LOS GEMELOS DE MARIA
Por: Iván A. Colón Morales
3 de julio de 2025
María tuvo gemelos. Aunque fraternos, eran casi idénticos. Nacieron de espermatozoides distintos y se desarrollaron en dos sacos amnióticos, dos placentas y dos estructuras de soporte separados. Sin embargo la similitud era notable.
Ambos tenían la tez cálida y la hebra de sus cabellos ensortijada y levemente grisácea. El más joven era regordete y el mayor de composición ósea menos corpulenta. Pero ambos gozaban de magníficos atributos asociados a su edad. Lo curioso del caso era que a pesar de la semejanza no compartían la misma genética.
Cuando María tuvo aquel alumbramiento ya tenía cierta edad. De esa edad que se acostumbra decir que las mujeres no deben tener para entrar en esas contingencias. !Pero qué se le iba a hacer! María entró en aquel estado de gravidez contrario a la mayoría de las mujeres de su edad. Su libido, en vez de haber menguado, rejuvenecía.
Así que, por qué no lanzarse a lo prohibido; arriesgar su balance por una oscilación que generara confusión, que le provocara un jaleo existencial como aquel que sintió la primera ocasión. Se sentía seducida por el lance, constituía un escape de la monotonía. Comenzó con un juego un poco juvenil a pesar de su edad. Una mirada coqueta desde la inocencia, un flirteo comedido. Nada que no hubiera hecho con anterioridad.
Lo que María no esperaba era que el mayor de los gemelos le correspondiera. Primero una galantería, un piropo subido de tono. Luego un leve roce de la mano; o un beso cercano a la comisura de la boca mientras se sostiene la mano sobre su cuerpo inocentemente. Aquel cortejo no pasó desapercibido. Conocía muy bien la danza de aquellos acercamientos, treinta años antes los había vivido con el menor de ellos.
Con mayor frecuencia se alejaba de lo que según su juicio catalogaba de cautiverio; de la celda auto impuesta que castraba su anhelos. Para el más joven de los mellizos pasó desapercibido.
Comenzó con salidas esporádicas a la tienda de la esquina que frecuentaba el más longevo. Su madre había dejado un piso en los bajos del edificio donde este vivía. Era natural que María visitara el área. En un principio el destino propició sus encuentros. Luego la ocasional invitación al café del barrio. Con posterioridad los confabulados paseos; hasta llegar a los febriles encuentros mañaneros en la habitacíón.
Fue de a poco trazando el camino de la retirada. El más mozo ajeno a sus deseos, nublado por el tedioso paso de los años no se percató de su despedida. Primero los zapatos, más tarde la ropa. Luego la ropa interior, incluso la bata roja que usaba para despertar la pasión al juvenal. Fue retirándolo todo, a plena vista, sin que nadie la viera. Retiro el cariño, los juguetes prohibidos, hasta que finalmente retiró el hastío y salió como quiso sin tapujos, sin remordimientos y sin marido. Se fue libre a experimentar con el gemelo. |