costados, ambos peligrosos, por ser dos extremos de la misma furnia. Pero que en el caso del camino de ayer, al descender mostraba un lento arroyo de tibios chorritos. Mientras que este subiendo me condujo a un campo de béisbol.
Pero lo que, por supuesto, no preví fue la abrupta pregunta final de mi hija: ¿Papi, quieres regresar por el mismo camino ó por las calles?
|