Hacía rato que se buscaba en el espejo y no se hallaba, eso la entristecía y la llenaba de miedo, pues no era normal. Hasta hace un mes se encontraba en el espejo, apenas se buscaba. Hasta ese momento no quería contarle a nadie para que no fueran a pensar que estaba loca. Cualquiera en su lugar se hubiera aterrorizado, por qué no decirlo, hasta se hubiera suicidado. Pero ese no era el caso de ella, a pesar que al principio le dio miedo, con el paso de los días logró tranquilizarse y terminó aceptando esa situación. A ella siempre se le quebraban los espejos; en otras oportunidades se le olvidaban en los almacenes y en las cafeterías, pues como toda mujer llevaba siempre un espejo pequeño en el bolso, lo utilizaba para ver cómo estaba su maquillaje y para pintarse los labios de un rojo intenso antes de verse con su novio.
No volvió a comprar más espejos, tampoco intentaba verse en los que había en su lugar de trabajo o en los de los vehículos de sus compañeros de la universidad. Después de pensarlo tanto llegó a la conclusión que sin espejos también se vive. En eso tenía razón, pues al paso del tiempo todos los seres humanos se miran con tristeza y terminan por detestar al enigmático objeto que hace unos años era generoso con quien se miraba. Las mujeres son más vanidosas y con suma tristeza empiezan a desprenderse de ese objeto que en otro tiempo era su adoración e infaltable en su bolso, pues las acompañaba a todas partes. Es que el espejo guarda infinidad de misterios en su luz. Pasó tanto tiempo sin verse en él, que su cabello negro se blanqueó por completo, sus ojos empezaron a nublarse hasta que se apagaron para siempre. Ella se fue de este mundo en silencio y sin decir adiós a nadie. Lo raro de este asunto es que la siguen viendo en la universidad, hasta le siguen pagando. El espejo le devuelve a la vida.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA