SILENCIO
Lo increíble puede pasar en una mañana cualquiera. Salí de la cama y caminé estirando los brazos para desperezarme. Me miré en el espejo y sonreí al ver que el color verde del pijama hacía juego con mis ojos. Los primeros rayos de sol entraban por la persiana semi abierta y los pájaros cantaban sin parar. Todo estaba en calma, una calma que se hizo más intensa cuando los pájaros cesaron su canto. También dejó de escucharse el ruido de los autos pasando por la carretera. Entonces, ese silencio abismal me inquietó. Sentía que la casa había caído dentro de una burbuja que no permite sonido alguno. Sigilosamente salí de la habitación y al llegar al living alcancé a ver algo en el jardín, una especie de sombra o forma que no pude definir. Me aterroricé, volví corriendo al dormitorio y cerré la puerta con llave. Mi corazón latía muy rápido, mis manos temblaban sudorosas y no podía moverme. Cerré los ojos y apoyé el oído en la puerta para escuchar algún ruido o señal de que esa sombra estuviese más cerca, pero todo seguía en absoluto silencio. Así estuve durante unos minutos, cuatro o cinco tal vez, hasta que pensé ¡tengo que enfrentar esto!
Saqué fuerzas del alma y la mente, abrí la puerta despacio y caminé cuidadosamente hasta llegar al jardín. Entonces la vi, sentada en la orilla de la fuente de agua, entre el rosal amarillo y las hortensias azules. Tenía el cabello castaño y los ojos tristes como día nublado; llevaba puesto un gastado vestido café, largo hasta los tobillos que me hizo pensar en una monja franciscana. Estaba descalza. Al mirarla a los ojos, el miedo fue desapareciendo hasta convertirse en una gran curiosidad: “¿Qué hace aquí?”, le pregunté en un tono firme. Ella me miró y dijo en voz un tanto baja: Solo pasé a contemplar las flores de este hermoso jardín. Vengo desde muy lejos y debo seguir caminando hasta encontrar la puerta del Infinito. Luego, se dirigió hasta el fondo del patio y se fue desvaneciendo en la enredadera que cubría la pared. Entonces, lo pájaros volvieron a cantar.