Su tiempo transcurrió y mientras aquello sucedía, le tocó morir dos veces en la misma vida.
La primera, destrozó su alma y descubrió el dolor del corazón, ese que no se cura con analgésicos, ese que daña la mirada volviéndola perdida, sin brillo, el mismo que inclina la cabeza y la realidad se acota al suelo y al unísono, algo comprime la garganta y esa sensación llega hasta el estómago, el mismo que pierde el apetito.
Dejó ir gran parte de su esencia -¿con qué fuerza podría retenerla?- y cuando finalmente se quedó sin respiración y sus intentos infructiferos por moverse consumieron la garra que solía tener, dejó de sentir, no pudo ver ni oír, tampoco reccionar.
"Dicen los que dicen que saben" (como diría la querida Shou) que tiempo lo cura todo.
Se puso de pie, no sin antes cambiar sus paradigmas, reinventó su vida para no tener que volver a relacionarse, al menos directamente, con temáticas que aún estaban muy a flor de piel. Su única seguridad era que debía seguir adelante y así lo hizo.
La segunda, destrozó su cuerpo y descubrió el dolor físico, aquel de despertarse y querer volver a dormir para no sentir la tortura. Tuvo que recurrir a los médicos y a los fármacos. Necesitó cuidados de otros, perdió su tan valorada independencia por un período que pareció eterno, empero nunca dejó de agradecer y recorrer el camino sin atormentar a su entorno con lo que le afligía.
El tiempo pasó...
Su cuerpo fue mejorando, claro que quedaron secuelas que nunca se revertirían, secuelas poco ortodoxas -pensó en el amor de su vida- nada volvería a ser como era antes, ahora habría de tener muchos cuidados en la vida diaria, con la nostalgia vigente en el cotidiano de todo aquello que ya no podría volver a hacer y que nadie sabia y si lo supieran, no podrían saber qué se siente porque nadie más lo estaba vivenciando.
Su alma estaba cubierta de cicatrices profundas y comenzó a fragilizarse hasta que algunas viejas heridas volvieron a abrirse, entonces sintió que no podía respirar, una percepción que le era familiar y que dio paso a su segunda muerte. Acto seguido, las lágrimas acumuladas durante su existencia por fin brotaron.
Ese fue el punto de inflexión, el momento en que se dio cuenta de todo lo que había pasado, descubrió sus dos muertes y el cansancio acumulado pero también las experiencias y por tanto aprendizajes que había acumulado... sin embargo lo anterior no logró anular su agotamiento.
Tal vez mañana, el tiempo transcurrido sea el suficiente como para resucitar otra vez. |