El 27 de junio a las 2:00 p.m. nació una hermosa niña. Eso repetía la madre cada vez que alguien mencionaba el mes de junio, como si fuera un santo conmemorativo... aunque el resto del año se le olvidaran hasta los cumpleaños de la familia.
Todo comenzó durante unas vacaciones. La hija llegó de visita y, para su sorpresa, notó que su madre no se había bañado en los últimos tres días. En lugar de correa, llevaba una cabuya atada a la cintura... como si estuviera a punto de arrear vacas o invocar algún ritual precolombino. Fue entonces cuando supo, con toda certeza, que algo no andaba bien.
Otro día, agarró el jabón en polvo y lo esparció por todo el patio y la cocina. Cuando la hija salió, todo parecía una piscina espumosa. Faltaban los flotadores y el salvavidas, pero la espuma daba para un comercial de detergente.
Todas las mañanas, su madre le decía:
—Si mi mamá estuviera viva, me daría café...
Y lo decía con tanta convicción que uno casi sentía el aroma del café imaginario.
Una mañana, la miró muy seria y preguntó:
—¿Dónde está la niña cabecipelada que nació con dos cuentes y una muelita? ¡Quiero verla! ¡Quiero verla!
Y ahí la hija entendió que su madre recordaba a su hermana mayor.
Todos los martes salían juntas a caminar. Mientras su madre desayunaba jugo de uva y pastel, la hija revisaba si ya le habían consignado la pensión . Ese día estaban en el parque principal y vieron pasar una cuatrimoto negra con azul petróleo, muy futurista. Justo entonces, su madre vio un par de grillos verdes en el suelo y empezó a decir con tono de película de acción:
—¡Bomba, bomba, bomba!
La hija, tratando de calmarla, sacó una revista:
—Mamá, mira... vamos a viajar. ¡Nos vamos para Medellín! Ese viaje será del 3 al 6 de octubre.
—¡Vamos! ¡Hay que evacuar! —gritó Pilar.
Y en cuestión de segundos, todos en el parque salieron corriendo como en escena de telenovela. Hasta el señor del carrito de empanadas dejó la fritanga encendida.
Gracias a Dios, ellas —y los pocos que no huyeron— se escondieron en el baño, otros detrás del mostrador y uno más entre el enfriador y las gaseosas. El caos fue total. Hubo un temblor seguido de una tormenta, como si el firmamento también supiera que ella, a pesar de todo, seguía activa, viva, y con la imaginación a mil por hora.
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