Lo ví, era el séptimo ángel de la muerte,
junto a cuatro cabalgaba,
con caballos que exhalaban pestes.
Su rostro era hiriente
y su mano enarbolaba
rosas negras que apuntaban
hacia la humanidad demente.

De la tierra brotaba la sangre
y las estrellas destrozaban los cuerpos,
mi corazón se estrujaba
por el ángel y su blanco atuendo.
Sus manos eran de fuego
y sus ojos, abismo de nada.
Mientras mi final esperaba
lo ví nuevamente observándome,
su mano apuntaba hiriente
hacia mi mente corrompida,
a mi conciencia sacudida,
antes de conocer la muerte.