El tiempo nunca se pierde; se cambia y se transforma,
reinventado bajos nuevas emociones siempre se recrea,
nuevas versiones en esa necesaria memoria adulterada,
viejas proclamas para avivar una evocación nostálgica,
aquel tiempo que no nos llega a abandonar del todo,
como esa memoria a la deriva que se va transliterando,
entre los olvidos, las elipsis y sus gentiles recreaciones,
en una verdad autorizada que celebra nuestro pathos,
se acomoda con clemencia a nuestra particular doxa,
en una realidad que nada más es que un punto de vista,
celebrando la catarsis con ese tiempo que ya fue mejor,
invertida utopía para un manriqueño deseo retroactivo,
perder el tiempo es paradoja para ganar algún tiempo,
de ese futuro perdido en el pasado en obligado retorno,
una lección de vida aprehendida tal vez un poco tarde,
nuestro destino solo nosotros nos lo podemos escribir,
en los meandros de una vida de más vueltas que idas,
porque nos asusta perder de vista el asidero presente,
saber hasta donde me quiere llevar mi propio destino,
antes de que llegue esa luz que viene sin ser invitada,
ante el vencimiento previsible de un deseo calculado,
sí todas las utopías nacen de un deseo, quiero la mía.
JIJCL, 2 de agosto de 2025.
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