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«No hay mejor maestro que un susto bien dado.»
—Proverbio popular
Un conejito salió sin pedir permiso a su mamá. Iba emocionado con todo lo que encontraba: una florecita, un pasto dulce...
El viento frío y la luz de la primera estrella detuvieron su marcha. Oteó el horizonte, pero no reconocía el camino.
—Esta tarde se parece mucho al amanecer —se dijo.
Estaba perdido.
Tenía las orejas acaloradas y el corazón le latía como tambor.
Divisó una cueva, se persignó y decidió pasar la noche allí.
Se hizo chiquito al escuchar el aleteo de unos vampiros. Cruzó los dedos y rogó a Dios que no se lo chuparan.
Al amanecer, el pavor lo invadió hasta la punta de las orejas: estaba en medio de las garras de un león dormido.
Quiso llorar, pero se contuvo. Cualquier ruido podría despertarlo… y entonces sería el desayuno de la fiera.
—Si corro, me atrapará. Si me quedo quieto, cuando despierte, me comerá.
—Mamá, mamita… ayúdame —susurraba. Pero su madre estaba lejos, gritando como loca:
—¡Cándidooo…! ¡Cándidooo…!
Y Cándido estaba entre las garras de un león que aún dormía.
Una chicharra cantó a lo lejos, pero en la cueva retumbó como si estuviera allí mismo. Se hizo más chiquito. Sabía que el león no tardaría en despertar.
Entonces recordó a su abuelo, que en la mecedora medio soñaba, y con cualquier ruido se echaba pecho a tierra una y otra vez, creyendo que estaba en aquella guerra contra las arañas. Hasta que, por fin, despertaba.
Le llegó una idea, como esas meliponas —esas abejitas negras que no pican, pero espantan.
Miró bien: por las garras gruesas y pachonas, el león no era joven.
Y si fuera como el abuelo… que dormía a medias, entre el sueño y la vigilia. Ese instante en que la cabeza se llena de humo...
Una vez más, Cándido se hizo más chiquito.
Los vampiros regresaron golpeando sus alas y alborotando.
Ay, se dijo, que no se despierte… que no se despierte...
Solo tenía una idea. Terrible, imposible de ensayar.
Esperó a que los murciélagos se durmieran.
Y cuando se hizo el silencio, con voz engolada, fuerte y enojada, gritó:
—¡¿Quién es el animal estúpido que tiene entre sus patas mi huevo peludo?!
El león se despertó sobresaltado. Sintió algo entre sus garras, lo tocó y, con horror, vio algo peludo y con forma de huevo. Dio un brinco y salió huyendo de la cueva.
Corrió sin parar hasta lo alto del monte. Allí, aún temblando, se dijo:
—Si ese era su huevo… ¿cómo serán sus colmillos?
Su mamá no le dio nalgadas. Le hizo un pastel de zanahoria, porque había vuelto a nacer.

Texto agregado el 29-07-2025, y leído por 71 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-07-2025 La historia usa la metáfora del susto para mostrar cómo el miedo puede ser una lección poderosa que impulsa la valentía y la astucia en momentos de peligro. Nos invita a enfrentar los temores transformándolos en fuerza para sobrevivir y crecer. Al final, como en todo, hay un pastel de zanahoria, para reconciliarnos con la realidad. Saludos. jovauri
30-07-2025 jajaja buenísimo!! Un abrazo. ome
 
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