Luisa, mi mejor amiga.
A Luisa la conocí cuando yo era una niña, era una mujer amable y siempre sonriente que vivía al lado de la casa de mis padres.
Vivía sola con un perro casi tan grande como ella, Luisa era ciega, pero a pesar de serlo, sólo tenía a una mujer que iba por las mañanas a asearle la casa, ella se las arreglaba sola para todo lo demás.
Cuando nos mudamos, al ser una niña traviesa, entraba a su patio a mirar las rosas y otras plantas que ella misma cultivaba y a jugar con su perro que a pesar de ser tan grande era muy manso, así nos hicimos amigas, por aquél entonces Luisa tendría unos sesenta años, nunca se había casado y nunca tuvo hijos, quizá por eso me quería tanto y yo le correspondía de la misma manera, preguntándole tantas cosas como mi mente imaginara, no podía entender cómo una persona que no puede ver, sabía exactamente cómo era todo a su alrededor, hasta a mí, me describía tal cual era.
Las conversaciones con Luisa se hicieron cada día más frecuentes, a mis ocho años era muy curiosa y quería saber y ella al darse cuenta, contestaba a mis preguntas con voz tan suave y agradable que me hacía quererla más, ella era casi como imaginaba a un hada madrina y muchas veces se lo dije sólo para sentir su risa angelical que me trasportaba a un mundo de ensueño.
Fue así que me enteré que Luisa no había sido siempre ciega, al nacer era una niña normal, muy hermosa, lo sé por las fotografías que tenía en un álbum que solía mostrarme, pero que al ir creciendo fue perdiendo la vista de a poco y al llegar a los treinta años, la perdió totalmente quedándole solamente una visión borrosa que según me contaba, le permitía no ver como vemos los demás que no son ciegos, pero que podía distinguir sombras y a veces, hasta siluetas, pero nunca colores ni formas reales.
A pesar de todo, no sentía lástima por ella, simplemente era una amiga muy querida que solía contarme cosas que nadie jamás me había contado.
Por ejemplo, me decía que cuando era una niña, soñaba, pero lo hacía despierta imaginando mundos diferentes y colores jamás vistos y con el príncipe azul que vendría a buscarla en un corcel blanco y tantas cosas que me identificaban con ella, más que ninguna otra persona.
Me contó que se había enamorado, pero que sus padres no estaban de acuerdo porque el muchacho no era lo que ellos esperaban para ella y que como por aquél entonces ya había comenzado a perder la vista, optó por tratar de olvidarlo y aunque jamás lo logró, con el tiempo supo que era lo mejor, él en realidad no era el príncipe azul con el que había soñado, era tal cual se lo habían dicho sus padres y al pasar los años tuvo que agradecerles el no haber permitido un noviazgo que quizá hubiera terminado muy mal.
También me contaba de otros sueños, me decía que eran tan reales que muchas veces podía recordarlos tan vívidamente que hasta ella se asustaba.
Aquellos eran sueños raros, en uno de ellos soñó que iba en un ómnibus a retirar unos remedios para su madre y que sin querer se pasó del lugar a donde iba encontrándose completamente perdida y que al terminar el recorrido del ómnibus, una mujer que era la que manejaba, al verla perdida le preguntó hacia dónde iba, pero que ella al estar tan asustada no supo contestar, la mujer le dijo que llamara a su madre, pero ella buscó el celular y no lo había llevado, además tampoco sabía si le alcanzaba el dinero y se veía contando las monedas, despertando con mucha angustia y lo mismo me pasó al escucharlo, supe así que esos sueños eran pesadillas y desee que jamás me tocara soñar cosas así.
Pero no todos eran pesadillas, esos sueños quizá correspondían a su estado de ánimo, por aquél entonces había perdido a sus padres y se sentía muy sola y al estar casi ciega sintió que el mundo se le caía encima, pero que poco a poco fue recuperándose y que con el tiempo aquellas pesadillas no volvieron, las había superado y dieron paso a sueños normales y alegres en los cuales se refugiaba para no sentirse tan sola.
Luisa fue un ejemplo a seguir, ahora que soy mayor lo entiendo, a mí también muchas veces me atacan sueños que son verdaderas pesadillas, pero gracias a los consejos de Luisa, los supero y a la noche siguiente vuelvo a soñar cosas agradables y me he llegado a dar cuenta que los sueños son tal como ella me decía, estados de ánimo, si la tristeza o el enojo están conmigo en la noche, los sueños van a ser justamente como me siento, sueños tristes de los cuales me es muy difícil salir, pero si por el contario me acuesto contenta y pienso en cosas agradables, mis sueños ya no van a ser pesadillas, sino todo lo contrario.
Muchas fueron las cosas que aprendí de Luisa, por ejemplo, que todo se puede en esta vida y que la amistad cuando es verdadera perdurará hasta el día que tengamos que marcharnos.
Hoy tengo en mis manos un cuaderno que Luisa me dejó al morir a sus noventa y nueve años, es su libro diario, una vez me dijo que me lo iba a dejar, pero pensé que nunca llegaría ese día, quizá porque sabía que al tenerlo significaba que ella ya no estaría y eso me entristecía. Luisa escribía en Braile en su computadora y una persona se encargaba de pasarlos a su cuaderno, como ella bien decía, todo lo que escribía se podía leer, su vida era así, todo el mundo podía leer lo que escribía, no tenía nada que ocultar.
Luego de leerlo mi tristeza fue mayor, en su última página me decía que sabía que ese sería su último día, la noche anterior se había cumplido un deseo o más bien un sueño que tenía cuando era una niña, un príncipe azul en un corcel blanco la venía a buscar y supo así que su hora había llegado.
Cierro este cuaderno para guardarlo entre mis cosas más queridas, pero ya no estoy triste, Luisa me había enseñado que la vida está hecha de ratos buenos y otros malos, pero que sólo nuestro corazón sabe cuáles debemos recordar y en mi caso opté por ser como ella y pensar que a su manera fue una mujer feliz.
Omenia
11/7/2025
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