Así lo nombran los aborígenes.
Perdido en el Centro Rojo
Yergue su mole imponente
A casi novecientos metros
Cambiando de color
Según varía la luz.
Cuando llega el atardecer
Y va decayendo el sol
Pasa de un rojo intenso
A matices azulmorados.
A él acuden a estas horas
Autocares de japoneses
que liberan manadas
de cámaras impacientes
Mientras los privilegiados
con guía y chofer
Montan mesas para servir
Tapas frías y champán tibio.
Los dueños del lugar
Desde los orígenes
Hoy prohíben la ascensión
Y perciben el tributo
Del colonizador y
Viajeros del mundo entero.
Por suerte, no dejan instalarse
A menos de quince kilómetros
Para dejar tranquilos
los espíritus ancestrales.
Y bajo un cielo estrellado
Sin la menor luz parásita
De súbito cae la noche negra
Sobre la majestad de Uluru.