Una carta para mamá en el cielo
Había una vez una niña pequeña que vivía con su padre en una casa rodeada de un jardín silencioso. Hacía poco, su madre había partido en un accidente, y aunque el padre intentaba consolarla, la pequeña se aferraba a su dolor como si fuera el último hilo que la unía a ella. Pasaba las tardes sentada en el pasto, abrazando una fotografía desgastada mientras miraba el cielo, gris y pesado, como si reflejara su corazón.
El hombre observaba impotente. Una tarde, se acercó y le preguntó con voz suave:
—Mi vida, ¿qué buscas en las nubes?
La niña respondió, sin apartar los ojos del firmamento:
—Espero ver a mamá. Tú dijiste que se fue al cielo… Y la extraño mucho.
El padre contuvo un suspiro. No había palabras que aliviaran ese dolor, pero al día siguiente, mientras paseaba por el jardín, una paloma blanca se posó cerca de él. Sus alas brillaron bajo el sol, y entonces tuvo una idea.
Corrió a buscar papel y lápiz, y llamó a su hija:
—Ven, escribe una carta para mamá.
—¿Una carta? —preguntó la niña, confundida.
—Sí —dijo él, acariciando su cabello—. Cada vez que quieras hablar con ella, escribe lo que sientas. La paloma llevará tus palabras al cielo.
Los ojos de la pequeña se iluminaron. Tomó el lápiz con dedos temblorosos y escribió, entre risas y lágrimas, todo lo que guardaba en su pecho: "Querida mamá, te echo mucho de menos. Papá y yo te amamos. ¿Estás feliz allá arriba?".
Juntos enrollaron el papel, lo ataron con un hilo a la pata de la paloma y la liberaron. El ave alzó el vuelo, desapareciendo entre las nubes como un susurro llevado por el viento.
Días después, el cielo amaneció despejado, azul y cálido. La niña, tendida en el pasto, sonrió por primera vez en meses.
—Papá —murmuró—, mamá recibió mi carta.
Y aunque la tristeza no se fue del todo, aprendió que el amor no entiende de distancias. Desde entonces, cada vez que anhelaba a su madre, escribía una nueva carta... y el cielo siempre le respondía con un rayo de sol.
Fin
|