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¡Oh, dioses de la noche!
¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen,
de la melancolía y del suicidio!
¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas,
de los murciélagos y de las cucarachas!
¡Oh, violentos, inescrutables dioses
del sueño y de la muerte!

Ernesto Sabato

El cirujano

Fríamente miraba el cirujano a ese anciano en agonía; quien con el cuerpo contorsionado esperaba el milagro de la muerte. Cada exhalación parecía como la última y un temblor persistente le sacudía el cuerpo. El reloj marcaba las seis de la tarde y el tajante sonido de sus manecillas parecía taladrar los tímpanos del moribundo, haciéndole morder su lengua con profunda angustia.

La espalda del anciano estaba infestada de llagas, producto de haber pasado varios meses en cama, el ardor le molestaba en exceso y no había otro remedio mas que la resignación; pues los medicamentos que le habían aplicado en las llagas, le provocaron una fuerte alergia de la que aun no se recuperaba.

Unas manos ásperas palpaban con curiosidad la rugosa piel del anciano, esa piel surcada que hablaba por sí misma contando la historia de una vida atormentada a punto de verse consumida. El cirujano acariciaba con peculiar detenimiento los distintos relieves de la piel, comenzando en los finos cabellos para luego avanzar a la oleosa frente de cuyos poros emanaba un helado sudor. El moribundo parecía no reaccionar al tacto, estaba absorto en los pensamientos que habitaban su mente, que como malditos inquilinos esperaban con ansia el momento de verle ceder.

El cirujano interrumpió las caricias y se dirigió hacia la ventana limpiando con su mano la humedad del bao decembrino. Tras aclarar la visión del cristal, se percató de la presencia de una horda de urracas metiches que le observaban desde un árbol deshojado, frías, pacientes, reclamándole con ojos espectrales algo que él no comprendía, les miró por largo rato tratando de entender el porqué de tan extraña conducta. Su mente se enredaba entre las marañas de la incertidumbre.

Mientras pensaba; se encajabas las uñas en la palma de su mano, parecía no darse cuenta de lo que hacía, era como algo involuntario. Una uña logró ingresar en la piel produciendo una marca rojiza y una pequeña porción de sangre. El doctor no se percató de su herida, sus pensamientos habían disminuido en cierta forma su capacidad sensorial.

A las seis y cuarto, la escena permanecía casi igual, el practicante de la medicina en la ventana, las urracas mirándole, el reloj girando hacia la muerte y el moribundo en su lecho, el temblor ya le había desaparecido pues el misericordioso estado de coma le había regalado la inconciencia.

El cirujano interrumpió sus pensamientos y se acercó al moribundo, al palparlo pudo sentir el cuerpo aún mas frío, le toco el pecho para verificar que siguiera con vida, y sintió los leves latidos de un corazón que poco a poco se desataba de los lazos que le aferraban a la vida. Le apretó el pezón con sus uñas al grado de arrancarle parte de éste esperando observar alguna reacción por parte del moribundo, la reacción fue nula, estaba tan inmerso en el sueño del coma que no valía la pena despertar por cosas tan triviales.

El cirujano se puso justo frente al reloj, mirando con malicia el transcurrir del tiempo mientras se estiraba su barba puntiaguda, tan áspera y frondosa como un trozo de maleza pendiéndole de las mandíbulas. A las seis y media el corazón del paciente se detuvo junto con el reloj, con un inexplicable ritmo sincronizado. Las urracas cantaron el réquiem con voces robadas del infierno y como una siniestra horda se impactaron en la ventana haciendo volar los cristales por doquier, el cristal les desgarró las alas y éstas se tiñeron de rojo, sin importarles el dolor avanzaron como un denso nubarrón hacia el cirujano, desprendiéndole la piel a picotazos y haciéndole sentir un ardor como el de las llamas del infierno.

Comían la carne del cirujano capa tras capa, a modo de una lenta tortura. A las nueve y media las aves volaron maldiciendo en una lengua extraña y perdiéndose en el negro abismal de la noche Y así quedaron en soledad los inertes cuerpos del anciano paciente víctima de una lenta eutanasia y el demente practicante de la medicina.











Texto agregado el 14-10-2004, y leído por 249 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-01-2005 ja espero no terminar asi miss_matanza_1
28-10-2004 final inesperado= siempre algo bueno, mientras no te pierdas en lo incongruente, lo cual no hiciste, asi que felicitaciones =) eladoscurodelcorazon
19-10-2004 tenebroso, bien escrito, triste más aún que así murió mi anciano padre la semana pasada. Doctora Doctora
 
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