Estas letras comienzan con un punto final en forma de luna, deshaciéndose en la pantalla del computador...
Son los restos de una vela agonizante, cuya llama canta, brilla y se va.
Son ecos, ondas en el agua de una piedra que cae al vacío.
El escritor, anónimo, que nunca nadie leyó, mueve sus dedos de labrador sobre el teclado con gestos de ciego, palpando el aire para no caer.
A tientas, como un borracho, ebrio de espíritu, acaricia los fragmentos de su alma, después del inevitable choque con el Amor.
Viejas canciones ronronean dentro de su corazón, y explotan, como si fueran flores creciendo en el ombligo de su mundo interno.
Trepado en el cordón umbilical de su voz, pretende llegar más allá de la Madre Oscura.
Y en los bordes de la nada, encontrar un recodo y sentarse a descansar.
Años, siglos y milenios, comprimidos en un segundo eterno.
El escritor, como piedra que cae al vacío, ronronea dentro de la vela agonizante, a tientas, cantando y pidiendo perdón.
Palpando el aire para no caer, comienza con un punto final, después del inevitable choque con la razón.
Anónimo, deshaciéndose en la pantalla de su corazón, mueve sus dedos de ciego, como si fueran flores creciendo en el ombligo de la nada.
A tientas sobre el teclado, borracho de siglos, pretende llegar más allá de los bordes de lo eterno, y sentarse a descansar, palpando el aire para no caer.
Son ecos de su respiración, viejas canciones de alguien que nadie leyó, y que se deshacen, como velas agonizantes en la pantalla del computador.
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