Hellmond
De la formación de la provincia de Hellmond se conoce muy poco. Entre los manuscritos de la Biblioteca privada y exclusiva de Allen Ellewood; el regente, se tiene constancia de que el primer ejército de Nobles descendió de las colinas de Lairglass en el año 572 después de la caída del primer inmortal; Avant I. Los estandartes del antiguo reinado cayeron y fueron sustituidos por la serpiente, símbolo que sería característico hasta nuestros días. Ciro, quien ostentaba el cargo de regente fue decapitado por el mismísimo Allen, al negarse a la rendición. Los Ducados de Soulgosh y Lakeside, y los Condados de Windhide, Nightroad y Crossvelt, estos cinco se subrogaron y unificaron a la capital, jurando así lealtad a Allen. Pasaron dos centenas y la paz se mantuvo, hasta que Allen fijó su mirada en el reino consolidado de Es; Avant II heredero del primer inmortal se alzó en armas cuando las fronteras de Principiado del Silencio comenzaron a peligrar.
El Principado del Silencio cayó cuando se desató la Batalla del Este, en venganza Avant segundo envió a los soldados mejores entrenados de su reino y lanzaron un atentado sorpresa al heredero del Conde de WIndhide, para fortuna del condado Ian Hargrave sobrevivió y se exilió mientras la tempestad se desató; su padre murió defendiendo el palacio. Los refuerzos de la capital llegaron tres días más tarde; hubo una revuelta cívica y otra oleada del ejército de Avant segundo, la histórica Toma de Windhide se dio y recuperaron el condado.
Windhide.
Antes de Avant I no se tiene constancia de algún otro hecho relevante, se dice que cuando cumplió dos mil años estaba tan alegre que le cedió a su mano derecha después de un juego de apuestas las áreas no explotadas de Bosque Espeso, siendo un regente de palabra; a los días organizó una comitiva de unos cuatrocientos soldados, veinticuatro nobles y treinta mil mortales (estos últimos se dirigirían a Bosque Espeso en grupos de a mil por semana, asegurando así que el paso no fuese peligroso)
Pasaron los años y erigieron la fortaleza, el Conde abandonó su puesto como mano derecha de Avant I y pasó a ser regente del Condado de Windhide, ya había dejado de llamarse Bosque Espeso y se constituyó como una de las ciudades más provechosas en cuanto a comercio se refería, específicamente en la producción de vino. Le siguieron otros centenares de años de paz, pero Avant I y su buena política se esfumaron después de enamorarse perdidamente de una mortal; quien engendró a Avant segundo y murió en el parto. El inmortal se sumió en una profunda tristeza e intentó por todos los medios devolverla a la vida, cosa que fue imposible, ya ella se había ido.
Pasó una veintena y Avant I enfermó de tristeza, la pena le consumió y murió a sus dos mil trescientos cuarenta y dos años. Se empezó a contar la nueva era a partir de su muerte. Su hijo, Avant segundo partió hacia otras tierras colonizando y dando lugar al reino de Es. Ciro de Nightroad se hizo con el trono, aprovechando el desinterés del consejo, de los reinos aliados y del propio Avant segundo.
De los sanatorios y las técnicas de los inmortales.
Solo el regente de Hellmond; Allen Ellewood, sus dos duques y tres condes erigieron su santuario privado en sus palacios. Se trataba de una posa poco profunda de agua corriente; que se mantenía en movimiento gracias a una piedra hellan, encantada por la sangre de los nobles. Un remedio prodigioso cuyo precio era el sacrificio de una parte o la totalidad de la vida de un noble, dependiendo de cada caso en particular. La existencia principal de estas, era resguardar la vida del regente y de su séquito.
Nació como consecuencia de la toma de Windhide, y estos santuarios son de acceso restringido, únicamente para los nobles principales y a quienes estos den prioridad. La verdad fue convertida en mito. Los ciudadanos corrientes no están seguros de la existencia de tal líquido con tales propiedades curativas, no han visto el caso de algún noble como para dar constancia de las afirmaciones que con el tiempo pasaron a la historia.
I
Año 1671 después de la caída del primer inmortal.
La pradera se extendía a lo largo y ancho del majestuoso bosque, recayendo en la incertidumbre del cauce de lentas corrientes y el brillo que escapa de las formaciones boscosas que limitan el increíble paso de Windhide. El viento ligero suspira con la parsimonia de quien ha perdido algo removiendo en adagio y danzando pícaramente sobre el pasto a su paso en una lenta caricia. El susurro de los más dulces halagos murmurados en secreto cual amante en una relación prohibida.
—Es majestuoso —las palabras escaparon de sus labios, más para sí mismo—. Aunque majestuoso; es poco. Aquello no sería más que un insulto hacia su belleza que no tiene precedentes ni comparación alguna.
—¿Así lo piensas? —la ironía en esas palabras era palpable y de algún modo hiriente.
Hiperventilaría del nerviosismo que sentía; era la osadía de volver a ver al ser después de unos dos años. El otro parecía no darse cuenta del asedio que significaba su presencia y del manojo de nervios de no poder revelar a viva voz sus intenciones, quizá por miedo al rechazo.
—No son consideraciones de propia doctrina, Lord.
—Un forastero en mi tierra parece haber cruzado la línea de la confianza. ¿Debería tomarlo como un insulto aun mayor?
—Ese tal vez sea el problema, ya es una costumbre ser adulado por quien se le cruce en el camino. Debe estar cansado.
El gesto indiferente del Lord sin agregar un comentario más sobre el tema. Dejó constancia de que la conversación la daba por zanjada.
El senescal de Soulgosh pidió encarecidamente al Duque que dejara en sus manos las negociaciones comerciales con el Condado de Windhide, a sabiendas de que volvería ver al Lord. Una vez partió de sus tierras hacia el imponente palacio de Windhide, su corazón latía desbocado al encontrarse con la imponente compañía del Lord.
Estuvieron en silencio un largo rato. El Lord parecía ocupado revisando una serie de documentos que había guardado en las alforjas de su caballo; tumbado al pie de un roble, su magnificencia no era menos.
—Teniendo en cuenta las consideraciones de la economía en Soulgosh, se ha hecho prudente duplicar las inversiones en el viñedo. No obstante, se acerca el invierno, así que el transporte se debe hacer lo antes posible con el fin de tener reservas suficientes en cada taberna del Ducado —rompió el silencio con la situación que en origen era necesario discutir.
—Permíteme entonces recomendar a mi buen benefactor aumentar la producción de trigo, así como son dependientes de nuestro vino nosotros lo somos de su trigo. Requerimos por lo menos quince toneladas antes de que el invierno llegue —el Lord mantenía su mirada fija en el pliego de papel.
—Es envidiable la paz de su reino, al punto que quiero llegar, es que, si los ataques a los sembradíos no se proliferan, podemos cumplir con nuestra parte del contrato.
—Es prudente la creación de un escuadrón para la seguridad y resguarde de las cosechas.
—Sus consejos siempre serán bienvenidos, Eugene de Windhide —el otro alzó la mirada de los papeles centrándose en su interlocutor. Sus orbes grises le miraron fijamente y rápidamente agregó—. El Duque está agradecido con nuevos sistemas que ha proveído a nuestras tierras el Conde de Windhide.
El Lord con un ligero movimiento de su mano le restó importancia —Que la paz se mantenga por el resto de los años —era quizá en el fondo una súplica—. Espero esté a gusto con la hospitalidad de mi señor. Me tomé la libertad de revisar su itinerario a petición del Conde, por lo visto estará alojándose en el palacio por dos semanas más, hasta que las negociaciones hayan acabado.
—Es así —asintió el senescal— el Duque cree pertinente que custodie la caravana del viñedo de regreso a las tierras de Soulgosh.
—Es todo por hoy —el Lord se levantó y guardó con cuidado los documentos en la alforja de su caballo—, espero estos paisajes satisfagan sus ansias de aventura —montó su imponente purasangre blanco, en el acto sus largos cabellos se removieron con el viento.
El senescal imitó su acción, se impulsó y descendió sobre su caballo azabache —Nada me satisface más que tener su compañía y discutir de estos asuntos. A lo que me refiero, no sé si es preferencia personal, pero me gustaría tenerle de ministro de relaciones exteriores en Soulgosh —soltó riendo ligeramente.
—¡Exageras! —era como si el Lord estuviese ligeramente abochornado, arreando su caballo y abriéndose camino por la pradera—. ¿Cuánto tiempo entonces pasaría sentado o atendiendo problemas cotidianos en una oficina si ese fuera el caso? —respondió con otra pregunta.
—Estoy seguro de que el departamento de relaciones exteriores tiene mucho más por ofrecer, es solo una sugerencia; no lo tomes a mal.
Eugene no respondió parecía absorto en sus pensamientos, se adelantó unos metros como si quisiera marcar una distancia con del senescal. Hilvanando entre los sentimientos de felicidad y tristeza que inundaban su ser y le confundían de sobremanera; el senescal siguió su camino sin perder de vista al otro, mordió el interior de su mejilla, las cosas estaban yendo bien en cuanto a las negociaciones se refería.
La tarde estaba llegando a su punto y la gama de colores que teñía el cielo variaban entre cálidos rojos, naranjas y la frialdad de la noche que hacía acto de presencia. Alejados de la pradera, el bosque espeso llenaba la extensión y se alzaba imponente el palacio del Conde de Windhide. Las erigidas torres se alzaban soberbias destilando su aura ostentosa, los ornamentos y el poderío que desprendía cada parte que estructuraba el mencionado palacio.
El resto del recorrido fue en silencio, el senescal trataba de aprender un poco más sobre el Lord con cada una de sus acciones, tratando de no equivocarse o generar descontento en el otro. Estaba claro de que no la tenía fácil, era un noble indiferente que cumplía y hacía cumplir las órdenes del Conde de Windhide. Lo otro que dejaba una marcada y dolorosa diferencia era su mortalidad, al Noble le deparaba una vida larga hasta el final de los tiempos y él solo era un simple mortal; efímero y etéreo, cuando menos lo esperara su vida se esfumaría en un parpadeo.
Era ambicioso y egoísta, sin importar las consecuencias, quería el reconocimiento del inmortal que se había llevado consigo sus anhelos y tristezas. Aun si su cuerpo provisional y el trono que detentaba tenía fecha de caducidad. En lo respectaba al Lord, no escatimaría esfuerzos en lo que estaba dispuesto a entregar así fuese su existencia.
Una vez cruzaron el umbral fueron recibidos por el mismísimo Conde de Winhide en persona y una pequeña comitiva, sacando a senescal de Soulgosh de sus cavilaciones, desmontó su caballo a la par del Lord adalid y mano derecha de Windhide.
—Conde Ian Hargrave de Windhide —saludó en una ligera reverencia—, no esperaba tan agradable recibimiento.
—Mi estimado y buen Adam de Soulgosh —apretó ligeramente su hombro izquierdo—. Estoy de paso, partiré cuanto antes al principado del silencio. Esto no quiere decir, que las relaciones comerciales con Soulgosh sean menos importantes —sonrió ligeramente—. No obstante, lo dejo en buenas manos. Tienes mi entera confianza Eugene.
—Hasta el momento ha demostrado ser absolutamente capaz de llevar las negociaciones de forma meticulosa y procurando conseguir los mayores beneficios posibles para ambos reinos. Me complace de sobremanera contar con la compañía y el apoyo de Lord Eugene —le dirigió una discreta mirada al Lord quien estaba absorto en sus pensamientos.
—¿Has escuchado eso? —se dirigió al inmortal.
—Quizá solo está abrumado por la majestuosidad que desprende el Condado de Windhide, típico de los mortales —soltó, restándole importancia.
—Tus cientos de años han hecho que pierdas la esperanza —le fastidió un poco—. Descuide, Adam; es su personalidad —era como si se estuviese disculpando.
—Tiene razón, solo soy un simple mortal efímero y etéreo, imprudente, danzando entre los hilos del destino sin pensar en las consecuencias —le defendió.
—La tristeza es una de las pocas cosas que puede acabar con la vida de un inmortal —aquellas palabras estremecieron al senescal de Soulgosh—, puede que no lo sepas —Hargrave, alzó las comisuras de sus labios—. Eugene, te encomiendo mi reino en mi ausencia.
Dicho esto, se despidió y se fue con su comitiva. El Lord no habló y dirigió los caballos hacia el establo. El senescal prefirió no seguirle y darle su espacio. Por su parte entró a palacio, avanzando por el corredor principal; ostentoso como cada fibra del lugar, de inmensos candelabros que iluminaban la estancia y los ornamentos; donde destacaban relieves y pasajes de la histórica toma de Windhide.
Un sirviente se le acercó y le dijo —Senescal de Soulgosh, el conde me pidió exclusivamente que lo alojara en la única habitación de huéspedes del ala sur del piso uno, sígame. Nos hemos tomado la libertad de acomodar su equipaje vista su larga visita.
Adam no habló, dejó que joven de cabello rubio le guiara y siguiera parloteando sobre el lugar —Se me olvidaba —continuó—, tendrá de vecino a Lord Eugene.
Algo dentro de Adam se removió al oír aquello.
—Ah —agregó de nuevo con un tono animado—, la cena de hoy se le servirá en su habitación debido a que las renovaciones del comedor no estarán completas sino hasta la semana que viene.
Después de intercambiar con el sirviente un par de frases corteses, se despidió y se introdujo en la habitación que le fue asignada. Los colores que predominaban era el blanco y el beige, además de los acostumbrados ornamentos que dejaban la marca personal del aire ostentoso que emanaba en cada poro de Windhide.
Se recostó en la puerta; las luces cerúleas se fundían mientras se alzaba la noche con su magnificencia. El enorme ventanal de cristal cuya vista daba hacia la inmensidad del bosque entre sus abetos y coníferas. El viento se colaba y removía lentamente sus cabellos castaños. Cerró los orbes por un instante sintiendo la brisa y soltó un suspiro profundo.
Era idílico siquiera soñar con tener la atención de Lord Eugene y quizá una locura desear una vida a su lado. Aunque el Duque de Soulgosh le complaciera colocándolo en el consulado de Windhide para tenerle merodeando tan cerca suyo, el otro simplemente se sentiría ofendido con sus acciones, lo más posible y sensato sería que no le dirigiera la palabra por el resto de su corta y vaga existencia. Solo cavilar en los posibles desenlaces le estaba asfixiando.
Era verídico eso de que lo prohibido se hace desear. Y, sinceramente; el protegido del Conde de Windhide, era quien causaba una fascinación hasta tal punto de llegar a robarle el sueño. Lo supo hace dos años atrás cuando vio su esbelta y noble figura de espaldas, en cuanto se dio la vuelta y sus orbes grises se encontraron con los suyos azules. Fueron apenas un par de segundos hasta que un grupo de ilustres le hicieron desviar la atención.
“No te culpo. Es normal que estés impresionado” Seth de Soulgosh había soltado una ligera risa “ese es Lord Eugene de Windhide, protector y máxima autoridad de la ciudad después del Conde Ian Hargrave. Es un inmortal de linaje puro descendiente directo de los nobles que participaron en la primera oleada. Tuve el honor de luchar con su padre en la toma de Windhide protegiendo al mismísimo Ian Hargrave hace unos ochocientos años quizá.
En sus escasos treinta y dos años había viajado unas ocho veces al condado de Windhide, siendo una ciudad lejana apenas y los nobles tenían reuniones presenciales que no fueran sino a través de los dignatarios de relaciones exteriores; por lo que tener el placer de ver a Lord Eugene no era sino una casualidad. Muchas veces los altos mandos se reunían en Hellmond, pero debido a que él tenía que suplir las funciones de Seth en Soulgosh, muy pocas veces acudía a las reuniones con el regente de la provincia de Hellmond.
Los pocos comentarios que se rumoraban en la corte de Soulgosh acerca de Lord Eugene de Windhide, era que tenía un carácter insoportable, que su sentido del deber sobrepasaba cualquier otro, que renunció a ser el príncipe heredero de uno de los principados que componen Es, por seguir tras la sombra del conde Ian Hargrave y cualquier otra cantidad de cuchicheos del cual no se tenía constancia de su veracidad.
Se veneraba sus dotes como espadachín de la corte de Windhide y sus defensas en combate cuerpo a cuerpo. “Estuvo bajo las órdenes del mismísimo Avant segundo” eso había susurrado Seth a su oído cuando le vio mirando con fijeza al Lord en la cena conmemorativa en aquel tiempo. Sabía que no era para nada disimulado; pero esa era su intención; captar deliberadamente la atención del otro.
Desató con parsimonia los cordones de sus botas y se las quitó dejándolas a un lado de la cama y se recostó cerrando los ojos, quedándose dormido entre cavilaciones e instantes.
En la otra ala del palacio; Lord Eugene estaba metido de lleno en su despacho. Estaba enojado, no obstante, no podía ir en contra de las órdenes del Conde de Windhide. Tener al senescal de Soulgosh hospedándose en una habitación contigua a la suya era más de lo que podía soportar, era suficiente con tener que encargarse de las negociaciones comerciales con el ducado; cuando el mismísimo Seth pudo enviar a un dignatario cualquiera. Estaba claro que eso era una petición exclusiva para Adam de Soulgosh.
Pidió que le llevaran la cena a la oficina, pretendía quedarse allí por lo que restaba de la estadía de Adam en las adyacencias de Windhide. Si, en efecto, lo estaba evitando.
A la mañana siguiente los nobles de Windhide convocaron temprano una reunión de urgencia. “¿Qué podría ser?” se preguntó ensimismado Lord Eugene. Había guardias desplegados por todo el palacio y la conmoción de los sirvientes, los susurros no pasaban inadvertidos.
—Adam de Soulgosh ha sido envenenado —habló Lucio, el ministro de economía—; me temo que no pasará de esta noche —continuó mientras lo guiaba hacia los aposentos del invitado.
—¿Cómo ocurrió algo así? —preguntó desconcertado.
—El general Sevil ha detenido a todos los sirvientes que estuvieron de turno y los que se fueron antes que ellos, la mayor parte de la corte está confinada en el palacio o en sus habitaciones, nadie podrá entrar o salir hasta que se encuentre el responsable. ¿Tiene idea de lo que puede ocurrir? Seth de Soulgosh es el favorito del regente.
—Los inmortales capacitados en medicina se fueron con el conde ayer hacia el principado del silencio —entró a la habitación de Adam—. Maldito mortal impertinente —masculló.
Adam yacía en el suelo; literalmente abrazando un cubo mientras devolvía una bocanada de sangre. Su frente perlada por el sudor y las hebras de su cabello resbalando por su rostro. Pálido, temblando y desesperado. No subió la mirada, ni siquiera cuando oyó a Lord Eugene expresarse de tal modo.
—Custodien el palacio, que no salga nadie —le dijo a Lucio—; que nadie entre a esta habitación, tampoco.
—Sí, mi Lord —acto seguido se retiró.
Eugene se acercó al senescal, sosteniéndole de los brazos y ayudándolo a sentarse en la cama. Tanteó su frente. Sus labios habían tomado un color morado, la fiebre estaba muy alta. Tenían razón, era posible que no pasara de esa noche.
Puede que Adam de Soulgosh no fuese su persona favorita, pero no dejaría que muriera. Volteó buscando los restos de la cena; no había nada en la habitación de donde pudiera conocer la fuente del veneno. Suspiró y salió de la habitación.
—¿A qué hora comenzó esto? —preguntó a Sevil que estaba apostado a un lado de la puerta.
—Señor, le buscamos por todo el palacio. A eso de las cuatro de la madrugada, el emisario de Soulgosh se arrastraba por las escaleras pidiendo ayuda. Elio fue quien lo encontró.
—Hace mucho que no se ve una conspiración de este tipo. Hasta donde tengo por entendido el senescal ha viajado solo, nadie más vino con él. Un ejército completo se dirige al principado del silencio, la colonia de las tierras vecinas puede traer una victoria próxima a la Provincia de Hellmond. Lo único que se me ocurriría es un ataque extranjero.
—Posiblemente un infiltrado, mi Lord. Nos encargaremos de restaurar la paz en el palacio.
La única manera de cesar los efectos del veneno era la fuente privada de Ian Hargrave, se dirigió al santuario del último piso del palacio. Solo los nobles de sangre pura tenían acceso allí. Sabía que la recuperación sería lenta. Tomó una de las copas apostadas al lado de la fuente de mármol, hizo una plegaria interna que no logró escapar de sus labios y dejó que el agua cubriera sus manos; la copa se llenó.
No era cualquier tipo de agua; sólo Allen, sus tres condes y dos duques tenían su santuario. Heredado de generación en generación. La sangre inmortal alimentaba su existencia y el poder interno. El sacrificio como pago por el uso de las bondades curativas del santuario, era que su tiempo de vida reduciría.
La única persona a quien había jurado suficiente lealtad era a Ian Hargrave y, ahora estaba desperdiciando una parte de su vida por un simple mortal. Pero, su sacrificio sí tenía valor; el mortal era el favorito del Duque de Soulgosh.
Suspiró y salió con la copa en mano, se dirigió presuroso hacia la habitación donde el senescal yacía aun sentado, temblando. No quedaba rastro alguno de su porte y magnificencia del día anterior. No tenía fuerzas para bromear o siquiera llenarle de halagos como había hecho. Se veía deplorable.
Tocó su rostro, su pulgar se deslizó por la mejilla ajena, sus labios se separaron y los orbes grises de Adam suplicaron. Su mano temblorosa se aferró a la suya. Fue cuando Eugene le extendió la copa y la acercó, Adam volvió su vista al ofrecimiento del Lord y bebió lentamente cada trago. Su cuerpo perdió el equilibrio y se deslizó de su puesto cayendo de rodillas.
Eugene le sostuvo, fue tal y como pensó; los efectos del veneno cesarían, pero su recuperación sería lenta. Sin esfuerzo llevó el cuerpo del senescal y lo depositó en su cama, acomodándolo y cubriéndolo con una manta. Antes de irse dio una última mirada hacia el mortal, le vio respirar pausado.
Las horas pasaron, los nobles fueron descartado de toda sospecha y ya podían pasearse a libertad por el palacio. La guardia inspeccionó cada parte del palacio, incluida las habitaciones de los sirvientes. Dando casi las tres de la tarde encontraron en la valija perteneciente a una doncella recién llegada del condado Crossvelt algunas drogas, pero eran de uso propio, no veneno.
El hijo del cocinero recién llegado del principado del silencio. Lord Eugene reparó en ello y se dirigió a toda prisa a la habitación donde había sido confinado.
—Déjenme pasar —sin ningún tipo de cortesía abrió las puertas.
Un joven de unos veintitantos años mortales, sentado en una de las sillas ornamentadas de la habitación, su mejilla descansaba en una de sus manos y una ligera sonrisa parecía escurrirse de sus labios.
—Ahora, el mismísimo Lord Eugene de Windhide va a interrogarme.
—¿Acaso estás admitiendo los hechos?
—¿Lo hice? —preguntó—; no sirve de nada negarlo, me vería más culpable de lo que ya parezco.
—Eres suspicaz. Así serviste en la Corte del silencio, así sirves a Windhide.
—Y, ¿cuáles son los cargos que me imputas?, no tenía conocimiento de que sobrevivir fuese un delito.
—En efecto, no lo es —Eugene estaba perdiendo la poca paciencia que tenía—. Pero, la traición a la corona sí.
—¿Traición? —frunció el ceño—; ilústrame porque soy ajeno a lo que te refieres. No es acaso mi lealtad tan grande como para haber vuelto al reino después de ser tomado como rehén.
—Sí, volviste. Como el espía de Avant Segundo.
El otro sonrió leve —¿Qué te hace pensar tal cosa?
—El delicado estado actual del emisario de Soulgosh. Sabía usted que el veneno es el arma de las mujeres y de los cobardes. No tienes honor.
—Si ese fuese el caso, ¿Qué gano con envenenar a un emisario vecino?
—Dividir la provincia de Hellmond —desenvainó su espada, con el filo acarició la piel expuesta del cuello ajeno.
—Mi Lord —se apartó un poco y le miró—; tenga piedad.
—Si tengo piedad —sus duros orbes azules le escrutaron—. Avant Segundo lograría su cometido. Si tengo piedad —repitió casi con burla—; por tus estúpidas acciones es que sacrifiqué parte de mi inmortalidad para que el senescal de Soulgosh viviese.
El joven cuyo nombre desconocía nunca abandonó su altiva expresión, incluso cuando un corte limpio se trazó en su cuello, sus ojos se cerraron y murió. El Lord se acercó a la cama tomó una de las mantas y limpió su espada antes de envainarla. Abandonó la habitación.
—Windhide está en paz. Envíen un mensajero al encuentro del señor Hargrave; con el informe de los acontecimientos —le dijo Sevil.
Adam abrió los ojos, su garganta estaba seca, se removió en la cama con incomodidad y se arrastró hasta el borde, colocó los pies descalzos en el suelo. Era de noche, solo una lámpara de aceite iluminaba la estancia, ajeno a la presencia de quien observaba cada uno de sus movimientos. Se levantó y al intentar dar unos pasos, perdió el equilibrio y cayó.
—Demonios —murmuró bajito, antes de intentar ponerse de pie de nuevo.
—Los efectos cesaron, pero no estarás recuperado del todo sino hasta dentro de una semana —la voz de Lord Eugene se coló en sus oídos, su corazón golpeó contra su pecho y volteó hacia donde el sonido provenía.
Eugene se acercó con la jarra llena de agua y una copa. Adam suspiró centrándose en como las sombras y la luz de la lámpara bailaban sobre el rostro ajeno.
—Eugene —agachó la mirada—; perdóname por causar tantos problemas.
—Mortal inútil —le entregó la copa, el otro la agarró y bebió de ella. Quería insultarlo, despotricar contra su escaso sentido de la auto preservación, no obstante; algo se lo impedía—. Al menos, estás vivo.
—Las negociaciones comerciales —habló de pronto—; el invierno llegará a nuestras naciones…
—Insensato —le reprendió con dureza—, recupérate al menos y valora un poco más los años de vida que te he cedido.
Así que estaba vivo por la gracia y el esfuerzo del Lord, le volvió a mirar buscando un rastro de burla; y, lo que encontró fue un atisbo de pérdida. Así, que ese era el precio por la codiciada medicina de los inmortales.
—¿Por qué lo hiciste? —se arrastró hasta abrazarlo al nivel de las rodillas, una lágrima resbaló por su rostro—, me hubieses dejado morir, mi vida no es tan importante.
—¿Qué piensas que hará Seth de Soulgosh cuando traslademos tu cuerpo en un féretro? —preguntó.
—No lo entiendes —apretó la tela de la túnica de Lord Eugene—; tú… todo es tu culpa.
—¿Mi culpa? —inquirió desconcertado, lanzando la jarra de plata a un lado, un golpe sordo inundó la habitación en un instante.
Adam nunca pensó que tendría esa conversación con Lord Eugene, pero el sentimiento de impotencia era mayor. Como pudo se sostuvo del cuerpo del otro hasta lograr un abrazo improvisado —Nunca lo entenderás —musitó.
Eugene se sentía incómodo. Con los últimos acontecimientos había olvidado cuánto era lo mucho que quería evitar la cercanía del senescal de Soulgosh. Lo mucho que sus palabras lograban descolocarlo.
—Veo que estás mejor —lo separó un poco de sí—, ya comenzaste con tus tonterías.
—¿Te parece que cada cosa que digo es una tontería o siquiera insignificante? —Adam alzó la voz, haciendo acopio de la fuerza que abandonaba su cuerpo. Un sabor metálico y una arcada le siguieron, tosió y la sangre de acumuló en su boca.
Eugene lo separó de si y buscó la jarra que hacía rato había lanzado y la puso frente a Adam. El senescal se limpió el resto de sangre en sus labios con la manga de su camisón blanco.
Adam inhaló y exhaló antes de extender su mano izquierda hacia la mejilla de Eugene, el Lord apenas se removió un poco —¿Qué me has hecho? —preguntó.
—Solo estás delirando —con delicadeza apartó la mano contraria de su rostro—. Deberías descansar, se sentirá mejor.
Adam apretó la mano del Lord entre las suyas acariciando con delicadeza. Suspiró. Eugene se soltó de su agarre. Salió de la estancia a paso firme sin querer pensar en lo que hubiese dicho el senescal si se hubiera quedado.
La semana transcurrió con la lenta recuperación de Adam de Soulgosh, las extremas medidas de seguridad en el palacio, la suspensión de recibimiento de cualquier emisario extranjero; hasta establecer un protocolo exhaustivo para poder resguardar la integridad de los demás dignatarios. El asunto con el senescal de Soulgosh fue una advertencia.
Los rumores corrieron como pólvora por cada rincón de la Provincia de Hellmond, llegando hasta los oídos del mismo regente; Allen Ellewood. El emisario llegó con la decisión arbitraria de Ian Hargrave, el Conde Windhide; quien aseguró tomaría las represalias necesarias contra el principado del silencio; cobrando en consecuencia la vida del capitán Hugh Landa del principado del Silencio.
Así mismo, el condado Crossvelt envió un escuadrón de emisarios para ejecutar lo acordado en las reuniones comerciales entre el ducado de Soulgosh y el condado de Windhide. Seth de Soulgosh supo del incidente y en agradecimiento al noble Lord que entregó parte de su vida por la de su dignatario, en la correspondencia le manifestó que podía elegir entre un puesto o en su consejo o ser su ministro de relaciones exteriores.
Eugene de Windhide rechazó cualquier ofrecimiento proveniente del ducado de Soulgosh, alegando que la responsabilidad era suya y que por tanto no había nada qué agradecer.
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