En el reino de Edimburgo, todos seguían ciegamente al rey tuerto. Siempre estaban dispuestos a obedecer y hacer lo que el rey dijera, así estuviera mal dicho. Así se la pasaron durante cuarenta años; en los primeros veinte el reino de Edimburgo progresó mucho, es justo reconocerlo.
Los seguidores fueron fieles a Edmundo I. En los años siguientes todo anduvo muy mal; aún así nadie se atrevía a decirle nada al rey, por temor a sus represalias. Sólo un músico rebelde desobedecía y contradecía la manera de gobernar y manipular a las habitantes de ese reino que ya parecía un reino oscuro.
Edmundo I, temeroso de que el músico rebelde le quitara el trono, lo condenó a vivir en un laberinto, del que nadie había salido hasta ese momento. Al paso del tiempo Edmundo I, enfermó y murió de un padecimiento del corazón, creo que lo tenía muy grande y el cerebro muy chico, igual que el pito. El músico rebelde, logró salir del laberinto, sin utilizar el hilo de Ariadna, sino con el bolígrafo infinito de Pietro Bruno, marcando el laberinto logró encontrar la salida.
Desde ese día el reino de Edimburgo, tuvo nuevo rey. El anterior había perdido el juicio en los años de crisis económica y cultural, ambiental y política que afectó a la humanidad por un largo periodo de tiempo. En aquella época era normal que los seguidores del rey, fueran leales, a sabiendas que todo lo ordenado era absurdo.
El nuevo rey abdicó el trono a un familiar de Edmundo I, pues en ese pueblo todos eran idiotas. EL rey anterior era tuerto y sordo, además, cegatón. Por eso nunca pudo deleitarse con la música y la poesía de Pietro Bruno, de ascendencia latina. |