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En una tranquila sabana al sur del continente, vivía un capibara llamado Camilo. Era diferente a los demás capibaras de su familia, no porque tuviera un pelaje más brillante o fuera más rápido nadando, sino porque tenía un espíritu curioso e incansable.

Mientras sus amigos y hermanos pasaban el día tumbados al sol o chapoteando en el río, Camilo soñaba con conocer lo que habría más allá de los pastizales y el río que lo cruzaba.

Todos los capibaras estaban descansando después de haber comido y chapoteado en el río. De repente, Camilo se despertó y comenzó a pensar que era hora de viajar y empezó a caminar. Cuando a lo lejos visualizó que pasaba un tren, corrió y corrió rápidamente y subió.

El tren lo llevó a lugares que nunca imaginó: un bosque denso donde los árboles eran tan altos que parecía que tocaban las nubes, un pueblo lleno de luces y risas, y un desierto donde la arena dorada reflejaba el calor del sol. En cada parada, Camilo se bajaba para explorar, pero siempre regresaba al mismo lugar.

Hasta que un día Camilo decidió quedarse un tiempo en el bosque, explorando sus maravillas y aprendiendo todo lo que podía. Esa noche, mientras descansaba cerca de un lago en las montañas, conoció a un grupo de conejos que estaban jugando bajo la luz de la luna; la risa de los conejos lo había despertado.


—¿Puedo jugar con ustedes? —preguntó Camilo.


Los conejitos, muy asustados, corrieron rápidamente y se escondieron detrás de los arbustos, - porque se esconden, si yo no les voy a hacer nada. Dijo Camilo. Y una voz se escuchó a lo lejos que decía.

Eres muy grande y tal vez nos puedes hacer daño. Además, mamá nos dijo que no debemos hablar con extraños.

Pero yo no soy malo, yo solo quiero ser su amigo y jugar con ustedes. Comentó Camilo.


Los conejitos, mirando de reojo, salieron tímidamente de su escondite y se acercaron al capibara.


Eres muy grande —dijo uno de los conejitos.

Sí, en cambio, ustedes son muy pequeños y blancos como la nieve, pero son muy lindos.


—¿Podemos jugar? Preguntó el capibara.


- Claro que sí. Respondió uno de los conejitos.

Así que empezaron a jugar y se pasaron toda la noche jugando, y los conejos pudieron ver que el capibara no era malo y que él decía la verdad.


Después la madre de los conejitos los llamó para que cenaran.



Los conejitos le presentaron a su madre su nuevo amigo y, cuando quisieron ingresar a la guarida, no alcanzaban todos juntos; el lugar era muy reducido. Camilo salió y se quedó afuera, muy triste; los pequeños conejitos se quedaron mirando a su amigo por la pequeña ventana.

De repente a la madre se le ocurrió una idea: sacaron la mesa fuera de la guarida y toda la cena. Camilo se puso muy feliz, y cenaron todos juntos y pasaron una linda velada con sus nuevos amigos, bajo la luz de la luna.

Finalmente, después de varias horas, Camilo sintió nostalgia por su hogar y su familia. Con un corazón lleno de nuevas historias y aprendizajes, emprendió el regreso a casa. Los otros, capibaras, lo recibieron con curiosidad y alegría y Camilo les contó todo lo que había conocido, especialmente a sus amigos, la familia de conejos. FIN

Texto agregado el 17-06-2025, y leído por 49 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-06-2025 Que bonita historia,los capibsras de repente se hicieron muy conocidos y a los niños les gustó mucho Ellos son inteligente y les gusta sociabilizar,por eso fue hermosa su aventura con los conejos,ellos se dieron cuenta que era grande pero no los dañaba y se hicieron amigos y aunque se fue los recuerdas y cuenta de ellos. Un abrazo fuerte Victoria 6236013
 
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